Sitúense en los Estados Unidos de los años 80. Un doctorado en biología por la Universidad de California, David Graber, escribe un artículo en el prestigioso diario Los Angeles Times en el que afirma con rotundidad “nos hemos convertido en una plaga para nosotros mismos y para la Tierra”. Como parte de su línea argumental, continúa: “hasta que el Homo Sapiens decida volver a reunirse con la naturaleza, algunos de nosotros únicamente podemos esperar que el virus correcto haga acto de presencia”.
Este desprecio absoluto por la vida humana es una característica común a buena parte del movimiento ecologista. Considerar al ser humano un cáncer para el planeta y desear el exterminio de millones de personas es algo que representantes del ambientalismo han sentenciado en innumerables ocasiones en las últimas décadas. El propio Graber escribió “[los ecosistemas] tienen más valor para mí que otro ser humano, o mil millones de ellos”. ¿Lo quieren más claro?
Hay cosas que únicamente un intelectual puede justificar y esta filosofía antihumanista y genocida es una de esas cosas. Fueron intelectuales occidentales los que propiciaron que la ONU estableciera en 1983 un galardón para aquellos que contribuyeran con soluciones contra el crecimiento de la población. Los primeros galardonados fueron Indira Ghandi y Qian Xinzhong. El primero de ellos por haber ordenado masivas esterilizaciones forzosas en la India, el segundo por haber instaurado la política de un único hijo por familia, que duró hasta 2015.
Pedro, el litio, la fisión y otras chicas del montón
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Manuel Fernández Ordóñez
La intelectualidad occidental miraba para otro lado mientras se llevaban a cabo cientos de millones de esterilizaciones y abortos, buena parte de ellos bajo coacción. A las familias que tenían más de un hijo en la provincia de Guandong se les cortaba el agua y la electricidad, o se les derribaba su casa. Las mujeres eran obligadas a hacer fila en la calle en Jiangsu, a la vista de todo el mundo, donde las forzaban a realizar pruebas de embarazo cada mes. Una de cada cinco mujeres en China fue esterilizada y a una de cada tres se le instaló un dispositivo intrauterino que únicamente podía quitarse con cirugía. Los niños que conseguían nacer al margen de lo establecido no existían para el estado, no podían ser registrados y no tenían derecho a ir a la escuela, trabajar o casarse.
Por si este escenario dantesco no fuera suficiente, los abortos selectivos crearon un drama adicional que todavía persiste a día de hoy. Al poder tener únicamente un hijo, la preferencia por los varones ocasionó que en algunas zonas de China la proporción de niños a niñas alcanzara 176/100 (cuando lo natural es 105/100). Esto implica que millones de chinos varones no pudieran formar una familia porque no había mujeres suficientes, aumentando dramáticamente las tasas de alcoholismo, depresión, y criminalidad. Existen estudios que establecen que, por cada punto porcentual que aumenta la proporción hombres/mujeres, aumentan un 5% los crímenes violentos. Durante años, las ecografías que permitían saber el sexo del bebé estuvieron prohibidas en China, con nulo éxito.
Socialismo neandertal
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Manuel Fernández Ordóñez
«Para esta gente siguen sobrando millones de seres humanos, curiosamente nunca sobran ellos, siempre son otros a los que hay que exterminar»
Fueron personas como el citado al comienzo, Rachel Carson, Paul Ehrlich, el Club de Roma y muchos otros los autores intelectuales de estos genocidios. Bajo el auspicio de organizaciones internacionales, los defensores de esta línea de pensamiento consiguieron incluso que la ayuda internacional a los países pobres estuviera condicionada al establecimiento de políticas de control de la población como los ya descritos. Lo hicieron las administraciones de Johnson y Nixon, así como también el Banco Mundial. Nixon incluso creó la Oficina de la Población, cuyo director llegó a decir «esperamos esterilizar a un cuarto de las mujeres del mundo«. Delirante.
Esta distopía antihumana, esta clara psicopatía genocida, sigue totalmente vigente en la actualidad. Para esta gente siguen sobrando millones de seres humanos en el planeta, curiosamente nunca sobran ellos, siempre son otros a los que hay que exterminar. El autor con el que comenzábamos el artículo alcanzó plácidamente una edad avanzada y falleció en su confortable casa de California en el año 2022. Disfrutó de unos estándares de vida occidentales que negaba al resto de seres humanos. ¡Qué caray! Si les negaba incluso la vida.Sin embargo, nuestro protagonista no se fue a vivir a la sabana o la selva inhabitada en comunión con la naturaleza, sino que se quedó donde había aire acondicionado, electricidad, restaurantes y buenos médicos para tratar los problemas de corazón que padecía. Al final se cumplió su sueño y vio llegar la pandemia COVID, a la que sobrevivió. Probablemente (permítanme la licencia de especular) sería incluso de los primeros en vacunarse porque, cuando en los 80 deseaba “que el virus correcto hiciera acto de presencia”, obviamente no se refería a él mismo, faltaría más. Si fuera así, si realmente hubiera creído que sobraban personas en el planeta, tuvo muchas décadas para quitarse de en medio… como todos los demás que nos dan continuamente la murga con lo mismo. Deberían comenzar ellos para dar ejemplo, si no fueran tan cínicos, tan falsos, tan hipócritas y, sobre todo, tan cobardes.
https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2024-07-29/sois-vosotros-los-que-sobrais/