El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dice cuando alguien carga con las consecuencias de sus actos. Yo es que, la verdad, no creo mucho en el karma. Eso de que cada cual acaba recibiendo lo que se merece. Me temo que muchas veces no sucede así.
He visto padres que no se ocupaban de sus hijos y les han salido súper responsables, y viceversa. Y he visto buenas personas que han acabado màs solas que la una, y sin ayuda. La norma muchas veces no se cumple.
En
estos tiempos oscuros parece que la palabra «verdad» se ha convertido
en un arcaísmo. Un buen ejemplo de ello es la guerra de Ucrania, sobre
la que la clase político-mediática se ha pasado practicando su
especialidad —mentir— durante dos años.
Como hemos venido
defendiendo desde un principio (y como ya debería ser evidente hasta
para un periodista), ésta nunca fue una guerra entre Ucrania y Rusia,
sino un conflicto entre EEUU y Rusia que tenía lugar sobre suelo
ucraniano, en el que EEUU ponía el dinero y Ucrania los muertos. Europa,
mientras, se convertía en la víctima colateral económica por el
servilismo de la UE hacia los intereses yanquis.
En el mismo
sentido, las razones reales de la guerra nunca tuvieron nada que ver con
una utópica defensa del débil o de los ideales de libertad y democracia
(¿en Ucrania?), sino con el bastardo interés geopolítico norteamericano
de erosionar a Rusia. No lo digo yo, sino varios senadores
norteamericanos que lo reconocieron hace unos meses[1] al afirmar sin empacho que la ayuda militar a Ucrania había sido «la mejor inversión para la seguridad de EEUU de la historia[2]»,
pues habiendo invertido «sólo un 3% del presupuesto militar anual hemos
conseguido degradar el ejército ruso en un 50% sin perder una sola vida
americana[3]».
Aun errando en los números (a fin de cuentas sólo son políticos), las
escandalosas declaraciones de estos senadores ponen de manifiesto que
Occidente no sólo ha perdido el juicio, sino también el alma: para el
gobierno norteamericano sólo tienen valor las vidas americanas (o peor
aún, el impacto electoral de la pérdida de vidas americanas), pero los
cientos de miles de vidas ucranianas perdidas para lograr nada son «una
buena inversión», unos meros peones sacrificados en el tablero de
ajedrez con la esperanza de debilitar temporalmente al adversario.
¿Estos son los valores que Occidente afirma defender?
Una guerra provocada y alargada por EEUU y sus socios
Contra
toda evidencia, la consigna occidental insistía en calificar como «no
provocada» la invasión rusa. En realidad, EEUU había estado provocando a
Rusia con las sucesivas anexiones de la OTAN y, en especial, con la
iniciativa de incorporar a Georgia y Ucrania, aprobada en la Cumbre de
la OTAN de Bucarest en 2008 a pesar de que el propio embajador de EEUU
en Moscú, William Burns (hoy director de la CIA) había hecho saber que
la incorporación de Ucrania era «la más roja de las líneas rojas» no
sólo para Putin, sino para toda la clase dirigente rusa: «Durante más
de dos años de conversaciones con las principales figuras políticas
rusas, desde los mayores defensores de una línea dura en el Kremlin
hasta los más acerbos críticos de Putin, no he encontrado a nadie que no
considerara la pertenencia de Ucrania a la OTAN como un desafío directo
a los intereses de Rusia[4]».
Seis
años después, en 2014, EEUU apoyó un golpe de Estado contra el
presidente ucraniano democráticamente elegido y, tras colocar a un
gobierno afín, animó a Ucrania a no respetar los Acuerdos de Minsk,
acuerdos que, para más inri, la excanciller Merkel sugeriría años más
tarde que no fueron más que un engaño a Rusia «para ganar tiempo» y
rearmar a Ucrania[5].
Desde
este golpe de Estado del 2014, la OTAN había estado entrenando y
armando al ejército ucraniano (un país no miembro), que amenazaba
cronificar el conflicto civil en el Este del país (que hasta enero de
2022 había provocado 14.000 muertos[6]
y ni un solo titular en Occidente) y recuperar Crimea, sede de la única
base naval en mares cálidos de Rusia. A ojos rusos, por tanto, la
invasión se consideró un ataque preventivo ante una amenaza existencial
para disuadir a los ucranianos de buscar la confrontación, garantizar su
neutralidad y asegurar la implementación de los Acuerdos de Minsk.
Rusia preveía un conflicto de pocos días o semanas (como el de Georgia
en 2008), seguido de una rápida negociación y de un acuerdo como el que
estuvieron a punto de suscribir en Turquía en abril del 2022, cuando
todavía apenas había bajas por ambos bandos.
Sin embargo, cuando
Ucrania estaba a punto de firmar dicho acuerdo, EEUU y Reino Unido
decidieron torpedearlo para desgastar a Rusia, como confirmaron
sucesivamente el ex primer ministro israelí[7]
y el ministro de Exteriores turco (las negociaciones se habían llevado a
cabo en Turquía). Con toda razón, el general alemán retirado Harald
Kujat, antiguo jefe de Estado Mayor del Ejército alemán y expresidente
del Comité Militar de la OTAN (CMC), ha sido rotundo al afirmar que
«todos los muertos ucranianos y rusos desde el 9 de abril de 2022 se
deben a que [Occidente] impidió a Ucrania firmar un tratado de paz con
Rusia[8]». No lo olviden.
Los dos pilares de la propaganda occidental
El
relato falaz sobre la guerra de Ucrania se ha apoyado en dos pilares.
El primero es la penosa imagen que en Occidente tenemos de Putin, imagen
que nunca tuvimos de ningún líder soviético. ¿Y por qué precisamente de
Putin, entre tantos otros yonquis del poder psicopáticos que pululan
por ahí, de Oriente a Occidente? La respuesta estriba en que, más allá
del escalofrío que provoca el personaje, estamos ante una exitosa
campaña de demonización de la propaganda anglosajona, que ha logrado
hacer olvidar, por ejemplo, la presencia de Rusia en el G-8, las
amigables risas entre Putin y Obama en el G-20 del 2012[9],
o la forma en que Bill Clinton describía al autócrata ruso en 2013 como
una persona «muy inteligente» y un socio fiable. En efecto, preguntado
por el entrevistador si se podía confiar en él a puerta cerrada, Clinton
respondía: «Cumplió con su palabra en todos los acuerdos a los que
llegamos»[10].
Por cierto, Clinton se refería al mandatario ruso educadamente como
«Mr. Putin» mientras hoy Biden le califica de «loco hijo de puta[11]», un gran avance de la civilización.
El
segundo pilar sobre el que se ha apoyado la propaganda occidental es el
desconocimiento de la realidad rusa. Para Occidente, Rusia siempre ha
sido un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma, como decía
Churchill, y un ejemplo de ello es la reacción a las recientes
elecciones en las que Putin habría sido reelegido por un supuesto 87% de
los votos, inmediatamente tildadas de fraudulentas por Occidente.
Naturalmente,
el fraude electoral es algo común en regímenes seudodemocráticos en la
forma, pero autocráticos en el fondo, como es el caso de Rusia. Sin
embargo, la pregunta es otra: ¿necesita realmente Putin cometer fraude
para ganar las elecciones? Aquí nos enfrentamos a un dato incómodo, esto
es, que Putin ha sido siempre muy popular en su país. Algunas de las
causas de esta popularidad son espurias, como el férreo control que el
gobierno ruso ejerce sobre los medios de comunicación, el culto a la
personalidad sobre la figura del presidente o la inexistencia (o
supresión) de personalidades opositoras relevantes. Pero además de estas
desvirtuaciones propias de un régimen represivo, existen otras causas
objetivas que también justificarían la popularidad de Putin en
circunstancias más normales, y resulta crucial entenderlas sin que las
emociones (manipuladas) nos nublen el entendimiento (ver Anexo).
La derrota estratégica de la OTAN
En
mi anterior artículo analizaba la situación bélica en el frente y la
acelerada derrota de Ucrania, que ya en febrero de 2023 este blog
tildaba de «inevitable»[12]
en contra de la opinión general. Ahora querría analizar las profundas
consecuencias estratégicas que, en mi opinión, tendrá la guerra, para
detrimento de Occidente.
La decisión de la OTAN de apoyar
masivamente el esfuerzo ucraniano siempre tuvo como objetivo crear una
herida a Rusia por la que sangrara durante un tiempo, pero era éste un
objetivo táctico y cortoplacista. También se creyó que el conflicto
socavaría el apoyo popular a Putin e incluso llegó a soñar con un cambio
de régimen, una especialidad de la política exterior norteamericana.
Asimismo, se creyó que las sanciones adoptadas bajo la coartada de la
guerra causarían una debacle en Rusia.
Sin embargo, todo este
voluntarismo sólo ponía de manifiesto, una vez más, que en EEUU faltan
verdaderos estrategas y sobran aprendices de brujo. Que un país tan rico
y enriquecedor (y cuya Constitución creó el mejor experimento de
libertad de la Historia) tenga gobiernos que adolezcan de una dificultad
genética para comprender (y respetar) cómo funciona el mundo más allá
de sus fronteras siempre me ha sorprendido. Desde luego, la arrogancia
no ayuda, y cuando a la arrogancia se suma la ignorancia el resultado es
el desastre.
Así, ninguno de los objetivos de EEUU se ha
cumplido. En primer lugar, el apoyo popular a Putin se ha robustecido y
no se vislumbra cambio de régimen alguno. Es más: puede que el cambio de
régimen llegue antes a EEUU (con Trump) que a Rusia.
En segundo lugar, las sanciones de USA (United Sanctions of America)
no han quebrado la economía rusa sino la europea, con la complicidad de
la inepta burocracia de la UE. El coste de la energía para uso
doméstico e industrial se ha multiplicado y las empresas europeas se han
visto obligadas a vender sus activos en Rusia a precios de saldo
asumiendo enormes pérdidas. Tras un período de adaptación, Rusia y sus
recursos naturales acabarán en manos de Oriente.
En tercer lugar,
el carácter abusivo e ilegal de algunas de estas sanciones, como la
congelación de las reservas exteriores rusas, no ha dañado de forma
significativa a Rusia a corto plazo, pero ha provocado sin embargo la
irritación y hartazgo del resto del mundo, que, una vez más, ve que el
orden mundial anglosajón se basa en unas reglas que sólo se aplican para
los demás: «Las reglas son para ti, no para mí». Sin duda, quebrar los
principios más básicos de la confianza recíproca entre países tendrá
consecuencias a largo plazo en detrimento del dólar, moneda del país
deudor por excelencia y cuya naturaleza de reserva mundial tiene sus
días contados (pregúntenle al BRICS). Probablemente, éste sea el mayor
error autoinfligido de EEUU de toda su historia: Oriente (o sea, el 83%
del planeta que no es Occidente) se ha dado cuenta de que el gigante
norteamericano se apoya en unos pies de barro, esto es, en el dólar, y
le ha declarado la guerra. La duración de la misma es incierta; el
resultado, no.
En cuarto lugar, la masiva implicación de la OTAN y
su triunfalista campaña de propaganda, prematura e imprudente, ha
creado a la postre una imagen de impotencia de la propia organización y,
por ende, de EEUU. De hecho, la rapidez de adaptación del ejército ruso
tras sus reveses iniciales, su paradigmático éxito en defensa estática y
dos años de durísimo conflicto contra un durísimo enemigo le han
convertido en el ejército más entrenado del mundo. A pesar del alto
precio que ha pagado, lejos de quedar acomplejado (como les ocurrió con
su retirada de Afganistán en 1989), la guerra de Ucrania le ha hecho
ganar confianza y probablemente sea hoy un rival más temible que hace
dos años.
Un mundo más peligroso
El
hecho de que la OTAN haya ayudado a Ucrania de forma tan explícita y
alborozada proveyendo armas ofensivas y datos de inteligencia que han
causado la muerte de decenas de miles de soldados rusos tendrá dos
graves consecuencias. La primera será debilitar el principio de
disuasión nuclear, elemento imprescindible para la seguridad mundial. En
efecto, la OTAN ha jugado con fuego con una potencia nuclear con la
certeza de que, al estar dirigida por un actor racional, éste no iba a
apretar el botón. Como consecuencia de ello, los países cuya seguridad
más dependa de la disuasión nuclear (como es el caso de Israel) se verán
expuestos a mayores amenazas por parte de sus adversarios.
La
segunda consecuencia, más tangible, será que EEUU y la OTAN no podrán
participar en ninguna misión en el extranjero sin temer que su
adversario vaya a ser abiertamente armado por Rusia con armamento
moderno y provisto de datos de inteligencia que provoquen la muerte de
soldados occidentales. Rusia no olvidará, como sólo Oriente sabe no
olvidar, y la venganza es un plato que se sirve frío.
En
definitiva, el conflicto de Ucrania tiene todo el aspecto de convertirse
en un colosal error estratégico de EEUU. Occidente no sólo perderá la
guerra, sino los restos de autoridad moral de que gozaba, y si en pleno
pánico la OTAN crea una escalada de última hora para intentar camuflar
su derrota, el mundo no sólo no volverá a ser el mismo, sino que,
además, entrará en guerra. El mundo se ha vuelto un lugar más peligroso.
ANEXO: El misterio de la popularidad de Putin
Según la única empresa demoscópica rusa independiente, respetada en Occidente y de cuyos datos se nutre Statista[13],
los más recientes sondeos antes de las últimas elecciones
presidenciales mostraban un porcentaje de aprobación de Putin del 86%[14],
no muy distinto del supuestamente obtenido en las elecciones. Es más:
en los últimos 20 años, Putin habría mantenido un apoyo que ha oscilado
entre el 58% y el 88%. De ser ciertos estos datos, ¿cómo es posible?
Para tratar de comprenderlo tenemos que hacer un breve repaso histórico.
En
los años posteriores a la caída de la siniestra tiranía soviética,
Rusia sufrió una crisis de identidad sólo comparable a la pérdida de los
imperios europeos (por ejemplo, España en 1898, Austria en 1918 o
Inglaterra tras la II Guerra Mundial). La URSS fue desmembrada, su peso
geopolítico se convirtió en una sombra de lo que había sido y el país
bailaba al son que marcaba su antigua némesis, EEUU, vencedor claro de
la Guerra Fría y única superpotencia en aquel momento. Para más inri,
Rusia sufrió una humillante derrota en la Primera Guerra de Chechenia
(1994-96).
Al orgullo nacional herido ―algo que un eslavo se toma
en serio, como también han demostrado los ucranianos con su coraje― se
sumó una crisis económica sin precedentes y una corrupción galopante. El
PIB ruso cayó un 50% en sólo 8 años hasta la tormenta perfecta de 1998,
cuando el rublo sufrió una brusca devaluación, el país suspendió pagos y
la inflación alcanzó el 84%. Esta hecatombe se debió en parte a la
podredumbre del sistema comunista y en parte a la incompetencia de Boris
Yeltsin, cuyas debilidades personales le convertían en un líder
errático y maleable, idóneo para los intereses geopolíticos
norteamericanos, pero desastroso para su pueblo. Bajo su mandato la
corrupción alcanzó cotas grotescas con oligarcas que se apropiaron a
precios de saldo de las principales empresas públicas soviéticas.
Con
la llegada de Putin al poder en enero del 2000 las cosas cambiaron:
puso orden en la anarquía reinante, reforzó el imperio de la ley (que en
Rusia siempre se aplica de forma selectiva) y acotó los abusos de los
oligarcas. Desde luego, la corrupción continuó siendo un problema
endémico, pero ésta se convirtió en algo ordenado y no caótico, si me
permiten la ironía. Es más: según una fuente británica fiable, la
actitud de los primeros gobiernos de Putin denotaba un afán por
recuperar lo que los oligarcas de la era Yeltsin habían «robado» al
Estado[15]. Luego él crearía su propia clase oligárquica.
Un
factor relevante del éxito de Putin fue la bonanza económica, pues supo
capitalizar el mercado alcista del petróleo, durante el cual el precio
del barril pasó de 30 a 200 dólares y cuyo comienzo coincidió por azar
con su llegada al poder. Naturalmente, Rusia sigue siendo hoy un país
relativamente poco desarrollado en términos de PIB per cápita, pero lo
relevante a afectos de la popularidad de Putin es el crecimiento de
dicho PIB desde su llegada al poder, que en una década se multiplicó por
dos en términos constantes[16]
(equivalente a un crecimiento anualizado del 7%). El desempleo también
se redujo desde un artificial 13% a una cifra real del 3% en 2023[17] y los impuestos se simplificaron y redujeron, de modo que hoy en Rusia el impuesto sobre la renta tiene un tipo fijo del 13%.
Ésta
es la evolución del PIB per cápita (PPP) de Rusia en términos
constantes desde la caída del Muro hasta el 2022, según el Banco Mundial
(en miles de dólares). Nótese que Putin llega al poder cerca del
mínimo:
En
otro orden de cosas, cabe añadir que, según Gallup —empresa
norteamericana—, el 75% de los rusos están satisfechos con su nivel de
libertad personal y el 71% se sienten seguros paseando de noche por sus
calles[18].
Finalmente,
Putin recuperó el orgullo nacional de un país que deseaba verse
respetado. Los rusos tienden a admirar a un líder fuerte, y en Putin lo
encontraron. El trabajado culto a la personalidad que rodea su figura
hizo el resto.
Estos datos ponen de manifiesto que, más allá de la
opinión que nos merezca Putin en Occidente (algo que a él le trae al
fresco y que posiblemente le beneficie en su propio país), objetivamente
el pueblo ruso ha visto mejorar sus condiciones de vida desde su
llegada al poder. Esto supone una sólida base de apoyo popular,
apuntalada naturalmente por la machacona propaganda del propio régimen y
por un victimismo crónico que EEUU no hace más que realimentar con la
arrogancia explícita de su estrambótica política exterior desde 1991. No
comprender esto es no comprender nada.
Como he contado alguna vez, mi infancia y adolescencia fueron tristes y solitarias. Afortunadamente a los veinte años conocí a mi marido y cogí las riendas de mi vida. Entonces fue un camino de rosas, con espinas.
Si me hubiera quitado de enmedio, como pensaba a menudo, nunca hubiera llegado hasta aquí, ni sería madre ni tendría tres hijos. De manera que este dicho parece pensado para mí. A veces hay que esperar mucho para ver lo que deseas.
Es imposible no admirar con qué saña los progresistas han logrado destruir la educación. No es una gesta exclusivamente española, sino un fenómeno global. Como ocurre con todas las revoluciones de la izquierda, que a veces olvidamos que es, fue, y será siempre revolucionaria, los efectos de sus mordiscos a algo no van solo en una única dirección. Es decir, no sólo están empeorando generación tras generación los planes de estudios en lo estrictamente académico, que también, sino que, como si fuera una bomba de racimo, están destrozando muchas otras cosas a su alrededor. Quizá el mayor de los empeños ha sido eliminar por completo los valores, los valores occidentales, los valores cristianos, los viejos valores que todos aceptábamos como eso, valores.
Como siempre les ocurre a los aficionado a destruir todo lo establecido durante siglos, no pueden quitar una cosa sin poner otra en su lugar, porque entonces resultaría ineficaz y sería fácilmente reversible. Pensemos en cómo la religión climática parece haber ocupado el lugar de la religión, o de la fe; o en cómo la monserga de la tolerancia ha ocupado el espacio y protagonismo que un día ocupó la verdad. Con esa misma dinámica, en las aulas sustituyeron los viejos valores por un extraño mejunje que a veces llamaban ética, otras veces civismo, en la época de Bambi Educación para la ciudadanía, y hoy cada vez con más intensidad se trata del activismo, odioso y ambiguo concepto que abarca cualquier cosa que la izquierda diga que debe abarcar.
Los viejos valores incluían tanto el pack básico (educación, aseo y respeto), como el pack moral (valores cristianos), como el pack Premium (virtudes humanas y fundamentos). Así, cruzaban todo el proceso educativo de una forma bastante natural: el mismo maestro de Matemáticas te ofrecía algunas claves en cuanto a virtudes (puntualidad, compañerismo, buena presentación), como el maestro de Biología podía añadir unas pinceladas muy pertinentes de ética a su temario, o como el sacerdote o quien sea en la clase de Religión podría darte una buena cantidad de razones para hacer el amor y no la guerra, tal vez con otras palabras.
Ahora casi todo eso ha quedado proscrito o disuelto en un magma woke, salvo valientes excepciones a menudo individuales. Ha desparecido incluso de buena parte de las escuelas católicas, y ahí quizá hay otro artículo indignado por escribir. Y, por supuesto, de la totalidad de las públicas.
En su lugar, inunda el día a día escolar una marabunta de ideas, eslóganes, celebraciones extrañas, adoctrinamientos en general. Tampoco el ciclo escolar se rige por las peanas del santoral, que era el diapasón del Occidente que una vez fue faro del mundo, de manera que sobre ellas han aupado las diferentes paranoias de la ONU: es decir, de San Pedro y San Pablo hemos pasado al Día Mundial de la Cero Discriminación y al Día Mundial del Amor a los Animales.
La omnipresencia del activismo financiado con fondos públicos da la puntilla a una educación que si no está creando legiones enteras de idiotas es sólo porque aun existe otra institución tradicional, la familia, que se resiste a morir, y que sigue haciendo su trabajo. El activismo racial, el activismo medioambiental, el activismo multicultural, el activismo feminista, son ideas muy interesantes que, por otra parte, resultarían absolutamente innecesarias o redundantes si la izquierda no se hubiera empeñado en eliminar todo rastro de virtudes cristianas del ámbito escolar: desde los crucifijos, que algo decían sobre el sentido del dolor o sobre la entrega por amor, hasta virtudes como la compasión, la generosidad, o la humildad.
La compasión y la generosidad ahora han sido devoradas por el repugnante concepto de la solidaridad (que es algo así como dar por si un día te ocurre a ti lo mismo), la humildad ha cedido todo su espacio a la reafirmación del yo y a las citas del brasas de Paulo Coelho, la paz es un chiste cuando la pregonan gentes en cuyos corazones solo hay guerra, la fortaleza de la generación de cristal es la imagen de los padres amenazando a los maestros que osan educar a sus hijos, y la gratitud es hoy la doctrina de los infinitos derechos impostados, la que en el estado socialista que vivimos hace que todo niño, nada más nacer, crea desde pequeñajo que el mundo entero está en deuda histórica con él.
Desgraciadamente no es una caricatura. El activismo que se inculca en las aulas casi nunca es inofensivo, y quizá su mayor peligro es que a menudo no es intrínsecamente malo, pero sí termina siéndolo, sobre todo cuando se fundamenta en la nada, en la consigna de tres simplezas para colorear, y el vacío moral más absoluta.
¿El mejor favor que los profesionales de la educación podían hacer a sus alumnos? Volver, como sea, a los viejos valores.
Es una expresión que se entiende por si misma. En tiempos de nuestros abuelos, la vida era dura, había que mantener a la familia con un sólo sueldo. a veces incluso escaseaban los alimentos. La gente no tenía apenas estudios y aún así salían adelante. Familias numerosas de incluso más de diez miembros porque entonces no había anticonceptivos.
Y no sólo salían adelante, sino que consiguieron dar estudios a sus hijos y un futuro mejor. Hoy en día, nuestros hijos a menudo tienen menos preparación y un futuro más turbio que el de sus padres. Aparte de la economía, algo debemos haber hecho mal. Muchos jóvenes se creen con todos los derechos y ninguna obligación por su parte.
Madrid, pionera en la implantación de este modelo, da ahora una ligera marcha atrás al retirar la asignatura de Geografía e Historia del programa Miguel Ruiz de Arcaute
Fue una de las medidas estrella en materia de educación del Ejecutivo de Esperanza Aguirre (2003-2012). En abril de 2004, cinco meses después de asumir el cargo de presidenta de la Comunidad de Madrid, la mandataria y su consejero del ramo, Luis Peral, anunciaron la implementación de un programa piloto de enseñanza bilingüe, pionero en España y que posteriormente reprodujeron otras autonomías, en 26 colegios públicos de la región. La bandera de la doble lengua, español e inglés (esta última en un mínimo del 30 % del horario lectivo), fue todo un gancho para multitud de familias, que no dudaron en inscribir a sus hijos para que su aprendizaje del idioma de Shakespeare fuese mucho más rápido, transversal y absorbente. A lo largo de los años, el programa se fue ampliando, tanto en etapas educativas (de Primaria a Secundaria, en 2010; a Bachillerato, en 2014; y al segundo ciclo de Infantil, en 2017) como en número de centros en los que se impartía. Sin embargo, el pasado 20 de diciembre, el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso dio marcha atrás: a partir del curso 2024/25, está previsto que la asignatura de Geografía e Historia deje de enseñarse en inglés y se haga únicamente en español. ¿Qué ha ocurrido? «Hemos analizado que a la hora de estudiar Historia en inglés se produce un detrimento o un descenso tanto en Historia como en Inglés», explicó el consejero de Educación de Ayuso, Emilio Viciana, al realizar el anuncio. El consejero de Educación, Ciencia y Universidades, Emilio Viciana
A partir del próximo curso Madrid acelera el fin del modelo bilingüe para que Historia y Geografía vuelvan a enseñarse en español
El Debate
2 Eso es, exactamente, lo que vienen señalando desde hace años diversas voces dentro de la comunidad educativa. No en esa asignatura, concretamente, sino en el modelo bilingüe tal y como está diseñado. Una de esas voces disconformes corresponde a Acción Educativa, un movimiento de renovación pedagógica radicado en Madrid que lleva más de un lustro reiterando la ineficacia del PBCM (Programa Bilingüe de la Comunidad de Madrid). «Llamarlo enseñanza bilingüe es algo propagandístico. Hubo unos planteamientos más políticos que técnicos al poner en marcha estos programas porque vendían y calaban en una sociedad española con afán de aprender inglés», expone por teléfono a El Debate Miguel Martínez, miembro de Acción Educativa. «Se trata de enseñanzas donde se usa el inglés como medio de instrucción a alumnado que no lo conoce, por lo que los resultados suelen ser igual de malos en todos los sitios donde se realiza». Fallas Martínez explica que, de acuerdo a los datos recabados, solo la mitad, o menos, del alumnado que comienza el programa en Primaria logra continuarlo en Secundaria. Además, dice, genera dificultades de aprendizaje al alumnado con necesidades especiales, ya de por sí lastrados. De su mano, Acción Educativa ha realizado dos informes: uno de 2017, sobre modelos de otros países y fundamentos científicos respecto a la mejor edad para comenzar a enseñar una lengua extranjera; y otro de 2023, publicado semanas antes de la decisión del Gobierno regional, sobre la opinión del profesorado. «Se trata de una muestra limitada de 1.700 participantes, pero en él se recogen las preocupaciones sobre que no se profundizan los contenidos y de que al alumnado con necesidades se le dice que ese programa no es para él». Para él, en definitiva, el enfoque correcto sería, al igual que ya hacen otros países, empezar a enseñar inglés como lengua extranjera y, poco a poco, introducirlo también para la enseñanza de contenidos. Se trata del llamado AICLE (Aprendizaje Integrado de Contenidos y Lenguas Extranjeras), un modelo que apuesta por una introducción gradual hasta la impartición de asignaturas completas en inglés, pero solo a mitad de Secundaria. Es, de hecho, como ya lo hacen algunos centros con secciones lingüísticas de francés y alemán en Madrid. «O tomamos decisiones de política educativa basada en fundamentaciones o seguiremos dedicando dinero de una manera poco eficaz. Dedicar mucho dinero los primeros años parece que no es rentable, cuando si empezaras más tarde conseguirías mucho más», zanja. Partidarios El modelo madrileño, por el contrario, también cuenta con sus defensores. Víctor Pavón, profesor del Departamento de Filología Inglesa y Alemana de la Universidad de Córdoba, es uno de ellos. «En mi opinión, se pueden encontrar varios elementos positivos de este modelo. Por ejemplo, la exigencia de que el profesorado mostrara un nivel C1 [y no B2, como se limitan a exigir otras comunidades] de acuerdo con el MCERL (Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas), los incentivos de los que disponía el profesorado, al menos en sus inicios, la preocupación por efectuar evaluaciones de rendimiento lingüístico y también se podría catalogar como una apuesta adecuada que coexistiesen dos formas de aplicación en lo concerniente al número de asignaturas en la enseñanza secundaria», señala. Aún así, también aprecia defectos en su estructura. «Se trataba de un modelo de enseñanza bilingüe que propugnaba una separación demasiado rígida entre la lengua de instrucción, el inglés, y la lengua materna del alumnado, olvidando los beneficios de las transferencias lingüísticas entre las lenguas y los beneficios del procesamiento cognitivo y la construcción de funciones lingüísticas y estrategias discursivas de forma paralela en ambas lenguas, que es lo que se produce realmente en la mente de un hablante bilingüe. Aún con sus carencias, desde luego era un modelo mucho mejor que el que se quiere implantar ahora».
El modelo de enseñanza bilingüe y de inmersión parcial que tenemos en Europa y en España no es malo ni produce efectos negativos por sí mismo Víctor PavónProfesor de la Universidad de Córdoba Y, ¿por qué es peor este cambio? Según Pavón, dejar fuera del modelo la asignatura de Geografía e Historia «se trata de un error, puesto que se va a privar al alumnado de un tipo de enseñanza que, no olvidemos, no solo tiene un efecto beneficioso en el desarrollo de la lengua extranjera (y de la materna, si se hace bien), sino que lleva aparejado un modelo metodológico que contribuye a mejorar sustancialmente el aprendizaje de los contenidos». «Esto último –continúa– es un hecho avalado científicamente que contradice los juicios basados en intuiciones o experiencias personales que, en muchas ocasiones, son también interesadas. Además, con este cambio se echa por tierra el trabajo realizado por muchos centros y su profesorado para sacar adelante un tipo de enseñanza en unas condiciones que en ocasiones no son las ideales, con un alumnado que puede no llegar a poseer el conocimiento básico necesario y que, sin embargo, han logrado resultados óptimos en muchísimos casos». Tampoco se han ponderado, a su juicio, los documentos adecuados ni se alude, de la misma forma, a los que cimentan la decisión. «En primer lugar, este cambio de rumbo debería estar basado en investigaciones con rigor científico y contrastado con las evidencias científicas que sí que avalan este tipo de enseñanza, pero no se identifica a estos estudios que supuestamente denuncian una situación que no es positiva. Por otro lado, para que las conclusiones de los estudios que supuestamente se esgrimen para defender su postura sean representativos de una realidad debe haber, como decía antes, más rigor científico, y me temo que hay un alto grado de injusticia en la valoración de los resultados que se ha hecho». Para mejorar los resultados del modelo existente, Pavón dice que «debería haber una atención al programa más homogénea y global, con más medios y más formación». «De forma resumida, lo que hace falta es que se forme al profesorado mejor lingüística y metodológicamente, que se apoye el desarrollo de la lengua extranjera para acceder a los contenidos de mejor manera mediante la colaboración de los especialistas de lengua y de contenido en los centros, y que se articulen estrategias para suplementar las posibles deficiencias lingüísticas de algunos de los alumnos con el objeto de no crear grupos favorecidos y desfavorecidos». «El modelo de enseñanza bilingüe y de inmersión parcial que tenemos en Europa y en España no es malo ni produce efectos negativos por sí mismo, lo que debe preocuparnos es que se implemente y se desarrolle de forma correcta», concluye.
Los agricultores conducen sus tractores para llegar a Roma mientras protestan por las presiones de precios, los impuestos y las quejas sobre regulaciones verdes compartidas por los agricultores de toda Europa, en Bolsena, Italia, el 5 de febrero de 2024. (Yara Nardi/Reuters)
Por ITXU DÍAZ
La revuelta de los votantes rurales ha obligado a Ursula von der Leyen a dar marcha atrás en una propuesta de ley antipesticidas.
Uno de los problemas recurrentes del gobierno es que los legisladores escriben leyes sobre cosas que no entienden. En general, pueden hacer leyes de tránsito, o leyes sobre jornada laboral, o leyes sobre lucha contra el crimen, porque al fin y al cabo cualquier político sabe lo que es un coche, tuvo un trabajo real en algún momento de su vida (esperemos) , y al menos ha visto CSI . El problema comienza cuando empiezan a legislar fuera de su campo de conocimiento, como legislar el uso de pesticidas en los campos de cereales, cuando el alcance de su familiaridad con esa industria comienza y termina con su paquete de Kellogg's Corn Flakes.
RINCIPALES HISTORIAS
Teóricamente, las leyes que afectan al campo suelen estar sujetas a la opinión de los profesionales del sector. En la práctica, a esos profesionales a menudo sólo se les permite dar su opinión si sus propuestas no chocan con los postulados de la nueva religión climática. Los agricultores y ganaderos europeos, por lo tanto, han guardado silencio durante mucho tiempo, viendo cómo el Parlamento Europeo, la ONU, Davos y otros organismos de élite los culpan por el calentamiento global, por todo, desde las flatulencias de las vacas hasta el desperdicio de agua, pasando por los pesticidas y la contaminación. desagradable consumo humano de carne.
Después de todo esto, su paciencia para ser el blanco de la culpa se ha agotado.
El mundo rural europeo está contraatacando desde hace varias semanas. Montados en sus tractores, miles de agricultores están bloqueando calles y caminos en ciudades de Grecia, Países Bajos, Italia, Francia, Alemania, Bélgica, Polonia, Rumania y España. Por el momento, han logrado algo histórico: la primera derrota del Acuerdo Verde Europeo, cuando la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció recientemente la retirada de una controvertida ley destinada a imponer una reducción del 50 por ciento en el uso de pesticidas en toda la UE. para 2030. No fue suficiente. Las protestas continuarán, incluso aunque la Comisión Europea haga más concesiones . Además, todo el mundo ha entendido que von der Leyen, principal impulsora de la agenda verde europea, sólo ha retirado la propuesta por miedo a que le pueda costar las elecciones europeas dentro de unos meses. La mayoría de los políticos sólo hacen cosas sensatas en los meses previos a las elecamiones.
Los manifestantes exigieron la retirada de esta ley pero también muchas otras cosas: denuncian que los precios de venta se desploman mientras los costes siguen aumentando, se quejan de la excesiva burocracia y de las regulaciones locales y comunitarias que ponen un sinfín de obstáculos a su trabajo, y, en En particular, protestan contra las constantes restricciones que Bruselas les impone como parte de su acción contra el cambio climático. Restricciones que, por cierto, no siempre son necesarias para los productos importados de fuera de la Unión, lo que permite ofrecerlos a precios más baratos, dificultando así la competencia entre pares. Pero la competencia entre pares es un concepto que no entra en la cabeza de la mayoría de los eurodiputados: derecha o izquierda, no importa; todos sufren de la compulsión por el intervencionismo.
Llama la atención que muchos de los manifestantes exhiban pancartas en sus tractores contra los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030, a los que culpan de gran parte de la ruina que enfrentan. También exigen que los políticos de la UE que legislan día tras día sobre agricultura y ganadería “salgan de sus oficinas y se den un paseo por el campo alguna vez”. Tienen razón al pedirlo, aunque sería más probable que un camello pasara por el ojo de una aguja. He conocido a algunos eurodiputados y les puedo asegurar que más de uno cree que las patatas crecen en las copas de los árboles y que brotan ya fritas.
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El hecho de que los agricultores estén adoptando una postura contra la locura climática de las élites globalistas ha llevado a muchos políticos y medios de comunicación a acusarlos de ser de “extrema derecha”. En España, el gobierno socialista les ha dicho que no representan a los verdaderos trabajadores, que son sólo empresarios reaccionarios montados en tractores.
Pero no penséis que lo que está pasando en Europa es un problema puramente local. Esta guerra en el Viejo Continente es una batalla que afecta a todo Occidente. En Estados Unidos, estos días se debate en el Congreso el proyecto de ley agrícola estadounidense. Los demócratas ya han anunciado que sólo votarán a favor del nuevo proyecto de ley si preserva los fondos climáticos de la Ley de Reducción de la Inflación. Mientras tanto, los republicanos denuncian que el proyecto de ley agrícola solicitado por el presidente Biden es demasiado New Deal Verde y insuficiente agricultura.
La capacidad de los demócratas para observar cómo la izquierda europea comete un grave error y luego se esfuerza por replicarlo en Estados Unidos es impresionante. Los conservadores de ambos lados del océano deberían unirse a los agricultores en sus tractores y esforzarse por infundir algo de sentido común a los eurócratas y a sus imitadores.
Se dice de algo que es muy fácil de conseguir. Yo no creo que nada en mi vida haya sido pan comido. Ni los estudios, ni el trabajo. Tuve muchos problemas. Los embarazos fueron duros y los partos más.
La crianza. Mis hijos estaban siempre enfermos. La adolescencia bastante problemática y la pareja con sus màs y sus menos, como todas. Tal vez ahora podría decir que esta época es la màs pan comido que he pasado hasta ahora. Toco madera.
El modus operandi del Siglo XXI sirve para todo, y es muy sencillo:
funciona en tres pasos, comenzando después de haber introducido una
nueva idea progresista.
Digamos que la nueva idea es que la gente debería comer melón con
palillos. Cuando quienes se oponen expresan su oposición, el primer paso
es una severa negación de que se esté haciendo lo que se está haciendo:
“No es cierto que nadie esté comiendo melón con palillos”
Cuando es obvio para todos que alguien está comiendo melón con
palillos, llega el segundo paso; entonces, la mafia de los palillos
dice:
«Bueno, no veo qué tiene de malo comer melón con palillos»
Cuando se calienta el debate sobre las ventajas de comer melón con palillos, el tercer paso es proclamar:
“El problema aquí es de la gente que está en contra de comer melón con palillos”
Toda idea que se acepta como válida este siglo (la amnistía de los
golpistas, los pactos con Bildu, los recortes obligatorios de emisiones
de CO2, que se juegue la Copa del Rey de fútbol en Arabia Saudí) ha sido
introducida en la sociedad con variaciones de este método.
Esto ha sido bautizado por el astuto comentarista estadounidense Rob Henderson como “Ley de la Imposibilidad Merecida”, que Henderson resume en la máxima: “Eso que dice usted nunca sucederá y, cuando suceda, usted se lo merecerá”.
Canadá es, incluso por encima de EEUU, el ejemplo supremo de esta
ley. En lo que va de siglo, se ha ganado a pulso el título de país más
progresista del mundo, decidido a arrasar con toda su historia y
tradición, y a reemplazar a su población con inmigrantes que molan mucho
más y, por pura coincidencia, trabajan por la mitad de salario que los
nativos.
Un ejemplo reciente de la afición canadiense por la imposibilidad
merecida, que muy pronto estará también en todas las pantallas
españolas, es la ley local de eutanasia. En España, la Ley de Eutanasia se aprobó en 2021,
ya saben, solo para un puñado minúsculo, pequeñísimo de nada, de casos
de pobre gente con enfermades terminales muy, muy específicas que les
impiden comprar en Amazon barbitúricos para darse una sobredosis y
recibirlos a domicilio. En Canadá van con adelanto, y su ley se aprobó
en 2016.
En ambos países tuvimos el baile de “no, nunca habrá ley de
eutanasia” luego seguido de “pues no sería tan mala idea” y culminado
con el muy paradójico “solo los nazis están en contra de la eutanasia”
(véase “Nazismo, Historia del”). Lo que pasa es que los cinco años de ventaja de Canadá nos permiten echar un vistazo al futuro próximo de España.
El gobierno canadiense publicó recientemente su cuarto informe anual sobre su “régimen de suicidio asistido”: la conclusión principal es que, en 2022, el 4,1% de todas las muertes en todo el país fueron resultado de suicidios facilitados por el Estado, casi un punto más que en 2021.
De todos los muertos, cientos de víctimas no estaban enfermos, mucho
menos terminales, en el momento de sus suicidios subsidiados por el
estado canadiense. De entre los miles que murieron solamente en la
provincia francófona de Quebec, se han encontrado numerosos casos
de gente que probablemente no quería que se le aplicara la ley, y a la
que, con la ley en la mano, no se le podía aplicar el suicidio asistido.
Se lo repito despacito, para que lo entiendan claro: el estado canadiense usa el dinero de los contribuyentes para asesinar a ciudadanos y residentes en el país, de forma frecuentemente ilegal. Y no pasa nada.
Es la Ley de Imposibilidad Merecida, y no la Ley de Eutanasia, la que
acaba siendo aplicada: originalmente, quienes buscaban la muerte
facilitada por el Estado debían tener al menos 18 años de edad y padecer
una «condición médica grave e irremediable» que les causara «un
sufrimiento físico o psicológico duradero que les resultara
intolerable». Además, tenían que estar en un «estado avanzado de declive
irreversible» tras el cual la muerte era resultado probable en un
futuro previsible.
Esto duró poco, tontorrones. En 2019, un juez del Tribunal
Superior de Quebec dictaminó que las personas que sufren pero no van a
morir o no acaban de morir también tienen el derecho constitucional a
ser sacrificadas. ¿Por qué no? Aprobó las oposiciones a la judicatura, así que él sabe quién debe vivir o morir.
Aprovechando las ayuditas de los jueces colegas, las reglas se han
relajado desde entonces, lo que permite sacrificar a quienes padecen,
entre otros, trastornos de estrés postraumático, depresión, ansiedad y
otros problemas que les agobian.
En junio de 2022, Quebec adoptó una nueva ley que
permitía a las personas con «una enfermedad grave e incurable, como el
Alzheimer», solicitar que el gobierno los sacara de la circulación con
años de antelación. La legislación también otorgó acceso a la eutanasia a
personas con discapacidades significativas y persistentes que por lo
demás estaban sanas y permitió a los médicos del gobierno ejecutar a
pacientes que consintieran en lugares distintos de los hospitales, para
reducir las listas de espera.
Con todo esto, hemos pasado de 1.018 eutanasias en Canadá en 2017 a
más de 13.000 en 2022. Cuando uno va a un hospital canadiense, es
ya casi una rutina que se acerque un “trabajador social” a darte un
folleto en el que se explican las opciones de subsidio asistido,
por si acaso estás harto de los catarros o las lesiones de tobillo, y
prefieres quitarte de en medio rápido. Si eres muy viejo y muy blanco, y
llevas un periódico facha bajo el brazo, creo que te ofrecen pincharte
ahí mismo, según entras, que ya basta de contaminar el planeta con tu
racista CO2, machirulo.
Muy pronto, el suicidio asistido y subsidiado por el estado será la
causa principal de muerte en Canadá. Antaño, la gente primitiva
rechazaba el suicidio y lo consideraba un tabú, y enviaba a los bomberos
para evitar que saltaras: ahora el estado te empuja para que vayas más
rápido, y el problema aquí es de la gente que está en contra de comer
melón con palillos.