El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
-Usted detalla las diversas aplicaciones de la
gestación subrogada en todo el mundo. ¿Qué nos dicen las sucesivas
prohibiciones de la gestación subrogada comercial en los países del
Sureste Asiático?
-En la década de 2000 se puso en marcha en la India un sistema que ofrecía una gestación subrogada "de bajo coste".
El modelo, diseñado para atraer a una clientela internacional, tuvo un
éxito inmediato con la apertura de numerosas clínicas y precios
bajísimos gracias a muchas "madres de alquiler" pobres cuya motivación
económica era muy clara. Entonces se comprendió que esto funcionaba muy
bien, pero que generaba muchos excesos y ultrajes: no se
respetaba a las mujeres, se las alojaba lejos de su casa, eran vigiladas
y reducidas a "vientres", sometidas a exámenes médicos, por una
remuneración ridícula. En la lógica de la rentabilidad, se las inseminaba con cinco o seis embriones, y luego se procedía a la reducción embrionaria si el cuerpo no podía soportarlo...
Ante las monstruosidades que se estaban perpetrando, el país dijo
"basta" y comenzó cerrando las fronteras a las parejas homosexuales y a
los solteros, y luego a todos los extranjeros.
»Pero como esto no era suficiente, la gestación subrogada fue muy
regulada. Al tratarse de un sector muy lucrativo, las tecnologías y los
conocimientos indios se exportaron después a los países vecinos, y
volvieron a producirse los mismos excesos, lo que obligó a los países, sobre todo por su imagen internacional, a restringir sucesivamente la gestación subrogada a la gestación subrogada supuestamente ética.
»Sin embargo, en mi libro demuestro que, una vez que se han
establecido la tecnología y las redes de médicos, aunque se intente
limitar la práctica, la red se pone en marcha... Tan pronto como se establece un mercado legal, surge un mercado ilegal.
Una vez adquiridos los conocimientos médicos para separar el embarazo
de la genética, la prohibición queda anulada: las "madres de alquiler"
siempre pueden cobrar por debajo de la mesa. Las mujeres que están
dispuestas a gestar y dar a luz sin compensación económica son
extremadamente raras, si no inexistentes, en los países pobres.
Hace más de quince años que escribo en internet y siempre he tenido el anhelo secreto de que me admitieran en un publicación digital. De hecho, empecé con una pero la tuve que dejar. Hace un año me ofrecí a otra página que suelo visitar y me dijeron que sí les interesaba. Sin embargo, no han hecho más que darme largas desde entonces. Ni siquiera busco una remuneración. Me basta con el prestigio. Sólo quería demostrar públicamente que tengo capacidad para escribir.
Cada día suelo leer cerca de una decena de artículos periodísticos, aparte de los blogs, y, aunque suene fatuo, la verdad es que la mayoría me parecen deslavazados, repetitivos o claramente insulsos. Sin embargo, esos autores tienen el reconociento que desean porque seguramente poseen los contactos necesarios y una preparación formal para el puesto. Esperar que se fijen en mí, ama de casa bloguera, ya sé que es demasiado pedir, pero de ilusión también se vive.
Hace ya muchos años que la izquierda viene usando varias
palabras-policía para demonizar al que discrepa de sus dogmas
ideológicos. Uno de sus términos favoritos es “ultraderecha”.
Con esta palabra, curiosamente, la izquierda pretende lograr
que se identifique cualquier posición liberal, conservadora o cristiana
con el fascismo y el nazismo, a pesar de que esas ideologías
totalitarias surgieron del socialismo, que es una ideología
izquierdista. Recordemos que Benito Mussolini militó en el Partido
Socialista antes de formar el Partido Fascista, y que Adolf Hitler llamó
a su partido, significativamente, “Nacional-Socialista”. El
afán de la izquierda por señalar como ‘ultraderechistas’ a todos los
disidentes se ha ido ampliando de tal forma que casi cualquier cosa
puede ser hoy ‘ultraderecha’, incluso cosas tan normales como las siguientes:
El patriotismo: tanto el socialismo como el
comunismo son ideologías internacionalistas, por lo que han puesto un
especial empeño en criminalizar un sentimiento tan legítimo como es el
amor a la Patria. Es por eso que la izquierda en España ha
venido tachando sistemáticamente como ultraderechista y facha a todo el
que hacía gala de un patriotismo sin complejos, pero sin poner nunca motes parecidos a los que profesan un nacionalismo extremo y excluyente basado en el odio a España.
La maternidad: en 2011, el Partido Socialista lanzó una absurda acusación
contra el gobierno regional gallego de querer “exportar a Galicia el
modelo familiar de la ultraderecha” por el mero hecho de implementar un
plan de apoyo a la maternidad.
Pedir ayuda para madres embarazadas sin recursos: la izquierda lleva su apoyo al aborto hasta unos extremos grotescos. En 2019, un dirigente del Partido Socialista de Málaga tachó de “ultraderecha” a Vox por pedir ayudas para las embarazadas sin recursos para que no se vean obligadas a abortar. El PSOE ya había lanzado la misma acusación contra el PP en Galicia en 2009 por apoyar una iniciativa legislativa de apoyo a la mujer embarazada.
En vista de todo lo anterior, empieza a resultar obvio que el
problema no está en esas cosas normales que disgustan a la izquierda,
sino en que la izquierda quiere demonizar todo lo que es bueno,
justo y sensato para poner en su lugar sus disparates ideológicos, que
nadie se atreva a discutirlos e ir, así, limitando cada vez más la
libertad de pensamiento y de expresión. Personalmente hace ya
tiempo que me importa un bledo que a esa izquierda le parezca mal que
defienda cualquiera de los puntos que acabo de exponer. Es más: si
esa izquierda irracional, totalitaria y sectaria me llama
“ultraderechista” por defender todo esto, me lo tomo como un piropo. Lo que me preocuparía sería recibir elogios de unos fanáticos.
Cuando empezaban las navidades, yo estaba como siempre con pocas ganas porque no soy amiga de festejos multitudinarios. Sin embargo, no me imaginaba que estas fiestas iban a ser tan poco convencionales como resultaron ser. El día venticinco vimos a mi suegra y estaba estupenda como de costumbre. Cuatro días después se rompió la cadera e ingresó en el hospital. El día siete de enero daba yo positivo en covid, aunque ya llevaba un par de días mal.
Así que la semana siguiente la tuvimos que pasar todos en casa, y yo no podía hacer nada por no contagiar los objetos de uso cotidiano. De manera que vimos muchas películas y nos aburrimos un poco. Mientras, retrasaron la operación de mi suegra a causa del sintrón y ella fue empeorando rápidamente. El día trece de enero a mí me daban el alta y el día quince falleció mi suegra. Después tanatorio, funeral, entierro. Y el día veintiuno de enero siento que empiezo a recobrar la normalidad. Un mes para olvidar.
Frente al globalismo que pretenden imponernos desde allende los mares, existe el nacionalismo de cada país. En España está muy mal visto porque se abusó un poco del concepto con Franco. Pero eso no significa que no siga vigente. Los españoles somos el país del mundo, yo creo, donde peor concepto se tiene de la nación y del patriotismo. Sin embargo, basta con salir al extranjero para darse cuenta de que tenemos valores y cualidades muy difíciles de encontrar ahí fuera.
España cuenta con un clima y una variedad de paisajes impresionante. Por eso es destino turístico del mundo. Pero además tenemos una mentalidad, o la teníamos, no sé, de disfrutar la vida que hace que todos se sientan a gusto aquí. Además contamos con historia y cultura a raudales. Muchos españoles desconocen la mayor parte de esto porque se limitan a ir a la playa. Y además una relación especial con muchos países del mundo. Motivos de sobra para estar orgullosos.
Pero tenemos un defecto fatal, y es la facilidad para caer en ideologías y dogmas ajenos y dejarnos influenciar hasta el punto de perder las raíces y la perspectiva. Eso es lo que siempre nos ha perdido. El divide y vencerás. Ojalá algún día recordemos lo que nos une.
Fue abortada pero sobrevivió, y hoy es periodista, esposa y madre feliz: «El Señor es mi fuerza»
Massiel Moreno, que
sobrevivió al aborto cometido por su madre, ha encontrado la felicidad y
el amor gracias a la fe, el matrimonio y la familia (Imagen:
Instagram).
A las 24 semanas de gestación, Massiel Moreno medía ya 30 centímetros y un aborto fallido provocó su nacimiento hace ya 37 años, asfixiada y con parálisis cerebral. Hoy es periodista, una madre y esposa feliz y se ve a sí misma como "la voz de los que no tienen voz". Ha contado al canal Haciendo Iglesiaque Dios siempre fue "su bandera y esperanza".
Asfixiada, 3 meses en incubadora y abandonada
"El diagnóstico era que no iba a sobrevivir", relata Massiel. Al nacer pesó 1,7 kilos.
"Como el nacimiento había sido muy abrupto, en medio de la asfixia, no
sabían las consecuencias que me provocaría", explica. Desde entonces, una diplejía espástica le genera un excesivo cansancio y falta de fuerza en el cuerpo.
Así es la ecografía en 3 dimensiones de un embrión de 24 semanas de gestación, como Massiel.
Pasó cerca de 3 meses en la incubadora y su madre le abandonó en el hospital. "Un asistente social se encargó de mi futuro y mis padres -Osvaldo Moreno y Álvara Pinto- llegaron a mi vida.
Estaban buscando un hijo, y cuando se les presentó la oportunidad no
dudaron en adoptarme pese al diagnóstico, que era bastante negativo",
afirma.
Una niña presa de la rabia y la incomprensión
Massiel recuerda el día en que a los 9 años, su madre adoptiva le contó toda la verdad. "Era un 9 de abril. Mi mamá lloraba mucho, llevaba muchos días hablando en secreto con mi padre y la veía sufrir", menciona.
-"Mamá, si tienes algo que contarme, hazlo", le dijo.
-"Massiel, ¿qué pasaría si no hubieras nacido de mí?"
"Fue fuerte. Yo era pequeña y no entendía el hecho de que me hubieran abandonado o no quisieran que yo naciera", recuerda.
Tras conocer la historia, Massiel empezó a preguntarse por sus padres y a cuál de ellos se parecería. "Sentí rabia, y me desahogaba escribiendo a mi madre biológica".
"Soy esa hija que no pudiste tener", le escribió. "Ya tengo 9 años,
voy al colegio. Me va bien, me gusta escribir, no me gustan las
matemáticas y hago ejercicios todos los días. Me cuesta caminar, a veces
quisiera bailar y no puedo, y no tengo buena voz para cantar. Tengo
amigas en el colegio. Creo en Dios y a veces pienso en ti y me imagino
que sufres por mi ausencia".
Estudiante, periodista y madre feliz
Pese a las dificultades que conlleva la parálisis en su día a día, Massiel fue al colegio y a la universidad. Se graduó en periodismo en 2012.
Cuenta que siempre vivió "con la rabia de la impunidad", sabiendo que "esa gente [sus padres biológicos] eran los culpables" de su dolor y dificultades.
Sin embargo, la rabia se disipó cuando una nueva familia llegó a su vida.
Massiel, el día de su boda con Gonzalo, con quien tuvo dos hijos.
"Hace unos años conocí al amor de mi vida. Nos enamoramos y dos años después nos casamos", mencionó ante la Comisión de Salud del Senado en Chile.
"A mi marido nunca le importó mi discapacidad. Queríamos
formar una familia, me quedé embarazada y disfruté mucho de mi
embarazo", recuerda, pese a que todos los médicos le decían que era "una
irresponsabilidad" debido a su estado de salud.
"Cuando nació Trinidad, no la pude abrazar, pero la pusieron sobre mi cuello y fue el primer contacto que tuve con mi bebé. Yo, que fui abortada y nací viva, estaba trayendo al mundo otra vida", afirma. Poco después, un segundo hijo llegó a su vida, Josué.
Massiel y Gonzalo con sus dos hijos, Trinidad y Josué.
"Dios me devolvió la esperanza"
A día de hoy, Massiel se ve a sí misma "como el testimonio vivo de un aborto", que le ha generado importantes dificultades en su día a día.
"No es solo el hecho del aborto, sino también una vida discapacidad. Tengo una parálisis cerebral que no me deja caminar y problemas de psicomotricidad fina", enumera.
Cuenta que nunca se ha quejado de ello, pero vive condicionada por las limitaciones a la hora de trabajar o criar a los niños. "La primera vez que fui madre sufrí mucho, porque me sentía inútil", relata.
Sin embargo, explica que en una vida marcada por el abandono, el dolor y la dificultad, la fe siempre ha sido esperanza. "El día que conocí a Dios, se lo llevó todo. Me devolvió la esperanza. Esa esperanza que me ha dado el Señor es mi fuerza", afirma.
Voz de los que no pueden hablar
Armada con la fe, el amor de sus padres adoptivos y su propia familia, Massiel ha convertido la defensa de la vida en su misión.
Una labor que le ha llevado a poner su historia sobre la mesa de los parlamentos de Argentina y Chile
para "ser la voz de los que no pueden hablar" y defender una vida que
comienza "en la concepción", "desde que Dios deposita el aliento de vida
en nosotros".
"Nadie habla de los derechos del que está por nacer porque no
se puede defender. La lucha tiene que ver con eso, con ser esa voz, con
llamar a la conciencia de las mujeres y decirles que no es su cuerpo,
sino otro distinto. No es su derecho a elegir, es la vida de otra
persona", afirmó en el parlamento argentino.
"Soy una mamá feliz, pero lo sería más si alguien hubiese defendido mis derechos
, si alguien en el parlamento chileno hubiese levantado la voz, si una
ley como la que nosotros aprobamos se hubiese detenido", expuso ante los
diputados.
"Se habla del aborto seguro y de la libertad de la mujer pero, ¿quién defendió mis derechos? ¿Quién alzó la voz por mí y defendió la vida feliz que pude haber tenido?", preguntó.
En el mismo parlamento se dirigió a las madres que se plantean
abortar buscando evitar que queden marcadas "de por vida, porque no hay
ley que supere o merme la condena propia y la culpa".
"Esperad hasta el fin del embarazo, y si no nace el instinto y el amor, entregarlo en adopción.
Vine aquí para crear conciencia, porque soy el testimonio vivo de un
aborto y vivo el día a día con la palabra aborto en mi frente",
aconseja.
"El hecho de hablar de mi habla un poco de Dios", concluye Massiel,
"porque hasta un ateo ve a Dios en mí. Todo lo que he logrado y hecho
contra todo pronóstico es por Su mano, gracias a Él, y nada es mayor que Dios. Esa es mi bandera".
No de covid. Tenía noventa y siete años pero estaba muy bien. Tanto que vivía sola y era autónoma. Mi suegra era una fuerza de la naturaleza. Sobreviviente de la guerra civil y la muerte de tres hijos, mantenía unida a la familia y allegados como una matriarca de otro siglo. Con ochenta años todavía se bañaba en el mar, con noventa veraneaba en la montaña, y todavía ahora presumía de ser capaz de llevar las cuentas de su casa sin ayuda. Por eso pensábamos que era eterna.
Mi suegra era un anuario ilustrado, porque recordaba con todo detalle a cuantas personas pasaron por sus vidas con sus historias. Su conversación era una suma de anécdotas, aunque ya con los años repetía muchas. Sus hijos todavía estaban pendientes de su opinión y su bienestar. Mi suegra era un libro de historia con vida. Desgraciadamente todo acaba, y en este caso fue una rotura de cadera, que al final pudo con sus fuerzas y su voluntad de vivir. Descanse en paz. Qué huérfanos nos has dejado
Ya saben que el Papa ha abogado, durante estos meses de pandemia, por
la vacunación contra el coronavirus; de hecho, en el Estado del que es
jefe, es prácticamente obligatorio inocularse alguna de las vacunas contra el covid si quieres seguir trabajando y el Pontífice ha descrito el hecho de vacunarse como un «acto de amor».
Sin embargo, parece que no todos en la Iglesia católica son de la
misma opinión. El último caso lo hemos podido ver en las últimas horas
en las redes sociales: un sacerdote de Madrid, Jesús Silva, que cuenta
con miles de seguidores, explicaba en Twitter por qué había decidido no
vacunarse.
Aquí les dejamos sus argumentos:
«Razones por las que no me vacuno (por orden de importancia).
– Se desconocen con exactitud los componentes de los viales y su repercusión en el organismo.
– Se desconocen los efectos secundarios a medio y largo plazo.
– A corto plazo presentan efectos secundarios (trombos, muertes
repentinas, abortos) cuyo riesgo no compensa a alguien de mi rango de
edad.
– La implicación de la industria BifPharma y su interés en la
extensión de estos viales resulta sospechosa por sus repercusiones
económicas.
– Los que buscan una reducción de la población mundial son los mayores promotores de la vacuna, lo cual resulta sospechoso.
– Estos filántropos tienen además la mayor parte de las acciones
económicaa de todas las grandes farmacéuticas que producen los viales.
– Tengo anticuerpos de larga duración, que sería lo ideal para toda
la población si se dejase curso libre al virus, con medicamentos
atenuantes de los síntomas y protegiendo a los más vulnerables (enfermos
y ancianos); por esto, no puedo contagiarme ni contagiar.
– El mero hecho del intento de imposición directa o indirecta de una
vacuna experimental en un Estado de Derecho supone una vulneración de la
libertad.
– El trato discriminatorio hacia los no vacunados supone una vejación hacia la igualdad y la dignidad.
– La eliminación sistemática de las redes de todos los estudios
científicos que no concluyen lo mismo que los financiados por la
industria BigPharma hacen aún más sospechosa toda esta actuación
mundial, y me inclina a pensar que no hay inocencia ni filantropía en
este empeño.
– El enfrentamiento y el hostigamiento civil en ocasiones por parte
de otros ciudadanos a que está llevando la discriminación hacia los no
vacunados recuerda a los planes que buscan dividir a la sociedad para
que sea más manejable (divide y vencerás, solve et coagula).
– El miedo a que se somete a la población con la pandemia y la
existencia de no vacunados fomenta que los ciudadanos estén dispuestos a
renunciar a su libertad en aras a la seguridad que les da un Estado
cada vez más totalitario a nivel global.
– Hay serias dudas sobre si la vacunación de la población en base a
algunas pequeñas partes del ARN del Covid puede provocar que éste mute
tan rápido como lo está haciendo y aparezcan nuevas variantes que estén
haciendo inválida la vacunación.
– La vacunación no exime de contagiarse y contagiar, y no hay datos
claros sobre que realmente impida la gravedad al padecer de nuevo el
virus.
– Muchas personas están muriendo por causas desconocidas; de las que conozco, todas vacunadas».
Tras exponer todas estas razones, el sacerdote madrileño dice que
sólo pide «respeto y seriedad», e invita a se piensen bien todos los
factores. «Se está etiquetando («negacionistas») a los que no queremos
vacunarnos y se nos está acusando de ser unos criminales», señala.
«Tenemos nuestras razones (al menos yo), y al tener anticuerpos no
puedo contagiar, por lo que no estoy siendo irresponsable. Tampoco la
vacuna asegura nada, pues no hay estudios cien por cien fiables, por lo
que aún no teniendo anticuerpos no me vacunaría», confiesa Silva.
El párroco invita a «pensar» y «respetar». «Los anti-vacunas no somos
idiotas (al menos no todos). El tiempo dará la razón a quien la tenga.
Entretanto hay mucha gente sufriendo y muriendo. Y no sabemos qué
efectos tendrá esto a largo plazo», indica.
«Puede que sea peor el remedio que la enfermedad, aún es pronto para
saberlo, pero hay motivos razonables para planteárselo y objetar a la
vacuna. Restringir el acceso a determinados servicios a personas que han
ejercido su derecho a la objeción es totalitario y antidemocrático»,
afirma el sacerdote.
Finalmente, termina con una reflexión sobre la muerte: «Ánimo a todos
y, sobre todo, estemos preparados por si la muerte nos sorprende hoy.
Que parece que se nos ha olvidado que de algo se muere. Cuidemos
nuestros cuerpos, pero ante todo cuidemos nuestras almas. Y respetemos a
los demás. Siempre».
Las reacciones han sido en su mayor parte positivas; sin embargo,
algunos han sido críticos, como Alejandro Alfonzo, que le contesta: «Con
todo respeto y cordialmente: si nuestros padres hubieran aplicado mismo
razonamiento para decidir no vacunarnos contra graves enfermedades en
los niños (Ej. Sarampión, Polio, Fiebre Amarilla, Tosferina, Viruela,
etc.), hoy aún esos males estarían haciendo estragos». No son la misma clase de vacunas.
El miércoles pasado me hice la prueba de anticuerpos porque no me encontraba bien. Tenía escalofríos y dolores musculares y de cabeza. Me dió positiva. Estuve un par de días como con gripe, con cansancio e insomnio y finalmente me dió dolor de garganta otro par de días. El martes ya estaba bien, pero entonces me desapareció el gusto. Me han dicho que en teoría el jueves ya puedo estar de alta, si doy negativa en la prueba. Espero que así sea.
No me encontrado demasiado mal, sólo con mal cuerpo. Lo más difícil de llevar ahora es el aburrimiento porque en casa no me dejan hacer nada. No sabía cuánto echaría de menos poner el lavaplatos y recoger la ropa tendida. Al menos ha servido para que tenga mucho mejor la tendinitis del brazo izquierdo. Lo que me preocupa ahora es poder contagiar al gato, porque los demás están vacunados y dan negativo. A ver si me libero para el fin de semana. Ya tengo pasaporte covid.
Dicen que una sociedad se juzga por la forma en que trata a los animales. Antes de llegar a tantísima virtud, yo diría que una sociedad se define por su respeto a la dignidad de la vida humana, desde su concepción hasta el último aliento. El primer examen —el de los animales— lo aprobamos de largo, recuerden el episodio de Excalibur; el segundo no estoy tan segura. O sí.
Resulta curioso que el mismo año en el que se ha aprobado la Ley de
Eutanasia en España -en un momento en el que la comunidad médica pide
más dotación para los cuidados paliativos- se haya modificado nada menos
que el Código Civil, la Ley Hipotecaria de Enjuiciamiento Civil y la
Ley de Enjuiciamiento Civil para calificar a los animales como seres sintientes. Según el nuevo artículo 333 bis del Código Civil, los animales son seres vivos dotados de sensibilidad.
Este tema de la sensibilidad, tan de moda en estos tiempos en los que se habla incluso de ‘sensibilidad territorial’ -los territorios sienten-, es el que ha llevado a nuestros políticos a legislar de forma lo más acorde posible a la especial sensibilidad que la sociedad ha desarrollado respecto a los animales, que es muchísima. Me parece bien. Somos muchos los que queremos a nuestras mascotas, las cuidamos y las mimamos, pero somos muchos todavía los que apreciamos que la vida humana en cualquiera de sus estadios es superior a la vida animal y observamos atónitos cómo su trato legal es inversamente proporcional al que tienen los animales. Que Phoebe, mi maravillosa westy, me perdone. Por fortuna, mi ser sintiente no sabe leer.
Tendremos que reconocer que lo que subyace en el orden de valores imperante no es otra cosa que nuestro YO sobre todo lo demás
Más de uno pensará que estoy mezclando churras con merinas. No pasa
nada. Continúo. Si hacemos un mínimo ejercicio de honradez, nos daremos
cuenta de que nuestros supuestos valores se basan en pura hipocresía y
tienen sus cimientos en el egoísmo más grosero. La España de la
solidaridad, de la empatía, de la cursilería total, se hace cruces con
la tauromaquia y el lobo, pero considera el aborto un derecho
fundamental de la mujer y, en la práctica, a nuestros mayores
como una molestia. Por supuesto, nadie va a reconocer esto último en voz
alta, pero si nos remitimos a la experiencia podremos constatar cómo,
por ejemplo, el drama producido en las residencias durante la pandemia
ha sido utilizado por la mayoría de los políticos más como una
herramienta de batalla que como una preocupación real por la dignidad y
el sufrimiento de los ancianos.
La ¿cultura? occidental, remilgada, sensible y exquisita con
el vocabulario hasta la náusea para ciertas cosas, se caracteriza por
huir del compromiso y el sacrificio. La vejez nos resulta perturbadora.
Es el espejo que nos recuerda que somos mortales, que no siempre seremos
jóvenes, guapos y ágiles. La mayor demostración de decadencia de nuestra sociedad es el trato displicente que se da a los mayores
y la facilidad con que les damos por amortizados. Somos tan idiotas que
creemos que no nos pueden aportar nada y, por tanto, no son dignos de
nuestro valiosísimo tiempo.
Si abandonamos un ratito la palabrería barata y mitinera, tendremos que reconocer que lo que subyace en el orden de valores imperante no es otra cosa que nuestro YO sobre todo lo demás. No existe nada por encima de mi bienestar. En la mayoría de los casos, un embarazo no deseado se considera tal porque llega en un momento en el que va mal para mi vida profesional, mi relación sentimental, mi momento vital, mi situación económica, mi, mi, mi infinito.
El feto es un
quiste o un bebé en función de mis apetencias y conveniencias personales
que para eso soy mujer y, por tanto, ser de luz
El Ministerio de Igualdad y su Instituto de las Mujeres, que tiene dinero para asar mil vacas al más puro estilo psoeandaluz, está más interesado en ampliar el mal llamado derecho al aborto y alcanzar el último palmo del territorio patrio con sus chochocharlas y su ideología barata basada la idea de que el hombre es la base de todos los males, que en ayudar a la mujer con dificultades -que las hay- para sacar adelante su embarazo. Vade retro.
Nos quieren prohibir incluso sugerir alternativas. El feto es un quiste
o un bebé en función de mis apetencias y conveniencias personales que
para eso soy mujer y, por tanto, ser de luz.
Al final, estamos con el comamos y bebamos que mañana moriremos; con el ‘YOLO’-you only live once-; con el carpe diem. Queremos vivir tanto y tan bien que hemos olvidado lo que de verdad es la vida: tiempo para nacer y tiempo para morir; tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para abrazarse y tiempo para despedirse.
La somalí Ayaan Hirsi Ali -que sufrió mutilación genital en
la infancia, pidió asilo en Holanda para escapar de un matrimonio
forzado y vive desde 2004 bajo protección policial tras participar en el
cortometraje “Sumisión”, del asesinado Theo Van Gogh- es una de las voces más interesantes del panorama actual. Su reciente libro “Prey” analiza cómo la inmigración musulmana a Europa está minando los derechos y seguridad de las mujeres en zonas cada vez más extensas del continente.
Veamos algunos ejemplos expuestos por Ali. Es importante entender que no se trata de anécdotas, sino de categorías.
– En 2016, el MENA Hussein Khavari (que había
alegado ser un menor afgano para solicitar asilo: en realidad era iraní y
mayor de edad) derribó de su bicicleta en Freiburg a Maria Ladenburger,
una estudiante de Medicina de 19 años. La mordió, inmovilizó y violó;
después la arrojó al río, donde se ahogó. Cuando el tribunal le preguntó si se arrepentía, contestó que “era sólo una mujer”. Fue condenado a sólo 15 años de prisión.
– En 2017, en Borlänge (Suecia), un somalí de 17 años
llamado Mohamed siguió hasta los WC femeninos de un centro comercial a
una chica de 13 años, la arrojó sobre una mesa y la violó. La amenazó
con “cortarle el cuello” si le denunciaba a la policía. Detenido, se
supo que había cometido antes otra violación, además de numerosos robos.
El tribunal suecosólo le condenó a 150 horas de trabajo comunitario.
– Las autoridades británicas intentaron en 2018 expulsar al
solicitante de asilo somalí Yaqub Ahmed. El avión no llegó a despegar: varios pasajeros occidentales se rebelaron, coreando “¡dejadle salir!”.
Piloto y escoltas cedieron. Los muy progresistas viajeros debieron
tener un subidón de autoestima antirracista. Lo que probablemente
ignoraban es que Ahmed iba a ser deportado porque había violado a una chica de 16 años.
– En Rotherham, Rochdale, Telford, Newcastle, Peterborough,
Oxford y otras ciudades británicas han estado funcionando “grooming
gangs” (bandas que engatusan a menores de edad inglesas, sosteniendo
relaciones con ellas y prostituyéndolas) formadas mayoritariamente por
inmigrantes musulmanes (muchos, de segunda o tercera generación). Se
estima que unas 1.400 menores fueron prostituidas entre 1997 y 2014.
Hijas de familias desestructuradas, madres solteras, etc., sus
corruptores las atraían ofreciéndoles comida, alcohol, drogas, cartas de
teléfono móvil… La policía conocía lo que ocurría, pero declinó actuar por miedo a posibles acusaciones de racismo.
Los jueces que juzgaron a las bandas de Telford y Keighley anotaron que
los convictos se mostraron “despectivos y arrogantes” durante el
proceso, y que veían a sus víctimas “como objetos sexuales que podían
usar y tirar”.
– En la Nochevieja de 2015, cientos de solicitantes de
asilo recién llegados de Oriente Medio y Africa se sumaron a las
celebraciones callejeras junto a la catedral de Colonia. Rodearon a las
mujeres, las separaron de los hombres que las acompañaban y las
agredieron sexualmente, al tiempo que les arrebataban carteras y
móviles. Los migrantes formaron “círculos del infierno”; las
mujeres atrapadas en su centro eran sobadas por decenas de manos
dirigidas a sus pechos y entrepierna, cualquiera que fuese su edad o
vestimenta. La policía emitió el día siguiente un comunicado ocultando
los hechos y explicando que las celebraciones habían sido “mayormente
pacíficas”. La prensa intentó silenciar el asunto. Los primeros blogueros en denunciar los hechos fueron tachados de racistas.
Al cabo de unas semanas hubo un reconocimiento oficial: el asalto
sexual había sido masivo, y 661 mujeres habían presentado denuncias.
Además, se habían producido escenas similares en Hamburgo, Stuttgart,
Düsseldorf y Bielefeld.
Uno de los méritos de Hirsi Ali es haber podido abrirse paso a través de la cortina de silencio mediático, policial y estadístico
para demostrar que hechos como los aquí enumerados no son casos
aislados, sino ilustrativos de una tendencia general incuestionable. La población musulmana en Europa era de 25’8 millones de personas en 2016. Se incrementa a razón de cientos de miles al año. Dos tercios de los inmigrantes musulmanes son varones. De ellos, un 80% de menos de 35 años.
Esos jóvenes musulmanes están enormemente sobrerrepresentados en las estadísticas de violencia sexual. La gran avalancha migratoria de 2015-16 es la explicación del importante repunte de las agresiones sexuales en muchos países europeos. En Dinamarca se incrementaron en un 102% entre 2014 y 2017.
En Inglaterra y Gales, un 70% en el mismo periodo. En Francia, un 20%
en sólo dos años (2017-18). En Alemania, un 41% entre 2015 y 2017.
En Austria, el 55% de los procesados por violación en 2018 eran extranjeros.
En Dinamarca, los extranjeros -que sólo representan el 13% de la
población residente- son el 40% de los violadores. En Suecia, un estudio
de 2005 demostró que la probabilidad de que los inmigrantes incurrieran
en delitos sexuales era cinco veces superior a la de los nativos. De 16
personas detenidas por agresión sexual en el festival musical “We are
Sthlm” en 2015, 15 resultaron proceder de Oriente Medio y Africa. Según
el Observatoire National de la Délinquance et des Réponses Pénales, 220.000 francesas fueron acosadas sexualmente en el transporte público en 2014 y 2015, con agresiones que iban desde besos no deseados hasta violaciones.
Un informe (2014) de la Agencia de la Unión Europea para los Derechos Fundamentales indicó que casi la mitad de las europeas ya habían cambiado sus costumbres y restringido sus movimientos como respuesta a la nueva amenaza.
Las mujeres renuncian a correr en el parque, modifican sus itinerarios
para evitar ciertas zonas, dejan de ir a las piscinas públicas… Florecen
la ropa deportiva anti-violación y las aplicaciones para móvil que indican las áreas urbanas peligrosas. “El café debajo de mi casa, que antes era un agradable bistro,
ahora es un antro lleno de [sólo] hombres. Me llevo mi ración de
comentarios obscenos cada vez que paso por delante”, cuenta una vecina
de La Chapelle-Pajol, en el Distrito 18 de París. La masculinización de los bares
no es formal (no hay letreros de “no se admiten mujeres”), pero sí
efectiva. Para demostrarlo, Aziza Sayah y Nadia Remadna osaron sentarse
en uno de ellos, filmando la reacción con cámara oculta. No tardó en
acercarse el camarero: “este lugar es sólo para hombres”.
En las zonas afectadas por la inmigración masiva,
las europeas empiezan a llevar una vida parecida a la de las mujeres del
mundo islámico: “Ocultarse de los hombres, estar siempre
alerta, evitar llamar la atención: esto es la vida diaria de las mujeres
en Africa y Oriente Medio” (“Prey”, p. 70).
La otra cara del problema es la indefensión voluntaria de los países europeos, condicionada por una visión woke de la Historia que ordena ver en el inmigrante a una víctima, en la diversidadétnica una bendición y en cualquier crítica de la inmigración una manifestación de racismo. Las autoridades ocultan el origen de los perpetradores de las agresiones; los jueces les aplican a menudo sentencias leves, disculpándoles en base a sus prejuicios culturales.
Las deportaciones no se cumplen: en Alemania en 2018, de 236.000
órdenes de expulsión, sólo 24.000 fueron aplicadas. Los inmigrantes
ilegales tienen a su disposición toda una batería de trucos legales -como destruir su documentación- para evitar ser repatriados. Cientos de miles de inmigrantes ilegales con orden de expulsión viven en la clandestinidad.
La incapacidad de tantos inmigrantes de Africa y Oriente Medio para respetar a las mujeres occidentales no tiene, por supuesto, nada que ver con su raza, y sí todo con su cultura.
La visión de la mujer como ser inferior -casi una mercancía a merced
del hombre- no es exclusiva de la civilización islámica, sino común a todas las sociedades polígamas
(por eso el problema se da también en zonas no islamizadas del Africa
subsahariana). La poligamia, al distribuir desigualmente las mujeres
entre los hombres (para que algunos toquen a cuatro, otros deben
quedarse sin ninguna), devalúa el valor de la mujer a ojos de los que
tienen varias, mientras alimenta una frustración misógina en los que
quedan sin pareja. La condición de la mujer en las sociedades polígamas es siempre miserable. Viceversa, en el Occidente cristiano y monógamo su situación siempre fue mejor que en el resto del mundo.
En el mundo islámico se da una distinción decisiva entre mujeres decentes e indecentes.
La mujer decente cubre cualquier zona de su cuerpo susceptible de
excitar al varón (incluidos cabello, hombros y piernas) y es sumisa a la
autoridad masculina de padres, hermanos o maridos. La mujer decente está protegida frente a las agresiones sexuales: si un hombre atenta contra su honestidad, puede esperar una violenta represalia de los varones del clan de ella.
Las mujeres indecentes son las que no cubren su cuerpo de la cabeza a los pies y salen sin acompañante masculino. En la mentalidad polígama-islámica, tales mujeres son presas sexuales a disposición de cualquier hombre
que quiera usarlas. Huelga decir que la totalidad de las europeas -con
la excepción de las monjas de clausura y pocas más- entran en esta
categoría.
Los inmigrantes musulmanes que llegaban a la Europa anterior a la revolución sexual de los 60-70 experimentaban un choque cultural menor. En la Europa del twerking, del topless
playero y de la omnipresencia de escenas sexuales en la TV y el cine,
sienten confirmado el prejuicio musulmán de que las europeas son
prostitutas. El libertinaje occidental les reafirma en su convicción de que su cultura de origen es superior.
El libro de Ayaan Hirsi Ali está lleno de datos que hablan del fracaso de la inmigración, pese a las inmensas sumas invertidas en políticas de integración y los numerosos chiringuitos creados
(chiringuitos interesados, por supuesto, en que nunca se resuelva el
problema). Explica cómo el 55% de los solicitantes de asilo en Holanda,
por ejemplo, siguen sin empleo 15 años después de su llegada al país, y
que el 49% sigue sin dominar el idioma. La conclusión que cabría inferir
de su análisis debería ser una política de inmigración cero, pues los
inmigrantes ni van a ayudar al desarrollo económico europeo ni al
sostenimiento del Estado del Bienestar, en cuya financiación apenas
participan, mientras sí consumen abundamente sus beneficios. Sin
embargo, Ali está condicionada por su propia biografía: no quiere negar a otros la oportunidad de una vida mejor que ella sísupo aprovechar
(desgraciadamente, su propia historia de inmigrante ejemplar no es
representativa). Insiste, pues, en marcar distancias con la “derecha
populista” y propone nuevos criterios de selección de la inmigración, que deberían basarse en la disposición de los inmigrantes a aceptar la cultura y valores occidentales.
Pero Ali no es optimista respecto a la probabilidad de que nuestra clase dirigente woke asuma esos criterios. Las feministas europeas, por ejemplo, cierran los ojos a la situación de sumisión de las inmigrantes musulmanas
(“Si miraran, verían a mujeres disciplinadas por sus parientes
masculinos. Verían a hermanos imponiendo toques de queda a sus hermanas.
Verían a esposas andando tres metros por detrás de sus maridos. Verían a
mujeres avizorando desde detrás de cortinas echadas. Verían a chicas
obligadas a casarse con hombres desconocidos de sus países de origen”).
Pero también cierran los ojos a la amenaza que la inmigración musulmana representa para las propias europeas: la obsesión “antirracista” impide percibir el peligro evidente.
No sólo están aumentando los ataques a las mujeres: también las agresiones a homosexuales y a judíos (muchos judíos europeos están emigrando a Israel, huyendo de la presión musulmana). La
reacción de la izquierda consiste en culpar a la propia sociedad
europea, en lugar de a los recién llegados. Las estadísticas de
creciente “violencia de género” les sirven para mantener la mentira
oficial de que los europeos somos todavía machistas; las de
agresiones contra gays, la mentira de que los europeos somos
“homófobos”. La inmigración está rindiendo, en este sentido, un servicio
impagable a la izquierda, ayudándole a mantener mitos de los que no
puede prescindir. La izquierda ha encontrado la coartada perfecta para
más y más gasto político, más y más chiringuitos para la integración de
inmigrantes, para combatir la “violencia de género”, para combatir la
“homofobia”…
Suecia fue el primer país en permitir que hombres y mujeres se bañaran juntos en playas y ríos, en el siglo XIX. En 2016, el Ombudsman sueco otorgó su permiso a la introducción de horarios separados por sexo en las piscinas públicas, en consideración a la inmigración musulmana.
“Si Europa continúa por este camino -escribe Ali- puedo prever un
escenario de pesadilla: las sociedades europeas se parecerán cada vez
más a las que los inmigrantes dejaron atrás. La situación ya imperante
en relativamente pocas barriadas se extenderá a zonas cada vez más
amplias”.
La llamada violencia de género parte de la premisa de que las mujeres maltratadas lo son por el hecho de ser mujeres. Sin embargo, hace mucho tiempo que se sabe que el maltrato familiar o doméstico tiene otros factores importantes. El primero, hoy en día, es que la gran mayoría de esas personas son extranjeros que vienen de países donde el maltrato no está mal visto. En segundo lugar, están las dependencias, es decir, que la mayoría de los maltratadores suelen ser alcohólicos o drogadictos.
Por tanto, lo que hay que estudiar y remediar no es un presunto odio hacia las mujeres por parte de los hombres, como nos quieren contar. Lo importante es poner remedio a las adicciones. También a las enfermedades mentales, que tienen mucho que ver. Y por último, pero no menos importante, intentar cambiar la mentalidad de algunos inmigrantes, que deberían respetar las costumbres y leyes de los países que los acogen o si no ser repatriados de inmediato.
El artículo no es mío pero lo suscribo totalmente.
Vivimos
en una sociedad soberbia donde el hombre ha desterrado a Dios para
ocupar su lugar. Ya nada le hemos dejado a la providencia. Ni la vida ni
la muerte. Todo controlado, todo pautado con los demoníacos parámetros
que marca la eficiencia. ¡Maldita palabra de nuestro tiempo!
Y
por ello resulta gracioso que, siendo posiblemente la sociedad más
soberbia que ha pisado la faz de la Tierra, sea la que más veces perdón
ha pedido. No por una cuestión, muy admirable por cierto, de sincero
arrepentimiento, sino por miedo a la turba que ataca y crucifica sin
piedad.
Cada día sale algún político,
artista o periodista pidiendo perdón por no ser lo suficientemente
amigable con el colectivo trans, por no utilizar el lenguaje adecuado
para referirse a elles, o por contribuir a crear estereotipos que
favorecen la racialización de minorías étnicas. Cualquier
tontería inventada por cuatro gatos con algo de dinero y de repercusión
social es suficiente para acojonar al político más valiente, al artista
más transgresor o al periodista más riguroso.
No
importa estar al lado de la ciencia, la historia o la realidad. Frente
al miedo, la mayoría acaba pidiendo perdón. Y ya que está tan de moda
entre los cobardes pedir perdón por miedo, permitidme que me sume, en mi
caso, por miedo a ser cobarde:
Pido perdón por todas las veces que inconscientemente he desdoblado el plural para decir hombres y mujeres, todos y todas.
Pido perdón por todas las veces que no he ido a la puerta de los abortorios a rezar.
Pido perdón por todo lo que he dejado de hacer para combatir la ley trans.
Pido perdón por no dar a conocer suficientemente el terror y el horror que supuso la Segunda República.
Pido perdón por no haber apoyado más y mejor a los monjes benedictinos del Valle de los Caídos.
Pido
perdón por las veces que he comprado el marco mental al lobby LGTBI y
he hablado de familia tradicional en lugar de familia natural.
Y
pido perdón por todas las veces que me he callado por respetos humanos
cuando lo que tenía que haber hecho era hablar para defender la vida, la
familia y la libertad.
Y, por último, pido
perdón si alguna vez he pedido perdón por miedo a un linchamiento.
Quiero que cuando lo haga sea por verdadero arrepentimiento, para
restaurar un mal que haya cometido, y no para complacer a un niño de
cuarenta años caprichoso y ofendidito.