Diario conservador de la actualidad

El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.

lunes, 21 de octubre de 2024

A trancas y barrancas

 Significa hacer algo a duras penas, con esfuerzo. La verdad es que yo estoy siempre al límite. Todo me cuesta mucho. Siempre he sido debilucha.

Tengo poca vitalidad, como decía mi suegra y pocas ganas. Sólo voy tirando con el antidepresivo. Pero no me sobra energía para mucho más. Aún asi sigo adelante.

Más sobre las vacunas: https://cesarvidal.com/la-voz/editorial/editorial-japon-pone-al-descubierto-los-efectos-letales-de-la-vacuna-del-coronavirus-16-10-24

sábado, 19 de octubre de 2024

Turismofobia. La cara concienciada y sostenible del elitismo más rampante

Como en todos los veranos, casi todas las Semanas Santas y algún que otro puente, la cuestión de "los excesos del turismo" ha ocupado un espacio no pequeño en las portadas, a cuenta de lo que "sufren" determinadas ciudades por culpa del turismo y de la gente que llega a ellas a gastar dinero y generar puestos de trabajo, nefando pecado que una parte de este país no perdona ni a sus padres.

Este verano, no obstante, la cosa parece haber alcanzado un nuevo nivel: se han producido manifestaciones contra el turismo en varias ciudades españolas y en Barcelona, pionera en casi todo lo malo, incluso hubo algunos energúmenos que agredieron a los turistas con unas pistolas de agua, que estoy de acuerdo en que no es algo que les vaya a provocar lesiones graves, pero no deja de ser una agresión. Es más, les aseguro que si algo así me ocurriese en algún país extraño me provocaría de todo menos risa. En Palma, ciudad que por cierto es sede de algunas de las mayores empresas turísticas del mundo, hubo lumbreras que llamaron "asesinos" a los vuelos de bajo coste.
Los lemas antituristas en el "paraíso" de Mallorca resuenan en Alemania: "Vuelos asesinos"M. Rodríguez
El peligro de la nostalgia

Miren, les confieso que a mí no me gustan las playas abarrotadas, las colas o tener que ver un monumento rodeado hasta el agobio por desconocidos, pero al contrario que la izquierda no hago de mis gustos personales un problema político, ni agredo a aquellos que me molestan.

Por otro lado, sería estúpido no reconocer que el turismo tiende a uniformizar los centros de las ciudades y eso puede acabar con parte de su encanto o que hay sitios que tienen eso que se ha dado en llamar una gran "presión turística".

Respecto a lo primero les diré que pretender que nada cambie en una ciudad como Madrid o Barcelona, las dos que más turistas reciben en nuestro país, o incluso en Sevilla y Palma, las dos siguientes, es un empeño imposible y abocado a la melancolía: afortunadamente las ciudades evolucionan, se modernizan y van construyendo y reconstruyendo su identidad con la mezcla de lo viejo, lo no tan viejo y lo nuevo. Eso es lo razonable y la otra opción es convertirse en lugares anquilosados que acaban semimuertos en un rincón de la historia.

Al fin y al cabo, por regla general los tiempos pasados no sólo no eran mejores sino que eran bastante peores, si nos excedemos con la nostalgia no vamos a un pasado de pulcritud y belleza sino a uno de calles llenas de boñigas de caballo y ciudades sin alcantarillado.

Respecto a lo segundo, las cosas son más complejas y las soluciones no son fáciles, pero desde luego no pasan por la prohibición ni por la agresión. La medida más eficaz para evitar la masificación turística es subir los precios, pero en algunos lugares concretos ni eso acaba de funcionar.
Del autor

    13 Ago. 2024: A la hermana Fabiola no la cree la izquierda
    7 Ago. 2024: ZP, referente moral del PSOE
    30 Jul. 2024: Tapar la corrupción con corrupción
    28 Jul. 2024: Y tres años después, los JJOO siguen explotando a la infancia

Quizá seamos los propios turistas los que tengamos en nuestras manos evitar en parte esa masificación viajando más fuera de temporada. Soy consciente de que no todo el mundo puede permitírselo, pero es algo que cada día ocurre más, quizá no en el formato de unas vacaciones veraniegas de un mes, pero sí como escapadas de varios días e incluso de una semana, que ya da para hacer un buen viaje.
Sostenibilidad, la peor excusa de todas

La tercera excusa que suelen tirarnos a la cara para atacar al turismo es la "sostenibilidad", ese mantra con el que quieren obsesionarnos y que pensemos que cada vez que subimos a un avión es como si estuviésemos escupiendo en la cara de la mismísima Pachamama.

Es mentira: incluso si asumiésemos la religión climática lo cierto es que los aviones producen alrededor del 3% del total de gases de efecto invernadero que se generan en el planeta, una cifra tirando a ridícula a cambio de la cual el mundo puede conectarse, los países comercian, la gente conoce otras culturas y pueblos… Y encima se generan millones y millones de empleos, muchos de ellos en lugares en los que el turismo es la única posibilidad económica real.
Las verdaderas razones tras la turismofobia

Por muchas excusas que inventen, en realidad hay dos grandes razones que son las que de verdad explican este movimiento contra el turismo y los turistas. Y ninguna de las dos es buena: el odio a la prosperidad y el clasismo más rampante.

La primera es algo que la izquierda no puede evitar: en su afán por empobrecernos –recuerden que la miseria no es la consecuencia inesperada de las políticas socialistas, sino el resultado realmente buscado por ellas– detestan todo aquello que es capaz de generar riqueza, puestos de trabajo y, en suma, prosperidad.

Además, mienten cuando dicen que sólo se crean empleos de baja cualificación: todo hotel tiene limpiadoras de habitaciones, sí, pero también directivos y empleados de muchas escalas salariales; y todo restaurante tiene un chef y un jefe de sala además de unos cuantos camareros. Es más, aunque fuera así, aunque el turismo no generase más que kelis y camatas, ¿será mejor que se ganen la vida así y no con la sopa boba del Estado, no?

Por último, lo que yo creo que define más a los turismófobos no es la preocupación por el planeta o por el carácter tradicional del centro de las ciudades: es el clasismo, el elitismo más repugnante. Lo que revienta a estos personajes es que se les llene la ciudad de pobres, que no haya mesa en los restaurantes que les gustan, que cuando viajan tengan que compartir la belleza de Venecia o de una playa de Bali con un montón de meros turistas que no está a su altura, porque ellos son viajeros, muy concienciados, con todo el interés por las comunidades locales y muy sostenibles.

Puede que sea cierto que una ciudad como Venecia, por ejemplo, o que un monumento concreto no puedan recibir más que un número limitado de visitantes al año, pero no podemos admitir es que ese límite se decida desde una izquierda elitista que se cree que tiene más derecho que los demás a disfrutar del mundo.
- Seguir leyendo: https://www.libremercado.com/2024-08-21/carmelo-jorda-turismofobia-la-cara-concienciada-y-sostenible-del-elitismo-mas-rampante-7157065/

 https://www.libremercado.com/2024-08-21/carmelo-jorda-turismofobia-la-cara-concienciada-y-sostenible-del-elitismo-mas-rampante-

viernes, 18 de octubre de 2024

Las élites globales piensan que eres idiota, por Itxu Díaz


Para luchar contra el globalismo necesitamos más soberanía, naciones fuertes, naciones que vuelvan a ser grandes.

norteLos líderes nacionales deben estar lo suficientemente lejos como para no meter el hocico en nuestros asuntos, pero lo suficientemente cerca como para que podamos darles una buena paliza. Todas las pretensiones globalistas de un gobierno mundial presuponen la idea de que ellos lo harían mejor. Gobernar es como conducir. Siempre pensamos que conducimos mejor que el tipo que tenemos al lado. Y ellos piensan que, siendo ricos o poderosos, saben mejor cómo decidir -desde Washington, desde Ginebra o desde Bruselas- lo que necesita y quiere para su vida un granjero de Illinois, un mecánico de coches de Berlín o un ganadero de Almería. ¿Por qué? Por la misma razón por la que usted cree que conduce mejor que todos los demás: porque todos los demás son idiotas.


Lo que une a Biden, Soros, Von der Leyen, Guterres, Gates y Schwab no es un plan global para dominar el mundo. Incluso ellos saben que serían incapaces de ponerse de acuerdo durante el tiempo suficiente para llevarnos a ninguna parte. Lo que realmente los une es algo mucho más humano: creen que somos idiotas. Creen que ellos no lo son, porque han alcanzado fama, poder político en sus campos o riqueza en un mundo globalizado.


En toda iniciativa socialdemócrata, comunista o socialista existe el mismo problema subyacente: creen que pueden decidir mejor que nosotros sobre nuestros hijos, nuestro dinero o nuestra salud. ¿Por qué? Porque somos idiotas. Creen que pueden decidir mejor cómo cuidar nuestros ecosistemas más cercanos.


¿Por qué? Porque somos idiotas.


Creen que pueden cuidar mejor a nuestros animales. ¿Por qué? Porque somos idiotas.


Creen que pueden cuidar mejor nuestros pulmones, nuestro corazón y nuestra vida sexual.


¿Por qué? Porque somos idiotas.


Creen que pueden lidiar mejor con nuestras esposas, novias y madres. ¿Por qué? Porque somos idiotas.


Creen que pueden administrar nuestras propiedades mucho mejor que nosotros. ¿Por qué? Porque somos idiotas.


Mao no pensaba en mejorar el país para los chinos, pensaba en mejorar su situación, pero sobre todo pensaba que tomaría mejores decisiones que sus millones de súbditos y rehenes. ¿Por qué? Porque eran idiotas. Stalin tampoco quería que la Unión Soviética fuera grande gracias a la prosperidad de los desfavorecidos y todo eso. Simplemente quería arrebatarles a sus compatriotas rusos el control de sus propios destinos. ¿Por qué? Porque eran idiotas.


Incluso Obama, que parecía creer que era parte de una especie de epifanía democrática, como si se hubiera convertido en el mesías de color que acabaría con todo racismo, discriminación y desigualdades, no pudo evitar pensar exactamente lo mismo. ¿Y qué era? Que somos idiotas.


No todos están equivocados. Soy un completo idiota. Quiero decir, sería incapaz de dirigir el destino de mi nación cuando apenas puedo manejar mi propia vida. Si tuviera la suerte de convertirme en presidente de los Estados Unidos, haría que la cerveza fuera gratuita, disolvería todas las agencias gubernamentales, prohibiría el brócoli en los supermercados, reemplazaría los carriles bici por pistas de carreras para motocicletas y reformaría la Casa Blanca para convertirla en un palacio kitsch, algo así como la residencia del César con toda la tecnología moderna de un príncipe saudí contemporáneo. Pero al menos lo confieso, lo admito y lo sé. Nunca podría ser político, o mejor dicho, nunca podría arriesgarme a ganar una elección. Es verdad, porque soy bueno en política: soy columnista, es decir, soy un experto en insultar. Lo que es terrible para mí es levantarme del culo y actuar.


Por todo ello, la solución conservadora pasa por entender que la política debe ser vocacional y llevar consigo una vocación de servicio público. Los dirigentes deben estar cerca de los pueblos a los que gobiernan. Las naciones unidas y fuertes deben decidir, democráticamente, sus propios destinos, y los Estados y las regiones, a otra escala, deben tener también su cuota de autonomía. Nadie en las Naciones Unidas o en la Organización Mundial de la Salud debe tener el poder de llegar a los niveles nacionales e imponer políticas verdes o medidas sanitarias, o impulsar –como ya se ha propuesto tantas veces– un gobierno mundial de internet.


Cuanto más lejos se toman las decisiones políticas del lugar donde se implementan, más nos acercamos al abismo totalitario.


La soberanía nacional otorga a las personas la libertad de decidir quiénes quieren que las representen y qué tipo de políticas quieren que rijan sus vidas. La soberanía nacional respeta la libertad total del individuo, que se cumple únicamente con una regla esencial: asumir las consecuencias de sus actos. La soberanía nacional es, por tanto, un síntoma de la madurez de un país, de una democracia.


Pero respetar la soberanía nacional es mucho más que asumir que es el pueblo el que tiene derecho a decidir lo que quiere hacer. Es, sobre todo, entender que una nación es una unidad, una lucha por una causa común, un sentimiento, una pertenencia y una tradición forjada a través de generaciones y generaciones. Por eso una nación es una bandera y lo que representa. Es su economía y el sentimiento de agradecimiento a quienes nos antecedieron en el camino de la prosperidad. Y es su historia, con sus luces y sombras, de la que siempre aprenderemos.


(En este punto conviene señalar que hay que luchar a muerte contra los burdos intentos de la izquierda de reescribir la historia, de juzgar y mirar el pasado con los ojos del arrogante observador del siglo XXI, y de derribar estatuas y cancelar libros allí donde aparecen cosas que a alguien no le resultan agradables. La historia no debe borrarse pero, sobre todo, la historia no puede borrarse.)


Para luchar contra el globalismo, necesitamos, pues, más soberanía, naciones fuertes, naciones que vuelvan a ser grandes, naciones que, precisamente porque se respetan a sí mismas, sean las más aptas para respetar a los demás, para alcanzar acuerdos bilaterales basados ​​en intereses comunes y para crear asociaciones fundadas en objetivos compartidos, no en las ensoñaciones lunáticas de unos pocos mesías iluminados que ladran desde las sedes de las Naciones Unidas, Davos o Bruselas.


De hecho, fortalecer la soberanía nacional frente a los intentos de gobernar el mundo es la mejor manera de fortalecer la democracia. Las políticas que afectan nuestras vidas provienen cada vez más de agencias e individuos por los que no hemos votado directamente. Cuando los gobiernos comenzaron a implementar medidas restrictivas debido a la pandemia, lo hicieron siguiendo los mandatos de la OMS. Como supimos más tarde, la mayoría de ellas eran estúpidas, falsas o contraproducentes. Los gobiernos las adoptaron, restringiendo severamente la libertad de sus ciudadanos, y todo lo que pudimos hacer fue preguntar: “¿Cuándo diablos voté por el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus y el Dr. Fauci para que tuvieran tanto poder sobre mi propia vida, sobre lo que hago en mi vecindario, sobre lo que hacen mis hijos en la escuela o si van a la escuela?” (Y sobre lo que hago con mi esposa en mi maldito dormitorio; no olvidemos que uno de los consejos más divertidos de la OMS fue “limita tus parejas y relaciones sexuales”, a lo que uno de mis amigos respondió con la sonrisa del meme “Oculta el dolor, Harold”, “¿aún más?”)


Los de Harvard también pusieron su granito de arena. Para llevar a cabo sus disparatados planes contra el virus, los presidentes de los gobiernos de todo el mundo justificaron sus medidas convocando a un grupo misterioso y desconocido llamado “los expertos”. En algunos países esto llevó a situaciones muy surrealistas. En mi país, después de un año de acatar estúpidas leyes de distanciamiento social, toques de queda y confinamientos totales de varias semanas “por decisión del comité de expertos”, la prensa reveló que no existía tal comité de expertos, que no había nadie como un experto que tomara las decisiones, a menos que consideráramos a los grandes cojones del presidente Sánchez como “expertos”.


“Lo dicen los expertos” es la peor justificación de la historia de la política. En América y Europa empezamos a ver supuestos informes de expertos de distintas universidades de prestigio, entre las que suele mencionarse Harvard (prestigiosa, supongo, por ser una fábrica inagotable de idiotas con pretensiones de dignidad). Harvard tuvo un momento de verdadera grandeza en plena pandemia, cuando publicó un informe en Annals of Internal Medicine , en el que aconsejaba a los ciudadanos mantener relaciones sexuales con preservativo, mascarillas y en posiciones que no impliquen la proximidad de las caras. Como consecuencia de esas recomendaciones, allá por el mes de junio, intenté reproducirme con mi pareja, cada uno en un rincón distinto de la casa, mediante esporas, y ahora tenemos una preciosa camelia floreciente. La bautizamos Harvard.


La pandemia nos dejó un buen número de razones que nos tocan de cerca y que todos podemos traer a la mente para entender por qué la mejor respuesta al totalitarismo del gobierno mundial es la soberanía nacional. Es una manera de decir “esto es mío y no te atrevas a tocarlo”.


Si para ello hay que decir adiós a organizaciones internacionales que no están dispuestas a respetar a los Estados soberanos, hay que decir adiós. Donald Trump no tembló ante la ONU, la OMS, ni ante ninguno de los organismos que no sólo absorben tu dinero sino que te dicen a miles de kilómetros de distancia qué debes comer, cómo debes vestir, cómo debes cultivar tu campo, cómo debes educar a tus hijos, cuándo y ante qué debes arrodillarte, o qué maldito coche debes conducir.


El artículo es un extracto y una ligera adaptación de No comeré grillos: un satírico enojado declara la guerra a la élite globalista .

 https://www.nationalreview.com/2024/06/global-elites-think-you-are-an-idiot-dont-let-them-control-your-life/

jueves, 17 de octubre de 2024

Dar gato por liebre

 Significa engañar. El mayor engaño de la historia es el comunismo. Te ofrecen prosperidad,  libertad y alegría de vivir. Luego te dan pobreza, esclavitud y tristeza.

Pero aún así sigue funcionando una y otra vez. Ahora le llaman de otras maneras para disimular, pero sigue siendo lo mismo de Cuba, a Corea del Norte.

Más sobre Ucrania: https://cesarvidal.com/la-voz/editorial/editorial-el-pueblo-aleman-quiere-pactar-con-putin-15-10-24

miércoles, 16 de octubre de 2024

Contra las tortas de grillos, por Itxu Díaz

 


Hasta ahora, el sentido común nos llevaba a pisar sin vacilar cualquier insecto que encontráramos arrastrando su panza por el suelo de la cocina. Pero ahora, los amos del universo están decididos a corregir esta práctica: prefieren que los comamos.


En los últimos meses se ha producido una campaña mundial, especialmente intensa en la Unión Europea, para convencernos de que incorporemos grillos y gusanos a nuestra dieta. Y, como todavía no estamos tan locos como para hacerlo, han encontrado la forma de que lo hagamos igualmente: incluyéndolos como sustituto de las harinas y las proteínas en los productos que consumimos a diario.


El texto fundacional de la UE afirma que la Unión se fundamenta "en los valores del respeto a la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de derecho y el respeto a los derechos humanos". Y nos asegura que su propósito es promover la paz, sus valores y el bienestar de sus pueblos. Por mucho que haya leído todos los documentos fundacionales, nunca he encontrado rastro alguno de críquet en ellos. Y, sin embargo, ahora mismo la UE apuesta todo a la harina de críquet como el alimento milagroso que salvará el planeta.


Hace apenas unos días, el Gobierno español aprobó una normativa oficial que autoriza el uso de grillos en productos destinados al consumo humano, apoyándose a su vez en la reciente (y casi desconocida hasta ahora) autorización concedida por la Unión Europea en su lista de “nuevos alimentos”. La cosa es aún peor de lo que parece a primera vista: desde el verano pasado, la UE también ha aprobado como nuevos alimentos el gusano amarillo de la harina desecado y la langosta migratoria. Sospecho que las tarántulas, las alfombrillas de coche y los cerebros de los eurodiputados también se incluirán pronto en esa lista.


A partir de ahora, el pan, las galletas, las pizzas, las salsas, los snacks y otros productos de bollería podrán elaborarse con harina de grillo, que se fabrica triturando y moliendo grillos. Al menos en España, la recomendación es que el fabricante lo indique claramente en el envase, pero es solo una recomendación y, salvo en el caso de que incluyan insectos en los ingredientes y en las advertencias sobre alérgenos, no están obligados a hacerlo. Es lógico que ningún fabricante de galletas vaya a cambiar un primer plano de hermosos y soleados campos de trigo por una plaga de grillos sonrientes con gafas de sol en el frontal de su paquete, si alguna vez quiere vender otra galleta.


El origen de toda esta locura se puede encontrar en lo que la UE llama la "Estrategia de la Granja a la Mesa", o lo que yo llamo la estrategia "Del Cricket a la Maceta". Esto es parte del Pacto Verde Europeo, que según los alemanes y Ursula von der Leyen es el gran proyecto de la UE para la recuperación económica pospandémica. Hasta ahora, nadie en Bruselas ha sido capaz de explicar qué demonios tiene que ver un pacto verde con la recuperación económica.


El objetivo de Farm to Fork es “lograr sistemas alimentarios justos, saludables y respetuosos con el medio ambiente”. No sé si la harina de grillo es especialmente respetuosa con el medio ambiente, pero lo que sí sé es que no lo es en absoluto, una cuestión que no parece preocupar en absoluto a los ecologistas posmodernos.


Hasta ahora, el único líder europeo que ha defendido a los ciudadanos que no quieren que se les obligue a comer grillos ha sido el ministro italiano Francesco Lollobrigida: "En este gobierno no habrá espacio para la carne sintética ni para la harina de grillos. Nuestro objetivo es defender a los ciudadanos de la degeneración que quiere transmitir la idea de que basta con alimentarse, independientemente de dónde y cómo se produzcan los alimentos. Pero no podemos aceptarlo". Con sus declaraciones, Lollobrigida se ha convertido en nuestro representante del sentido común en Europa.


Pero hay otra cuestión. Durante los próximos cinco años, toda la harina de grillo que se consuma en Europa solo podrá ser fabricada por Cricket One Co. Ltd. ¿Por qué? Nos gustaría saberlo... El eslogan de la empresa es "Proteína clásica para un mundo moderno", y esperaríamos encontrar grillos saltando por la pantalla o imágenes de criaderos de insectos y similares en su página web oficial . Pero la imagen principal es un precioso campo de trigo verde. Un poco más abajo, y no por casualidad, se encuentran los logotipos y textos oficiales de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, también conocidos como la Agenda 2030. Esa es la que nos explicó el Foro de Davos en el polémico vídeo sobre sus previsiones para 2030, en el que anunciaban que "No poseerás nada" y "te alegrarás de ello".


Estados Unidos no es tan restrictivo en cuanto a lo que se puede y no se puede comer como la Unión Europea. Gracias a Dios, Estados Unidos no es tan restrictivo en nada. Así que los estadounidenses pueden comer insectos si eso los hace felices, sin embargo, si compran un producto que contenga, por ejemplo, harina de grillo, debería estar claro en la etiqueta tanto en su nombre científico como en su nombre común. Sin embargo, hasta ahora, Biden no se ha tomado la molestia de lograr que los estadounidenses salven el planeta comiendo galletas de grillo o cambiando sus deliciosas hamburguesas de carne por otras hechas con fibras de gusanos de la harina, que es el objetivo de Farm to Fork.


Aunque la izquierda ambientalista aún no se ha centrado en Estados Unidos en su campaña a favor del consumo de insectos, hay medios de comunicación que trabajan en la sombra para que esto suceda. Y todos parecen haber llegado a algún tipo de acuerdo en las últimas semanas: basta con echar un vistazo a las noticias recientes sobre la "harina de grillo" en la prensa para disipar cualquier duda de que exista un plan, y uno se sorprenderá por el entusiasmo que de repente muestran todos los medios progresistas ante la perspectiva de vernos a todos comer insectos.


Incluso publicaciones científicas como Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) hablan abiertamente de cómo lograrlo, como si fuera algo que tuviera que suceder a toda costa: “ Cómo convencer a la gente de que coma insectos ”. Por cierto, el artículo habla de una visita de activistas de la entomofagia a una escuela de Pensilvania que cocinaron insectos y obligaron a los niños a probarlos, como si fuera una historia de éxito. No puedo evitar pensar que ahora todo va demasiado rápido: en mi época, si un activista viniera a clase a enseñarnos a comer grillos, cocinara uno de ellos y nos lo acercara a la boca, nunca hubiéramos comido el grillo, pero tal vez nos hubiéramos comido al activista.


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Todo lo que tiene que ver con el tema de los grillos es falso. La aprobación de la UE no importaría si se tratara de vender cajas de grillos como aperitivo, pero en realidad se trata de promover institucionalmente una harina de grillos que nunca debió llamarse "harina" en primer lugar, lo que permite incluirla en productos de consumo habitual. Los fabricantes encontrarán la manera de obtener subvenciones para poner grillos en sus galletas, y la gente que compre los productos más baratos y de peor calidad acabará comiendo galletas de grillos sin saberlo. La verdad es que todo esto es un resumen perfecto de lo que quieren los ricos que van a lugares como Davos: que viajes en scooter y que ellos sigan llenando aeropuertos con sus jets privados cada vez que celebran una reunión; que comas insectos mientras ellos cenan en salones privados de los mejores restaurantes del mundo.


Los conservadores de todo el mundo deberían seguir el ejemplo de Lollobrigida, porque tienen todas las de ganar. Es una batalla que, evidentemente, se puede ganar en la calle sin mucho esfuerzo. No conozco a nadie que quiera dejar a sus hijos un mundo en el que sólo se pueda viajar en bicicleta o, en el mejor de los casos, en coches eléctricos, donde la calefacción esté prohibida y a la hora del almuerzo te encuentres en el plato una ensalada con grillos, gusanos y filetes falsos de Bill Gates. Eso no es un mundo, eso es el infierno.


Durante siglos, gran parte de la superioridad de la civilización occidental ha sido evidente en nuestra comida. No hay necesidad de darle a nuestra decadencia moral un lugar en la mesa. Negarse a comer insectos es una muestra de respeto y obediencia a nuestras madres, quienes, cuando de bebés sacábamos insectos del suelo y nos los llevábamos a la boca, nos decían: "¡No comáis eso!".

 https://www.theamericanconservative.com/against-cricket-cakes/

martes, 15 de octubre de 2024

Asumir la eutanasia es una derrota de la razón

El proyecto de ley sobre el "final de la vida" que se estaba debatiendo en la Asamblea Nacional francesa fue aplazado por su disolución y posteriores elecciones.


El lobby pro-eutanasia procurará que forme parte de los objetivos de la muy inestable nueva mayoría.


Con ese motivo, François-Xavier Putallaz, filósofo y profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo (Suiza), analiza lo que implican la eutanasia y el suicidio asistido, una reflexión tan necesaria allí donde aún no han sido legalizados como allá donde sí lo han sido, porque es una batalla demasiado importante como para darla por perdida.


Putallaz acaba de publicar un notable ensayo al respecto, La derrota de la razón. Los desafíos del suicidio asistido (Cerf), y un esclarecedor artículo en el número 371 (julio-agosto 2024) de La Nef.


Cuando el final de la vida se tambalea


El enfoque francés del final de la vida se basa en tres principios humanistas: en primer lugar, la necesidad de aliviar el sufrimiento y proporcionar un apoyo competente a los pacientes (cuidados paliativos); en segundo lugar, la libertad de rechazar un tratamiento y abandonarlo si es ineficaz o ya no tiene sentido (rechazo de la obstinación irracional); en tercer lugar, la prohibición del homicidio (eutanasia y suicidio asistido).


François-Xavier Putallaz.


François-Xavier Putallaz es doctor en Filosofía y ha sido profesor en las universidades de Friburgo y de París. En Suiza ha seguido de forma directa la evolución del suicidio asistido a lo largo de treinta años, en cuanto miembro de diversos comités éticos.


En la actualidad, estos puntos de referencia se tambalean por curiosas razones.


1. Un vocabulario malsano


El término "ayudar a morir" se ha utilizado como palanca para este cambio, creando una confusión malsana. Abarca dos significados irreconciliables. Por un lado, significa "acompañar la vida" al final de la misma: los actos médicos y humanos están al servicio de los vivos, aliviando su dolor, aliviando su sufrimiento, acompañando a los enfermos y cuidando de todos. En cambio, "ayudar a morir" significa lo contrario: colaborar en un acto cuyo objetivo es provocar la muerte, ya sea por mano propia en el suicidio asistido, o a través de un tercero en la eutanasia. El objetivo ya no es "ayudar al final de la vida", sino "prestar un servicio para provocar la muerte".


El término "ayudar a morir" engloba estos dos significados opuestos: la primera actitud forma parte de los cuidados, la segunda es contraria a los objetivos de la medicina. Es sorprendente que Francia, país de ideas claras y distintas, mantenga tal confusión: nos apoyamos en la auténtica compasión debida a las personas al final de su vida para erradicar el sufrimiento eliminando al paciente.


Hasta ahora, nuestra humanidad común no se ha aventurado a confundir dos actitudes tan incompatibles: en la abstinencia terapéutica, es la enfermedad la que se lleva al paciente. En la eutanasia y el suicidio asistido, es la persona la que mata, con el objetivo de causar la muerte.


Esta distinción crucial obedece a tres razones.


En primer lugar, nunca se ha errado desde el Juramento Hipocrático; lejos de querer ser retrógrado, dicho recordatorio subraya el hecho de que en este ámbito es poco probable que todo el mundo se haya equivocado siempre.



En segundo lugar, la fe cristiana (y otras religiones) arroja luz sobre la ineludible exigencia de "No matarás", incluido uno mismo.


En tercer lugar, cualquier persona inteligente puede distinguir racionalmente entre negarse a hacer grandes esfuerzos para mantener a alguien con vida y el acto de darse (a uno mismo) la muerte: la medicina paliativa apoya a las personas, mientras que el suicidio asistido las abandona.


La expresión "ayudar a morir" es, por consiguiente, un cajón de sastre que desnaturaliza la inteligencia: en lugar de dejarse guiar por la experiencia y la verdad del ser humano, la inteligencia es conducida por un camino que nunca habría tomado si las palabras no la hubieran obligado a ello. Un vocabulario malsano envenena el debate, atrapándolo en un callejón sin salida.


2. Una "libertad" en conflicto con la medicina


El vocabulario no lo es todo. El proyecto de ley francés sobre la eutanasia parte de la falsísima hipótesis de que para contener el fenómeno basta con establecer un marco jurídico. El ejemplo suizo del suicidio asistido es sorprendente: en veinte años, ha caído una barrera tras otra.


2004: el suicidio asistido se reservó a los pacientes al final de su vida.


2007: se amplían los criterios a los pacientes que sufren "una enfermedad grave e incurable o las secuelas de un accidente".


2014: se acepta el suicidio para pacientes que sufren "polipatologías incapacitantes debidas a la edad".


2018: las autoridades médicas lo aprueban para "limitaciones funcionales" que causen a los pacientes "sufrimientos que consideren insoportables".


2024: absuelven a un médico acusado de ayudar al suicidio de una persona sana que no soportaba la viudez.


Pierre Beck.


En 2017, el médico suizo Pierre Beck (en la foto), vicepresidente de una asociación de defensa del suicidio asistido, fue condenado por suministrar pentobarbital a una mujer octogenaria en perfecto estado de salud que no quería sobrevivir a su marido, gravemente enfermo. Tras ser revocada la sentencia y luego reconfirmada en distintas instancias de apelación, finalmente fue absuelto definitivamente en febrero de este año por el tribunal federal. En todo momento, el proceso se ciñó al uso del medicamento en una persona sana (contrario a la ley), no al hecho en sí de dar muerte a alguien por motivos "no egoístas", lo que la ley suiza, según la propia sentencia, permite con amplitud.


Este proceso de ampliación no es casual. Es ineludible por la siguiente razón: si se considera que cada cual es libre de elegir su propia muerte, ninguna indicación médica podrá limitar esta "libertad".  ¿Por qué habría que estar enfermo para ser libre? Es absurdo.


Por eso no es de extrañar que el número de suicidios asistidos en Suiza se haya disparado un 750% en ese periodo. Hasta el punto de que se ha decidido que hay "suicidios reales" y "suicidios falsos": en una residencia de ancianos, si un residente planea arrojarse desde el tercer piso, todo el mundo se reúne para impedirlo. Si lo hace de forma higienizada en su habitación, la institución está condenada a aceptarlo.


La racionalidad más elemental se desbarata: poderosos movimientos (relativismo, nominalismo y utilitarismo) se han unido para impedir que la inteligencia y la compasión encuentren soluciones reales.


3. El suicidio asistido es una injusticia


Si el suicidio asistido y la eutanasia provocan abusos, es porque son abusos en sí mismos. Esta observación sería inaudible si olvidáramos que estos actos, contrarios a la medicina, provocan graves injusticias.


En primer lugar, es injusto para las personas cercanas al paciente, a menudo mal informadas sobre el hecho de que el suicidio no deja de ser una forma de violencia, aunque esté autorizado. Los primeros estudios muestran que el 20% de los familiares sufren estrés postraumático debido al suicidio asistido.


Además, se ha documentado el "efecto dominó": en una residencia de ancianos, al día siguiente de un suicidio asistido, dos residentes exigieron inmediatamente: "A mí también me gustaría irme así".


En segundo lugar, es injusto para los cuidadores. Si se introduce por ley la muerte programada, se impone una obligación al médico. El mero hecho de que se prevea una cláusula de conciencia demuestra que se ha impuesto una nueva obligación. Aunque los cuidadores no hayan pedido nada, se les carga con una responsabilidad indebida, como si no estuvieran ya suficientemente presionados.


Por último, es injusto para los pacientes. Cualquiera que haya acompañado a un ser querido hasta el final de su vida sabe lo propensos que son a sentirse como una carga: se reprochan ser caros y, sobre todo, causar preocupación a las personas que les quieren. Si nos ocupamos de ellos, es por amor, solidaridad fraternal y justicia.


Pero cuando una ley legaliza el suicidio asistido, el paciente tiene ahora la opción de quedarse o irse. Y si sigue aquí, es porque ha decidido quedarse. Han elegido deliberadamente convertirse en una carga económica y emocional para sus seres queridos.


¡Ahora es culpable de estar enfermo!


Además del dolor de la enfermedad y la angustia de morir, también se le hace sentir culpable. Es injusto.


4. Una respuesta verdadera y valiente


A pesar de todos los vaivenes de la razón ética, la cuestión central se mantiene firme contra viento y marea. El suicidio asistido y la eutanasia contradicen los cuidados: "La eutanasia no completa los cuidados paliativos, los interrumpe; no corona el acompañamiento, lo detiene; no alivia al paciente, lo elimina" (Jacques Ricot).


La respuesta está en el desarrollo de los cuidados paliativos, más caros pero más humanos: el amor y los cuidados nunca abandonan al enfermo, sino que lo alivian y acompañan hasta el final. Los cuidados paliativos se dirigen a la persona en su totalidad, en relación con sus seres queridos.


Para quienes temen una agonía insoportable, las unidades de cuidados profesionales pueden ofrecer sedación. Además de los analgésicos, es posible inducir una reducción de la consciencia, ya sea temporal (en caso de crisis), discontinua (durante la noche) o continua (hasta la muerte natural). Es un derecho a dormir, sin sufrimiento, hasta que se produzca la muerte.


Francia dispone actualmente de un marco adecuado que humaniza el final de la vida. Esperamos que el respiro legislativo que supone la remodelación de la Asamblea Nacional sea la ocasión de recoger los frutos de la ley actual y de iluminar las conciencias: se necesitan recetas sabias para el futuro de nuestra civilización, para el significado humano de la medicina y, sobre todo, para la solidaridad con los más débiles. Que bien podría ser cualquiera de nosotros.

 https://www.religionenlibertad.com/vida_familia/648878688/asumir-eutanasia-suicidio-asistido-derrota-razon-filosofo-putallaz.html

lunes, 14 de octubre de 2024

Paso a paso

 Todo lo que he hecho en la vida me ha costado bastante. Desde estudiar a tener hijos o escribir en Internet. Nunca me propuse grandes cosas. Sólo fui improvisando paso a paso.

La verdad es que después del primer embarazo y el parto, cualquiera lo hubiera dejado. Yo tuve dos más. Y después del primer blog he tenido otros ocho. Poco a poco.

Israel visto por un judío: https://cesarvidal.com/la-voz/editorial/editorial-el-periodista-judio-seymour-hersh-reflexiona-sobre-la-guerra-de-gaza-10-10-24

domingo, 13 de octubre de 2024

Hablemos de bulos y manipulación, por Vidal Arranz

 

No son pocos los expertos que afirman que los bulos y las fake news son la principal amenaza para las democracias occidentales. Las nuevas mentiras, nos dicen, inoculan odio en la gente, y le llevan a pensar cosas inadecuadas sobre la realidad que, a la postre, le conducen a votar mal. O sea, a la malvada ‘extrema derecha’. Porque, según esta idea, las personas están inermes ante relatos falsos que agitan sus bajas pasiones y sacan al exterior lo peor de sí mismos. Los ciudadanos intoxicados por los bulos se nos presentan, de este modo, como ciudadanos de segunda, como esos deplorables a los que aludía Hillary Clinton. Son inferiores porque se dejan engañar (no como los otros que deciden con plena autonomía y conciencia, al parecer) pero también lo son porque se dejan llevar por “el odio”, la nueva frontera que separa a civilizados y salvajes. De modo que haremos bien en considerar los votos de esos ciudadanos como votos de segunda, pues no son el resultado del proceso deliberativo ideal que se supone alimenta nuestras democracias, sino votos viscerales, equivocados. Huelga decir que no es así, pero antes de avanzar será bueno recordar algunas cosas.

Hay que dejar claro que no vamos a defender aquí a la mentira. Muy al contrario, lo que nos guía es justamente el afán por desentrañar algunos de los engaños que nos rodean, en beneficio de la verdad. Pero no podemos ignorar que vivimos rodeados de falsedades de distinta naturaleza y magnitud, de modo que una de las labores a realizar será justamente distinguir entre sus distintos tipos.

Sólo a modo de ejemplo, los bulos son menos bulos si alimentan a los partidos tradicionales o si los promueven ellos; en esos casos son bulos de segundo nivel, diríamos, con menores dosis de peligro y de toxicidad. Estos no son una amenaza para las democracias sino, en todo caso, un defectillo. Con estos bulos las democracias pueden vivir: los malos son los otros, los que llevan a pensar y votar diferente.

Hay que recordar que la preocupación por las fake news surge a raíz de la inesperada victoria electoral de Donald Trump, a finales de 2016, pese a tener en contra a todos los grandes medios informativos y a las principales cadenas de televisión. Era un escenario que no parecía posible, y las fake news aparecieron entonces como la explicación: la gente había votado mal porque se había creído las mentiras que le habían llegado a través de las redes sociales e internet, en vez de los análisis de los grandes media que le habían explicado a conciencia por qué no debía votar al ridículo candidato republicano. Dado que Trump era una amenaza para la democracia, los bulos aparecían como los grandes culpables del fatal desaguisado.

El problema es que algo no terminaba de encajar, porque ninguno de los bulos o de las exageraciones o tergiversaciones del republicano era ni remotamente comparable con los ataques que recibiría tras su elección. Los medios serios y rigurosos, esos en los que los ciudadanos debían confiar, compararon a Trump con Hitler, aseguraron que la paz mundial estaba en peligro, que la vida de las mujeres estaba amenazada y que el mundo estaba poco menos que a punto de estallar. Estas y otras exageraciones manifiestas —que la realidad se encargó de desmentir— no adquirirían, sin embargo, el estatus de amenaza para la democracia, ni deberían ser consideradas fuentes de odio, sino tan sólo expresiones legítimas de lucha contra el malvado monstruo.

Lógicamente los votantes de Donald Trump no se tomaron en serio estas petulantes advertencias sobre el fin del mundo. Y destinatarios como eran de un furibundo odio político destinado a desautorizarles e incluso a destruirles, no concedieron ningún crédito a quienes les criticaban a ellos por ‘odiar’. Hay que aclarar que también en materia de odios hay clases. Criticar la inmigración ilegal expresa un discurso de odio intolerable, pero descalificar al rival como fascista es un odio legítimo que, según parece, no daña a nadie ni deteriora el alma.

A partir del momento Trump, el bulo se ha convertido en un recurso comodín para justificarlo todo. Si el expresidente norteamericano gana el debate con Biden, fue porque no paró de decir mentiras que el senil mandatario actual no supo desmentir. La misma fórmula se importó a España también para justificar la sonora derrota de Pedro Sánchez en su debate con Alberto Núñez Feijoo. El candidato del PP venció porque no hizo otra cosa que mentir, según el mantra oficial de la maquinaria mediática progubernamental. Una maquinaria que dio entonces muestra de su extraordinario desparpajo porque hay que tener un rostro de titanio para presentar a Sánchez como el hombre de la verdad. Tanto en un caso como en otro, cuando los medios se decidían a explicar qué bulos tan graves habían podido intoxicar las mentes ciudadanas, lo que aparecían eran cuestiones muy menores, desde luego incapaces de generar los efectos que se les atribuían, y que en ningún caso estaban a la altura del mito de las fake news. La apelación a los bulos se ha convertido en un bulo en sí mismo. Con inestimables aportaciones españolas, como la ‘máquina del fango’ de Pedro Sánchez.

Lo hemos vuelto a ver en el caso de las protestas desatadas en Gran Bretaña como consecuencia de una serie de apuñalamientos que provocaron la muerte de tres niñas de corta edad, amén de otros heridos. Inicialmente las redes sociales atribuyeron la autoría a un inmigrante ilegal solicitante de asilo, pero enseguida el Gobierno aclaró que el autor era un joven británico, hijo de un matrimonio ruandés que había recibido asilo. La discrepancia entre las primeras versiones y la realidad alimentó una insólita narrativa oficial, de los medios serios, para entendernos, según la cual las protestas habrían sido alentadas por el engaño. Y es que, según se indicaba en un reciente análisis de El País, es obvio que si el autor de los crímenes es un hijo de refugiados ruandeses el asunto no tiene nada que ver con la migración. Cuando los que se dicen paladines de la verdad y del rigor afirman estas cosas se caen rápidamente muchas máscaras.

Dado que nos movemos entre mentiras se impone calibrar cuáles son las peores. Y en este sentido hay que decir que, al margen de lo que se opine de las protestas, que el asesinato se relacione con las tensiones raciales provocadas por la multiculturalidad está plenamente justificado a tenor de la autoría, mientras que afirmar lo contrario resulta no sólo incomprensible, sino de una arrogancia banal.

En el caso de las fake news, además, no son pocas las ocasiones en las que los desmentidos están más lejos de la realidad que las afirmaciones originales. Lo que no impide que los que actúan así se sienten miembros destacados de la cofradía de la superioridad moral.

Hay que dejar claro que las apelaciones a los bulos y las fake news forman parte de un conjunto de recursos retóricos para controlar el debate democrático, limitando el terreno de juego de lo que puede decirse o pensarse, en favor de las ideas dominantes del momento. Lógicamente, cuanto menos sistémicas y más disidentes son las ideas en cuestión, más deslegitimación reciben.

En contra de lo que una mente biempensante pudiera creer, de la existencia de los ataques, y de su virulencia, no cabe deducir que las ideas sean erróneas —o, como mínimo, no más erróneas que otras que se defienden con normalidad— sino sólo que son incómodas. Quizás porque ponen en peligro algo que se había considerado territorio conquistado, y que vuelve a entrar en disputa. O porque evidencian la inesperada fragilidad de los propios argumentos.  Una fragilidad que intenta taparse con un castillo de naipes de clichés argumentales.

Clichés retóricos y estrategias discursivas, porque el lenguaje tanto puede servir para comunicarse como para bloquear el entendimiento, torpedeando el debate y la normal capacidad deliberativa de las democracias. Un buen ejemplo es el uso de un lenguaje político excluyente y censor mediante el uso de ‘palabras policía’ como machismo, xenofobia, homofobia, y otras similares. Palabras con un abanico de significación tan extenso que lo mismo valen para un roto que para un descosido. Pero eso sí, como van cargadas con el plutonio de la condena y del rechazo social son ideales para reducir los debates políticos a un pin pan pum que esterilice la discusión.

Las ‘palabras policía’ niegan que exista nada que discutir y sitúan las posiciones de los demás en el terreno de la tara mental, la fobia o el trastorno. Los que piensan distinto están enfermos, porque no hay nada distinto que pensar sobre asuntos en los que los debates, al parecer, están cerrados. Y lo están, aunque una parte significativa de la población no lo crea así. Y lo están incluso si existen excelentes argumentos en contra de las posiciones oficiales. Pero debe ser extraordinariamente gratificante poder clausurar cualquier discusión tachando al rival de homófobo, xenófobo o machista, en vez de molestarse en rebatir sus razones. Es la lógica antifascista, ya saben: el fascismo no se discute, el fascismo se combate. Y como ya todo el mundo es fascista —pues fascismo es un término que puede aplicarse ya a casi cualquiera— la discusión democrática se vuelve innecesaria y es sustituida por una mera lucha de poder y de afirmación moral.

Es curioso que sean tan pocos los teóricos dispuestos a admitir que este tipo de lacras —otra sería la cultura de la cancelación— pongan en peligro las democracias occidentales, pese a afectar directamente al centro de su naturaleza deliberativa. Y, por tanto, al núcleo de su legitimación y del modo de articular el sistema de contrapoderes. Es preocupante que aceptemos con normalidad las estrategias para estrechar el terreno de debate y ampliar el abanico de opiniones inaceptables. Todas estas cuestiones están en el centro de las manipulaciones verdaderamente importantes que padecen los ciudadanos, las que condicionan su forma de mirar y de pensar el mundo, las que les impiden contemplar más variedad de opciones que las que ofrecen los medios informativos institucionalizados. Pero esto no amenaza la democracia. El problema, ya saben, son los bulos.

Hay que agradecer a Pedro Sánchez que el bulo del bulo haya caído en el descrédito más absoluto a raíz de su uso y abuso por parte del Gobierno. La máquina del fango socialista sin duda ha contribuido a deslegitimarlo todo, incluida esa mentirosa certeza en torno a las noticias falsas. Gracias a Sánchez, hoy la mayoría ya ha entendido la verdad de fondo de esta cuestión: tachar una información de bulo no implica que sea falsa, sino tan sólo que es incómoda para el poder. Puede que alguna, en efecto, sea mentira, pero ya sabemos que ese no es el criterio fundamental para proceder a la descalificación. Estamos en una guerra en la que la verdad de fondo importa poco y lo único que cuenta es el poder para convencer, para imponer y para someter.

 https://ideas.gaceta.es/hablemos-de-bulos-y-manipulacion/

sábado, 12 de octubre de 2024

El franquismo y otros monstruos



En Teenage Caveman, película que dirigió Roger Corman en 1958, nos contaban la historia de una tribu prehistórica que tenía como tabú heredado de sus ancestros no cruzar jamás el río, pues al otro lado vivía «El dios que mata con su contacto». Nadie lo había visto nunca, pero si los ancianos del lugar lo decían debía ser cierto… Hasta que un intrépido joven en busca de presas que cazar decide adentrarse allí. Finalmente termina encontrándose con un monstruo al que da muerte, descubriendo a continuación que en realidad era un anciano disfrazado que portaba un objeto incomprensible para él, aunque no para el espectador: un libro ilustrado con imágenes de ciudades del siglo XX. En el epílogo una voz en off nos narra que hubo un holocausto nuclear tiempo atrás que destruyó la civilización, hizo mutar a algunas criaturas en dinosaurios y que un grupo de humanos supervivientes se aisló en un valle del que no debían salir para estar a salvo de la radiación. De ahí fue tomando forma el mito.

Este planteamiento fue retomado luego Shyamalan en El bosque —rodada con más recursos, pero menos originalidad— y es tan sugerente que invita a tomarlo como prisma con el que mirar a nuestra historia, cultura y tabúes. Podríamos decir que en la España contemporánea el río a cuyo otro lado habita el monstruo es 1975. Es lo que nos han contado enfáticamente en las noches junto al fuego a todos los que hemos nacido después. Como la memoria es creativa y va añadiendo nuevos detalles cada vez que rememora algo (no digamos ya la «Memoria Democrática») el resultado es que a medida que van pasando las décadas el franquismo lejos de quedar atrás va haciéndose cada vez más presente en la esfera pública, convertido en grotesco espantajo cuya sola mención sirve para zanjar cualquier debate e impulsar cualquier medida sin mayor explicación. Junto al binomio izquierda/derecha que nos promete la alternancia para dejarnos donde estábamos como una ruedecilla de hámster, el otro gran eje de nuestro sistema es franquismo/democracia o, en un sentido más amplio, Pasado frente a Progreso. Da igual que se discuta de un nuevo estatuto de autonomía, un plan hidrográfico o un cambio en el código penal, el objetivo deberá ser siempre alejarnos del franquismo —cuyo agravio lacerante nos persigue como una sombra— y continuar en la senda del Progreso, aunque parezca que no está llevándonos a ninguna parte. Ahora bien, ¿qué ocurrirá si nos atrevemos a salirnos de esa senda e incluso, yendo más allá, cruzamos el rio? Veamos.

En 1971 un enviado de Nixon le preguntó a Franco qué pasaría tras su muerte, a lo que este respondió: «Se lo voy a decir. Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga y qué sé yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España». Inquiriéndole por qué creía esto, replicó: «porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años, la clase media española».

Tiempo después otro presidente estadounidense, Gerald Ford, hizo una visita oficial a España el uno de junio de 1975, lo que tal como se apresuró en aclarar un alto funcionario en este artículo de Le Monde: «no significa que abracemos al general Franco y sus políticas, sino que, una vez más, reconocemos la importancia de las bases americanas en España para la defensa de Europa, en particular por el papel que España tendrá para la seguridad de Europa Occidental después de Franco, se ha de entender por tanto este viaje como una muestra del interés de Estados Unidos en la transición gubernamental. que se llevará a cabo durante los próximos cinco años». Curiosamente, un joven político antifranquista, llamado Felipe González, apenas tres meses después repetía las mismas palabras en una entrevista a un diario sueco: «espero la instauración de la democracia en España de aquí a cinco años». ¡Como si todos estuvieran siguiendo el mismo guion! Uno al que tiempo después daría voz Victoria Prego.

Por su parte Joan E. Garcés en Soberanos e intervenidos da una visión de conjunto que merece la pena citar: «los grupos que en 1977 fueron legalizados y emergieron controlando la escena política eran precisamente los selectivamente financiados desde gobiernos de la Coalición de la Guerra Fría (…) El posfranquismo no puede entenderse cabalmente sin considerar que se iniciaba con equipos cooptados con criterio empresarial, aunque revestidos algunos con siglas históricas, que de pronto aparecieron a la luz ante una ciudadanía privada durante cuarenta años de organizaciones y derechos políticos. Los cooptados vivieron de gobiernos y entidades extranjeras —hasta acceder a los presupuestos públicos—, mientras rivalizaban en ofrecer a la Coalición bélica la mejor combinación de commitment y stability. De ahí que en asuntos de trascendencia estratégica esos equipos hayan satisfecho con prioridad las exigencias de sus fuentes de sostenimiento más que las expectativas o compromisos con sus electores o afiliados».

Nos encontramos entonces con una Transición dirigida desde potencias extranjeras donde todo estaba atado y bien atado, con líderes cooptados ateniéndose a la misma hoja de ruta pues el que se movía no salía en la foto avisó Guerra, y un trágala constitucional con su régimen de partidos, ausencia de división de poderes y disgregación autonómica del que ahora estamos viviendo las consecuencias. Así que la recuperación de la soberanía nacional y de las libertades políticas fue limitada, no hubo ruptura democrática ni proceso constituyente como siempre denunció Antonio García-Trevijano, no hubo cambios en la estructura económica sustanciales, pues las élites lampedusianas siguieron siendo las mismas y la clase media ya estaba consolidada, como recordaba Franco hace unas líneas… Si acaso, cabe señalar el desmantelamiento del tejido industrial en los ochenta que evitaría así que España hiciera la competencia a esas potencias patrocinadoras. En vista de todo lo anterior… ¿No estábamos ante el parto de los montes? ¿Qué logro, qué cambio real cabía atribuir al nuevo sistema para legitimarlo ante la opinión pública? Las libertades de la bragueta, que diría De Prada. Ese fue el terreno donde marcar la diferencia.

Fijémonos, por ejemplo, en el discurso final de Solos en la madrugada, película de José Luís Garci protagonizada por José Sacristán en 1978, donde opone un «pasado sórdido» a las «libertades personales» pendientes de conquistar, ¿y en qué consisten estas exactamente? Pues los ejemplos que va citando son el divorcio, la homosexualidad/transexualidad, «tomar el mando en la cama» y comprar un televisor más grande pues «no ahorréis cuatro perras para dejárselas a vuestros hijos, disfrutad de la vida vosotros» (pura mentalidad boomer-langosta que caló bien hondo, vive Dios). No es cuestión de condenar moralmente con el ceño fruncido todo ello, no me vayan a malinterpretar —el puritanismo es cosa de protestantes—, pero sí de darle su justa medida. Y la que tenía todo ello es relativa en el conjunto de preocupaciones vitales e inofensiva para el statu quo, sospechamos que por eso se enfatizó. ¿Qué emancipación real más allá de su apariencia de transgresión trajo el cine del Destape o la Movida aparte de mostrar tetas, travestis y consumo de drogas? ¿Qué legado cultural y estético ha dejado tras de sí?

Más aún… ¿realmente esos cambios sociales fueron fruto del R78? ¿Fue el régimen franquista, tal como se nos ha repetido, represor de unas libertades de bragueta que eran moneda corriente en el mundo desarrollado? Detengámonos en esto último. La letanía ya la conocemos por parte de la intelectualidad que pasó del troskismo al PSOE, luego a Cs y ahora orbita a Ayuso: su vida sexual habría sido mucho más variada y excitante de no ser por culpa de aquel régimen oscurantista, inquisitorial y mojigato… o eso les gusta imaginar. Lo cierto es que, por ejemplo, la homosexualidad se despenalizó en la RFA y Canadá en 1969, en Finlandia en 1971, en Noruega en 1972, en la mayoría de Estados de EE.UU. a lo largo de los años 70, en Escocia en 1981, en Nueva Zelanda en 1986, en Israel en 1988 y en Irlanda en 1993. En España fue en 1979. Respecto al divorcio nos encontramos que se legalizó en Italia en 1975, en Francia en 1976, en la RFA en 1977, en Grecia en 1983 y en Irlanda en 1996. En España en 1981.

Lo que nos encontramos entonces es que la sociedad occidental en su conjunto fue conservadora en esos ámbitos durante las primeras décadas de la posguerra y luego adoptó tales cambios liberales al mismo ritmo. La idea de una España aislada, a contracorriente, congelada en el tiempo por un autoritarismo de sotana y cilicio mientras el resto del mundo vivía en pleno éxtasis hedonista no deja de ser leyendanegrismo actualizado. Más allá de lograr esquivar las dos guerras mundiales, para bien o para mal nuestro país ha participado en todas las modas históricas y transformaciones socioculturales del siglo XX marcando un paso similar al resto. Pero el relato mata al dato, así que el Régimen del 78 ha construido su legitimidad en buena medida en torno al progresismo (es significativo que el cineasta oficial pasara a ser Almodóvar) sobredimensionando hasta el disparate cuestiones como el feminismo o lo LGTB, fabricando una ilusoria emancipación en terrenos simbólicos y «libertades personales» —que no políticas— en este lado del rio donde no habitan los monstruos, mientras que la realidad material ha ido deteriorándose para una menguante clase media con trabajos crecientemente precarios y un acceso a la vivienda ya imposible para muchos… Aunque pudiéndonos cambiar de sexo en el DNI, que es lo que importa.    
Javier Bilbao 

https://ideas.gaceta.es/la-transicion-dirigida-y-las-liberaciones-ilusorias/

viernes, 11 de octubre de 2024

Padres pierden la custodia de su hijo

Una familia militar de Washington DC ha perdido la custodia de su hijo autista de 16 años tras negarse a aceptar un tratamiento de transición de género.


La familia está demandando al Hospital Nacional Infantil de DC, acusando al centro de salud de imponerle la idea de cambiar de género a su hijo.


Hospitalizado en 2021 por autolesiones

El caso se remonta a 2021, cuando el joven fue hospitalizado por autolesiones después de una dolorosa ruptura con su novia. Hasta ese momento, según la familia, el adolescente nunca había mostrado interés alguno en cambiar de género. 


Sin embargo, durante su estancia en el hospital, el personal informó a la familia que el joven «quería ser mujer» y que, a partir de entonces, deberían referirse a él utilizando pronombres femeninos, según afirma la demanda presentada por los padres.


Negativa de los padres

Los padres, veteranos del ejército residentes en el condado de Prince George, Maryland, rechazaron la sugerencia, argumentando que su hijo era especialmente vulnerable e impresionable debido a su autismo.


 En su demanda, la familia acusa al hospital de llevar a cabo una «campaña en toda regla para hacer ‘trans’ a este niño».


Alegan que el personal del hospital practicó una especie de «reprogramación mental» al forzar al joven a escribir cartas a sus amigos negando su identidad masculina anterior.


Preocupación por la intervención del Estado

El caso ha suscitado preocupaciones más amplias sobre la creciente intervención del Estado en la vida familiar y los derechos de los padres.


Los informes sobre la intervención del hospital argumentan que la decisión de tratar a un menor para la transición de género debe ser considerada con extrema precaución, especialmente en casos donde el menor puede ser fácilmente influenciado debido a condiciones como el autismo.


La actuación del hospital podría ser vista como un exceso de autoridad y una infracción a los derechos de los padres.


Por otro lado, los defensores de los derechos de los menores y del lobby gay argumentan que es crucial escuchar y respetar los deseos de los jóvenes en relación con su identidad de género.


Para estos defensores, la negativa de los padres a aceptar la identidad de género de su hijo podría considerarse una forma de abuso o negligencia emocional, y la intervención del hospital podría ser vista como una medida necesaria para proteger el bienestar del joven.


Este caso plantea preguntas complejas sobre la autodeterminación de los menores, la autoridad de los padres y el papel del Estado y las instituciones médicas en cuestiones de identidad de género. 


¿Es justo que las instituciones médicas ataquen la patria potestad de los padres, quienes tienen el derecho y la responsabilidad legal de tomar decisiones sobre la salud y el desarrollo de sus hijos?


¿Debería el Estado intervenir en las decisiones de los padres sobre la identidad de género de sus hijos, considerando que estos tienen la patria potestad y mejor conocimiento sobre el bienestar de sus hijos?


El caso de esta familia de Washington DC continúa en los tribunales, con implicaciones que podrían ir mucho más allá de sus propias circunstancias, tocando temas de derechos individuales, integridad familiar y la creciente intervención del Estado en la vida privada.


 https://www.forumlibertas.com/padres-pierde-custodia-tratamiento-de-transicion-de-genero/

A trancas y barrancas

 Significa hacer algo a duras penas, con esfuerzo. La verdad es que yo estoy siempre al límite. Todo me cuesta mucho. Siempre he sido debilu...