Diario conservador de la actualidad
viernes, 31 de diciembre de 2021
miércoles, 29 de diciembre de 2021
Sobre la muerte
Es un tópico decir que la muerte forma parte de la vida, pero a veces se nos olvida. La mayor parte de los fallecidos durante esta enfermedad eran mayores de ochenta años, de manera que se hubieran muerto igual de cualquier otra cosa. Cada año mueren en España medio millón de personas, muchos por cáncer o problemas cardiacos o accidentes. Se puede decir que es una lotería que le puede tocar a cualquiera. A mí la muerte no me asusta, será porque ya pasé por ello.
Puedo asegurar que existe consciencia tras el último suspiro, no puedo decir más porque no lo recuerdo. El otro día vi una película donde una depresiva decía: no tengo deseos de suicidarme pero ahora comprendo a los que lo hacen. Yo también lo comprendo, aunque no acepto que los médicos les ayuden. Acabar con todo es una tentación agradable, sobre todo cuando uno ha llegado a la conclusión de que no le queda nada más que ofrecer al mundo.
Hace tiempo que llegué a esa conclusión. No por desesperación sino por puro razonamiento. No creo que la Tierra guarde resto alguno de mi paso por aquí, salvo tal vez mis descendientes. Son lo único de valor que he hecho en estos cincuenta y cinco años. Ni mi etapa de estudiantes, ni la de secretaria o la de ama de casa tienen nada que resaltar. En cuanto a mis escritos, dejo quince libros que no interesan a nadie. Creo que por mi parte ya he cumplido. Ya sólo me restan los achaques y con suerte, los nietos.
lunes, 27 de diciembre de 2021
Modernidades huecas
viernes, 24 de diciembre de 2021
miércoles, 22 de diciembre de 2021
Sobre el aborto
Mañana celebramos el nacimiento de un niño.
Leo con cierta frecuencia las mayores descalificaciones para quienes mantienen posiciones críticas sobre el aborto; desde fachas a ultras, pasando por enemigos de las mujeres. Esta exageración adjetival, el uso del exabrupto que impide abrir la boca a quien discrepe, ejerce sobre mí una notable atracción, como todo aquello que no consigo terminar de explicarme racionalmente. Porque el aborto, se mire por donde se mire, es un daño grave a seres humanos. Y los daños deben minimizarse.
El aborto es impedir por la fuerza el proceso natural de desarrollo del ser humano. Esta acción agresiva, que violenta la ecología humana, tiene consecuencias negativas para la mujer, como señala en abundancia la literatura médica. Que los medios de comunicación lo ignoren no cambia los hechos.
Los daños a la mujer
Al menos el 65% de las mujeres que lo han practicado sufren del síndrome postaborto (SPA), una variante del trastorno postraumático. Su mortalidad es 5,5 veces superior, y la incidencia del suicidio 6,5 veces mayor que en las mujeres que dan a luz. Asimismo, los nacimientos prematuros y los riesgos y costes que comportan se relacionan con la práctica de abortos previos en uno de cada tres casos (Journal of Reproductive Medicine, octubre 2007, tras examinar cuatro millones de nacimientos).
De todo ello nunca se informa a la mujer, ni existen servicios de atención y seguimiento para la que ha abortado. También afecta a su salud mental. El Royal College of Psychiatrists del Reino Unido, afirmaba el 14 de marzo 2008: “El aborto voluntario supone un importante riesgo para la salud mental de la madre y, por tanto, se recomienda que se asesore convenientemente sobre estos riesgos a quien desee abortar”. Y añade: “No puede haber consentimiento informado si no se suministra una información adecuada”.
Todas estas referencias y otras más que no cito por razones de brevedad las presenté en mi comparecencia en el Congreso de los Diputados, cuando fui llamado con ocasión de la tramitación de la ley vigente, que hace once años tiene pendiente un recurso de inconstitucionalidad en el Tribunal Constitucional, todo un escarnio de la justicia.
Además, la práctica es masiva y por ello sus efectos demoledores. En España en 2019 se produjeron cerca de 100.000 abortos por 360.620 nacimientos, casi uno de cada tres, y cada año aborta de promedio una mujer de cada diez u once.
Que todas estas razones de singular importancia no muevan ni a una pizca a la reflexión y al debate público es llamativo. ¿Por qué preocupa y escandaliza tanto la tala de unas decenas de árboles en la calle de una ciudad, y tan poco la muerte de 100.000 seres humanos? ¿Cómo es posible que no siembre la alarma, que exista mayor control de la administración para efectuar una tala de árboles que sobre los abortos practicados en las clínicas, privadas la gran mayoría?
El que ha de nacer, el nasciturus, es real y es un ser humano. Los científicos que trabajan con embriones humanos adoptaron el consenso de no hacerlo más allá del día 14 desde la fecundación. Este es el límite que la política y los intereses de la sociedad desvinculada no respetan. Más contradictorio todavía, mientras crecen las prácticas del llamado duelo gestacional, el que realizan las familias que han perdido la criatura durante la gestación y sufren por ello, y las prácticas para superarlo recomiendan, entre otras cuestiones, el reconocimiento del no nato fallecido como un miembro de la familia, las leyes y las prácticas siguen diciendo que no existe tal ser. Una sociedad no puede progresar humanamente entre tantas contradicciones que afectan al sentido de la vida.
La historia del aborto en la modernidad ya debería llamar la atención. Los precursores fueron los regímenes comunistas de la URSS primero y la República Popular China después, y su vigencia en el primer caso sufrió vaivenes en función de los criterios políticos sobre la población, y también de la necesidad de mano de obra fabril para la industrialización acelerada. En China siempre ha sido inseparable del control de población. Los dos sistemas políticos tienen en común su -digamos- sentido instrumental de la vida humana.
Pero es que el tercer país que se incorporó a la lista fue el Japón ocupado por Estados Unidos (1945-52), y por decisión de la administración ocupante. Pero su legalización en los Estados Unidos no sucedió hasta 1973. ¿Cómo es posible, que los ocupantes concedieran lo que se llama ahora un “derecho” a las mujeres del enemigo derrotado, y se lo negaran durante tantos años a sus propias mujeres?
* * *
Me refería anteriormente a la ruptura civilizatoria que comporta la cancelación de todo derecho del ser humano engendrado, a los daños que causa el aborto masivo y eugenésico, y cómo su origen no está ligado a los derechos de la mujer, sino a algún tipo de control sobre ella y su capacidad de engendrar, por razones distintas como pueden ser su necesidad como fuerza de trabajo, el control de población, o limitar los efectos de los matrimonios raciales mixtos.
También resultaba evidente que, en cualquier caso, como sucede en la legislación soviética, el aborto era considerado como un mal, menor o necesario, pero mal. La propia jurisprudencia del Tribunal Constitucional español, cuando declaró constitucional la primera ley, sigue una vía de reflexión de este tipo. Concebido como algo especial, se espera que vaya a menos y no a más.
El cambio de concepción sobre el aborto, que inicia su transformación como un derecho de la mujer, no surge de la izquierda sino del liberalismo americano, y de las campañas de las mujeres WASP [White, Anglo-Saxon, Protestant] de los suburbios acomodados. Betty Friedan es el nombre que mejor representa esta transformación, que tiene en la sentencia del Tribunal Supremo en el caso Roe contra Wade su big bang. En realidad, aquel tribunal nunca entró en el fondo de la cuestión, que necesariamente comportaba la consideración de los derechos del ser humano que ha de nacer. Lo resolvió por la vía simple de considerar que se trataba de una cuestión que correspondía a la intimidad de la mujer, prescindiendo del tercero en cuestión, y de la dimensión social moral.
Pero el nasciturus no es una cosa, sino un ser humano autónomo de la madre que lo acoge, y como tal sujeto de determinados derechos. Así lo considera el Tribunal Constitucional español. En su sentencia 110485, trece años después de Roe contra Wade, declara constitucional la ley de supuestos, y al mismo tiempo establece: “Una vida humana… que comienza con la gestación… El nasciturus está protegido por el Art. 15 de la Constitución… Es un bien jurídicamente protegido… El nasciturus implica para el Estado, con carácter general, dos obligaciones, la de abstenerse de interrumpir o de obstaculizar el proceso natural de gestación, y la de establecer un sistema legal para la defensa de la vida que suponga una protección definitiva de la misma”.
Al hilo de estas citas, se entiende la escandalosa congelación del recurso de inconstitucionalidad contra la vigente ley de plazos, y su generosa aceptación de las prácticas eugenésicas. No hay manera de que case con la propia jurisprudencia del Tribunal.
Los argumentos que fundamentan el derecho de la madre a decidir sobre la vida del hijo engendrado son de dos tipos concomitantes. Uno es el derecho al propio cuerpo, que encierra el falseamiento de la realidad, porque quien ha de nacer está en el cuerpo de la madre, pero obviamente no es la madre. La citada sentencia del Tribunal Constitucional lo afirma con claridad: “La gestación ha generado un tertium existencialmente distinto a la madre…”. Y esto es decisivo. Pero además, no existe tal libre disposición al propio cuerpo, que está sujeto a limitaciones; nadie puede vender un riñón en “beneficio” propio, aunque sí donarlo en beneficio de un tercero.
El otro argumento subraya la dependencia del ser humano que ha de nacer, pero esta realidad transitoria no lo convierte en propiedad de la madre, y menos para abusar de él decidiendo su muerte. El cuidador carece de todo derecho a poner fin a la vida del cuidado, incluso en el caso que se encuentre al final de la vida -a diferencia del nasciturus– y con sus capacidades humanas extremadamente deterioradas: quien cuida a un enfermo de Alzheimer no tiene derecho a matarlo porque esté estresando su vida, convirtiéndola en invivible. Si esto no se acepta y es un delito de homicidio, ¿por qué se debe aceptar la muerte del bebé que tiene toda una vida por delante?
(...)
https://www.religionenlibertad.com/opinion/317075505/aborto-silencios.html
lunes, 20 de diciembre de 2021
Una vez más
Se acercan las navidades y, como siempre, yo no tengo ganas. Recuerdo que cuando era muy pequeña me hacía ilusión. Eran de los pocos días en que podía ver a toda mi familia juntos en casa y eran muy alegres. Ya cuando se fueron haciendo mayores y sólo íbamos esos días, no era lo mismo. Según mis padres se fueron haciendo mayores, se convirtió en una fuente de problemas. En cuanto a mi familia política, era como pasar un examen. Mi mayor deseo era quedarme en mi casa.
Han pasado más de treinta años, y ahora al fin consigo celebrar en mi casa algunos días, no todos. No veo el momento de tener nietos y poder hacer de mi casa por fin el escenario principal. Creo que ya me toca. Claro que eso supone mucho más trabajo, pero también más tranquilidad. Convivir un par de días con personas que no ves en todo el año es un ejercicio arriesgado. Por eso, cuando llegan estas fechas, y a pesar de los míos, sólo estoy deseando que llegue pronto el siete de enero.
viernes, 17 de diciembre de 2021
Niños y Covid
miércoles, 15 de diciembre de 2021
Mis cimientos
A lo largo de estos más de quince años que llevo escribiendo en internet, he tenido experiencias muy agradables con gente estupenda y también algunos malos momentos. De hecho me han llamado ya de todo, desde intolerante a paranoica, pasando por fascista, naturalmente, homófoba y beata. Perdí una amiga de toda la vida por defender mis principios, y muchos seguidores me han acabado dando la espalda por un tema o por otro. He tenido que cerrar más de un blog.
No hubiera podido con todo ello, de hecho me han hecho sentir muy mal. si no fuera por mis profundas convicciones, y también por las experiencias que tuve mucho antes de que todo esto empezara. Lo que me pasó, que es difícil de explicar incluso para mí misma; me hizo pensar que tenía algo pendiente, que tenía que corresponder de algún modo al favor que se me había hecho. Y creo que es la razón última por la que sigo aquí todavía, aunque todavía no sepa si realmente compensa el esfuerzo.
lunes, 13 de diciembre de 2021
La familia
Por si no quedó claro, estoy a favor del proselitismo.
Vivimos la era de la “política de la identidad” (identity politics); salvo la nueva derecha, todo el espectro ideológico occidental ha asumido como dogma de fe que las mujeres, las razas distintas de la blanca y las minorías sexuales han sido y son oprimidas por el varón blanco heterosexual. Suelo explicar el vigor creciente de la política identitaria como una mutación del marxismo: si para Marx “la historia de la humanidad ha sido siempre una historia de lucha de clases” (Manifiesto Comunista), la izquierda post-1989, necesitada de reinventarse tras el fracaso del socialismo, ha sustituido la lucha de clases por la de sexos, razas y orientaciones sexuales.
Mary Eberstadt propone una interpretación alternativa -no incompatible con la anterior- del hecho de que, en el momento histórico en que mujeres, no-blancos y personas LGTB disfrutan de más derechos que nunca, los movimientos feministas, “antirracistas” (Black Lives Matter en EE.UU., indigenistas en Hispanoamérica, SOS Racisme en Francia, etc.) y LGTB sean cada vez más masivos, histéricos e intolerantes, imponiendo dogmas, reclamando privilegios (cuotas, “nuevos derechos”) y “cancelando” a los discrepantes.
La tesis de Eberstadt en su formidable obra “Primal Screams” es que el auge de la identity politics es consecuencia de la fragilidad creciente -que tiende a liquidación definitiva- de la familia. Esta, a su vez, es consecuencia de la revolución sexual de los 60/70: trivialización del sexo, disociado de la reproducción desde la invención de la píldora; volatilidad de las relaciones; sustitución del matrimonio por la pareja de hecho; aumento de los nacimientos fuera del matrimonio, de las rupturas familiares y del porcentaje de niños que crecen sin alguno de sus progenitores (casi siempre, sin el padre). Eberstadt llama “la Gran Dispersión” [Great Scattering] a esta destrucción del hábitat en el que los humanos se habían criado durante milenios. Un hábitat que no era un constructo cultural, sino probablemente una necesidad evolutiva, determinada por la extraordinaria duración de la infancia humana. “Somos animales seleccionados para formas familiares de socialización. Y esas formas han desaparecido para mucha gente”.
Era ingenuo pensar que una revolución antropológica de este calado fuese a quedarse sin serias consecuencias socio-económicas y políticas. Una de ellas ha sido el hundimiento de la natalidad: en un contexto de relaciones volátiles -o sea, sin la garantía de que se podrá contar con el padre de la criatura para educarla- se vuelve más improbable la decisión de concebir hijos. El colapso natalicio va a traer la insostenibilidad del Estado del Bienestar: cuando se jubile la generación del “baby boom” (los nacidos entre 1950 y 1975), no habrá suficientes cotizantes para pagar las pensiones. Ha traído también la crisis migratoria: el vacío demográfico creado por la infecundidad occidental aspira a ser ocupado por inmigrantes extraoccidentales. Al tiempo que lo condena a la insostenibilidad, la desintegración de la familia exige, paradójicamente, la expansión del Estado del Bienestar, pues la ruptura familiar multiplica las situaciones de vulnerabilidad y la necesidad de intervención asistencial.
Pero ¿qué relación guarda todo esto con el auge del feminismo, el “antirracismo” (más bien, victimismo racial) y la militancia LGTB? La Gran Dispersión ha generado una Gran Orfandad. “¿Quién soy?” es la pregunta humana esencial. Durante milenios, los humanos la respondieron mediante la religión y el linaje. “Soy un hijo de Dios”. “Soy el hijo de Pedro y Carmen, el hermano de Zacarías y Clara, el nieto de…, el padre de…”. Pero la religión organizada se está cayendo a pedazos en Occidente, quedando reducida si acaso a un “deísmo terapéutico” (Rod Dreher) sin dogmas ni obligaciones.
Y la familia, el hogar primordial, el suelo identitario por excelencia, se ha vuelto quebradiza y mutable. Ya no es un cimiento rocoso, sino una tramoya efímera, de geometría variable. Hay niños -los concebidos mediante vientre de alquiler o inseminación de mujeres sin pareja masculina- que son privados directamente de uno de sus dos progenitores. Y, en la sociedad del divorcio, de la “familia recompuesta” y de la monoparentalidad, la cúpula protectora de inequívocos abuelos, padres, hermanos, tíos, etc. es sustituida por un decorado móvil de personajes que entran y salen: el nuevo novio de la madre, la nueva novia del padre, sus hijos previos respectivos, hermanastros, primos provisionales…
Privado de identidad religiosa y familiar, el occidental huérfano busca nuevas “fuentes del yo” (Charles Taylor) en el género, la raza y la orientación sexual. Características que son y deberían ser tenidas por baladíes -el color de la piel, el sexo- pasan a ser vividas como causas por las que luchar y marcos identitarios que proporcionan sentido y protección. La chica que ha crecido en un hogar sin padre, que no ha querido o podido encontrar un marido ni tenido hijos, buscará un sucedáneo de familia en la “sororidad” y en “el movimiento de las mujeres”. El negro norteamericano (más del 70% se crían en hogares monoparentales) compensará el vacío de su orfandad con la furiosa militancia “antirracista”.
Por eso los movimientos feministas, raciales y LGTB son cada vez más histéricos y refractarios a toda argumentación: porque en realidad no buscan fines racionales, sino identitario-emocionales. Su hipersusceptibilidad (necesidad de encontrar “machismo”, “racismo” y “homofobia” por todas partes) y manifestaciones son infantiles -de las rabietas exhibicionistas de las Femen a los escraches contra intelectuales conservadores, de los “safe spaces” a los “trigger warnings” o las polémicas delirantes sobre “apropiación cultural”- porque son la reacción a un trauma infantil de inseguridad y desprotección existencial. Y están arrastrando a toda la política occidental al delirio y la irresponsabilidad.
La revolución sexual y la Gran Dispersión no sólo produce niños desprotegidos que se convertirán de adultos en militantes histéricos. También está conduciendo a una sociedad de viejos solitarios. Uno de cada cuatro alemanes de más de 70 años reciben menos de una visita al mes; un 10% no recibe ninguna. En Japón, empresas especializadas limpian los apartamentos en los que se han descompuesto durante meses los cadáveres de ancianos que vivían solos. A la sociedad que sacrificó la natalidad y la estabilidad familiar en el altar de la libertad amorosa infinita le espera ese terrible final de vida.
Que Eberstadt pone el dedo en la verdadera llega queda confirmado por lo numeroso e inane de los topicazos con los que se intenta acallar su tesis. “¡Qué rancio! ¡Ultracatólico! ¿No pretenderás volver a los años 50? ¡Es imposible volver a meter el dentífrico en el tubo cuando ya se ha desparramado!”. Algunos conocemos muy bien la cantinela.
Y sí, se está produciendo una reacción contra la identity politics: pienso en los Jonathan Haidt, Camille Paglia, Steven Pinker, Cayetana Alvárez de Toledo (cuya gallardía anti-feminista fue una de las causas de su defenestración en el PP)… Son liberales que quieren combatir el tribalismo sexual-racial sólo mediante la reivindicación del individuo. Ellos, tan desdeñosos del “populismo simplificador”, proponen una respuesta simplicísima: “individuo y basta”. Olvidan que somos animales sociales y necesitamos “sources of the self”, y que esas fuentes del yo estaban en la familia. Pero los ultraindividualistas no están dispuestos a reconocer la crisis de la familia; para ellos es sagrada la disociación absoluta entre la esfera pública y la privada, y la intangibilidad de esta última. Para ellos es dogma de fe la libertad amorosa absoluta, la revolución sexual.
El dogma “cada uno hace con su vida privada lo que quiere” ha calado tanto que vuelve problemática la recepción del discurso conservador que explica que la desintegración familiar nos está llevando, vía suicidio demográfico, a la insostenibilidad social. No se trata de juzgar individualmente a nadie (quienes hayan fracasado en la construcción de familias sólidas tienen muchas justificaciones: la dificultad intrínseca del asunto, más el haber sido educados en una atmósfera post-1968 que no promovía los valores familiares, sino los liberacionistas), pero sí de comprender que, como dice inapelablemente Eberstadt, “decisiones privadas multiplicadas por muchos millones tienen inevitablemente consecuencias públicas”.
O revisamos la revolución sexual, o vamos al desguace como sociedad.
https://www.actuall.com/familia/por-que-ha-triunfado-el-feminismo-histerico/
viernes, 10 de diciembre de 2021
Proselitismo
Una de las cosas que repite incansablemente el Papa Francisco es que no debemos hacer proselitismo. Que cada cual se debe convencer por sí mismo con ayuda de la Gracia. No es eso desde luego lo que decía Jesucristo en el Evangelio, cuando mandó a sus apóstoles de dos en dos a predicar. Lo que está claro es que nadie se puede convertir a lo que desconoce. Hoy en día casi todos los medios de comunicación están copados por un pensamiento único que no da posibilidad de elegir.
Reconozco que me he llegado a sentir culpable por un tiempo de querer convencer a los demás de mis ideas, que no son mías, las comparte mucha gente. Hasta que un día de repente llegué a la conclusión de que no hacía nada malo. La gente se convence cuando tiene unos argumentos que le hacen cambiar de opinión. Yo solamente ofrezco esos argumentos en un menú y cada cual puede escoger los que le gusten y descartar los que no le agraden. No obligo a nadie.
Hay quien dice que todas las ideologías son aceptables. No estoy de acuerdo. No acepto el comunismo por lo que les hace a los países donde gobierna. Véase, miseria, opresión, falta de libertad. Tampoco acepto el islamismo radical por su actitud hacia las mujeres. Otras ideologías pueden tener algún punto favorable. Pero desde luego, pienso que la mía es la correcta y no creo que tenga que disculparme por ello. Simplemente he investigado mucho para llegar a esta conclusión y me gustaría que otros también lo hicieran.
Si resulta que el cristianismo es una religión más, alguien podría haber avisado a los millones de mártires que ha tenido. Los leones de Roma habrían pasado hambre. Pero resulta que es el cristianismo junto a la cultura grecorromana lo que nos ha traído hasta aquí. La cultura con más de dos milenios de historia que sigue vigente y que nunca había sido puesta en cuestión como ahora, como hace apenas diez años. Ha costado dos mil años crearla y apenas diez años destruirla.
La idea es que nos sintamos miserables defendiendo la pareja, los hijos, la familia, la sociedad, la religión, la nación, la cultura y la historia. De este modo, otros pueden introducir libremente sus planes de globalismo, de un gobierno dictatorial único para todos que nos diga cómo tenemos que pensar y sentir. Mientras sigamos acomplejados, ese objetivo se hace cada vez más posible. Por eso no puedo dejar de publicar, aunque a veces me sienta tentada.
miércoles, 8 de diciembre de 2021
El globalismo
Grupo La Brède | 24 octubre, 2019
El globalismo es un poder invisible que carece de controles democráticos. Es el Deep Power, el poder sumergido, invisible, que pocos identifican y que está controlado solo por quienes lo ejercitan. Es el poder escamoteado a los ciudadanos, el poder que decide desde los instrumentos opacos de las grandes fundaciones, las multinacionales, las ONG’s internacionales, las corporaciones globales. Es el perfecto Leviatán, el invisible, el inasible. No garantiza derechos. No garantiza libertades. Ofrece a cambio edulcorantes políticos, sucedáneos a medio camino entre el sentimentalismo y la ideología de autoayuda. ¿Quién controla a Soros? ¿A quién rinde cuentas Bildelberg? ¿A qué clase de escrutinio se somete Zukerberg? ¿Quién ha votado a Bezzos?
Desde que esos gigantes económicos, subvención tras subvención, han conseguido hacerse con el control político de las sociedades avanzadas a través de los medios de comunicación y de los instrumentos opacos y sustituir el vigor de las naciones democráticas, de los cuerpos electorales, por asociaciones de identidades fragmentadas (en el caso del género, el lobby LGTBI; en el del clima, las plataformas ecoprogresistas, etc), la democracia ha sido difuminada, la soberanía ha sido escamoteada y la libertad se ha convertido en mera realidad virtual. Los partidos políticos se han rendido ante ellos. Los presidentes despachan con Soros. Los líderes políticos acuden año tras año a recibir los cuadernos de instrucciones a Bildelberg. Es el Deep Power quien marca la agenda política mundial, y lo hace en función de sus propios, prosaicos intereses, que luego se revisten de ideología de progreso.
Los intereses nacionales han sido sustituidos por los intereses de las corporaciones, las identidades nacionales por las falsas identidades fragmentadas, que no son, que no eran, sino rasgo de carácter y pertenecen, pertenecían, a la espera de la privacidad, a lo más íntimo del hombre: Hoy esos fragmentos de la personalidad han sido hipertrofiados en forma de identidades postmodernas con la finalidad de ser colectivizados. Un colectivo siempre tiene algo de rebaño, y se maneja mejor. Ser vegetariano es una opción alimenticia personal, ser gay una opción sexual que pertenece a la esfera de la estricta intimidad (como cualquier otra), ser conservacionista de la naturaleza es una contribución social, ser un defensor de los derechos de la mujer es un rasgo de inteligencia; pero cuando todos esos rasgos de carácter se hipertrofian en forma de ideología cerrada, con sus dogmas, su clero, su Caton, y se cosifican y colectivizan, no solo se está diluyendo lo más personal del ser humano, su intimidad más radical e individual, sino que además se está fabricando una nueva identidad virtual y colectiva de sustitución de la identidad nacional.
Ese cambio ha sido impulsado con ingentes cantidades de dinero desde el Deep Power internacional. La nación era el obstáculo que el gran capitalismo aún no había derribado. Ahora, en esta nueva fase histórica de su hiperpoder, el gran capitalismo global ha brindado una nueva ideología-refugio, la de las identidades fragmentadas, a la izquierda mundial, que sigue catatónica desde la caída del muro de Berlín, y se ha dejado comprar. Ese discurso global de la izquierda no solo supone una invasión intolerable de la intimidad de cada cual, una destrucción irreversible de la privacidad (por qué tiene uno que convertir lo más íntimo de sí mismo en discurso político es algo que nadie ha explicado aún), sino que además abandona y rompe la unidad intrínseca del hombre, su naturaleza, su esencia en meros fragmentos de sí mismo, que le dejan inerme frente a la inmensa concentración de poder de multinacionales (empresas, fundaciones, fondos, medios de comunicación) y poderes en la sombra. El ser humano –su inigualable naturaleza- ha estallado en mil pedazos y se ha creado una enorme maraña, un nuevo Leviatán, para dominar sus fragmentos.
Para llevarnos a tal desapoderamiento se ha desarrollado una ideología del miedo, una ideología apocalíptica, que es también una ideología de la culpa y de la decadencia, un declinismo colectivo e individual al mismo tiempo. Veganos, ecoprogresistas, feminazis, generistas, multiculturalistas, todos juntos han dado cuerpo al dogma de la nueva izquierda. El ecoprogresismo nos aterroriza con todo tipo de catástrofes y apocalipsis naturales, de las que además somos responsables cuando no culpables; el veganismo animalista nos equipara en derechos con todo topo de bichos y nos degrada a la condición animal, y además hace que nos sintamos asesinos de multitud de especies y sangrientos caníbales; el feminazismo nos hace sentir permanentemente como potenciales y abyectos violadores, machos primitivos, cromañones de ADN violento, oligofrénicos diseminadores de esperma sin sentido. Los lobbys LGTBI nos arrinconan a la condición de pardillos sexuales, incapaces de salir de armarios que no existen, y nos empujan por una parte a cosificar el placer y por otra a hormonar a los jóvenes hasta desnaturalizarlos y enloquecerlos. Los lobbys abortistas pretenden que nos sintamos cavernícolas enfrentados a las mujeres, una especie de inquisidores ultramontanos insensibles e idiotas que solo ven en ellas a la hembra que reproduce la especie. ¿Quién da más? La izquierda ha pulverizado al individuo.
¿Ha habido alguna vez ideología que amedrente más la libertad del ser humano? ¿Ha habido época reciente en que el hombre haya vivido más arrinconado? ¿Cabe mayor coacción?
Las grandes corporaciones del Deep Power están sustituyendo las identidades nacionales, que son históricas, culturales, artísticas, políticas, de una enorme hondura, complejidad y trascendencia, por rasgos de carácter oportunistas, presentistas, secundarios, para desarraigarnos, primero, de nuestra naturaleza de hombres libres, y después, de los instrumentos de que nos habíamos dotado para garantizar esa libertad: la nación como cuerpo, la soberanía nacional como representación y esa configuración política que es el estado, la última barrera frente al poder invisible del capitalismo sin alma. Los rebaños se dispersan y cada oveja cree pertenecer a un mundo virtual, a un colectivo que en realidad no existe….a una falsa y ensoñada nación: la de los veganos del mundo, por ejemplo, la de los transexuales que no comen pollo, la de las feministas que buscan derribar un heteropatriarcado soporífero y muerto, la de los apologetas del cambio climático, o todos ellos juntos celebrando, orgullo tras orgullo, con convicción de secta religiosa, como davidianos de cualquier propuesta que se ponga de moda, un espejismo de nuevo amanecer que acaba en videojuego. El resultado es más falta de control, más omnipotencia, más oligarquía, más poder en la sombra.
Que todo esto lo venda un tipo deleznable como Soros (lo único que tiene Soros es dinero, pero carece de todo lo demás) es comprensible. Pero que se haya convertido en la ideología de la izquierda progresista mundial es, sencillamente, inaudito: sólo un idiota podría comprenderlo. La izquierda se ha puesto al servicio del gran capital. Y no; el capitalismo no morirá por sus contradicciones internas, como quería Marx. Es la izquierda la que morirá en brazos del capitalismo por su ambición desordenada de poder.
Gracias a ella, hemos pasado de ser el centro de la creación a comportarnos como animales de compañía de las grandes corporaciones, mascotas progresistas del capital, consumidores decadentes y pijos en vez de ciudadanos vigorosos, libres e iguales.
El globalismo diluye los cuerpos intermedios, atrapa la sociedad civil a través de sus poderosas fundaciones, amaestra naciones, domina estados, deshace identidades y traba la libertad de pensamiento mediante la poderosa invasión de nuestros hogares por los medios de comunicación. Es una demolición de la política. Es una demolición de la división del poder, de su control, de sus pesos y contrapesos, y en consecuencia es el mayor enemigo de la libertad. Tenemos que actualizar a Montesquieu.
“Si tenemos un Príncipe –le dice Plinio a Trajano cuando le enseña historia- es para evitar tener un amo”. Para eso se constituyen las soberanías nacionales, los cuerpos intermedios, la sociedad civil, en fin, todo eso que surge de la Ilustración y el globalismo derriba. Pues bien, ya ha llegado el amo. El absolutismo ya tiene un nuevo rostro, sofisticado, invisible, líquido, que como aquél reparte unas migajas de confort, un camino seguro para encerrar al hombre entre sus rejas. No había que dominar físicamente al bípedo sin alas. Había que dominarle mentalmente. Identidades fragmentadas, un gran supermercado de placer y de consumo al alcance de todos, concentración económica, un nuevo credo político, grandes medios de comunicación y mucha propaganda para pardillos recostados sobre su chaise long.
Las izquierdas, todas las izquierdas, han sustituido la llamada de la justicia social por la llamada de la nueva farsa identitaria. Cada identidad es una mutilación, una capitidisminución de la integridad, totalidad y complejidad del ser humano, y también de la sociedad. No se puede reducir la condición humana ni la identidad de nadie al hecho de ser homosexual, negro o animalista, o las tres cosas a la vez. La complejidad de una nación aporta mucha mayor riqueza identitaria, si quiera fuera para rebelarse contra ella, que esas castas sectoriales de las neotribus postidentitarias que están desarraigando al ser humano de su propio ser. Y sin embargo todas campañas electorales de los partidos de izquierda, sin excepción, se centran exclusivamente en asuntos de minorías, homosexuales, lesbianas, inmigrantes, veganos, transexuales o bisexuales, pero sin dirigirse a votantes tradicionales por su nombre, trabajadores, gentes corrientes que han dejado políticamente de existir y que pudiendo compartir algunas de esas circunstancias no se sienten determinados por ellas. Vegetarianos, homosexuales, negros e inmigrantes ha habido siempre, pero no era causa de una falaz identidad política, un carné de pega que, al tiempo de ser recibido, le hurta a uno de su compleja condición de socio cultural y nacional.
La gran división en el interior de nuestras sociedades, la verdadera brecha social se produce ahora, no entre hombres y mujeres, sino entre esas nuevas oligarquías sin principios y la población que sigue creyendo en determinados valores, como el patriotismo. La brecha está ahora entre personas que han aceptado e interiorizado el nuevo canon de la identidad progresista, quienes comulgan con él como davinianos laicos y quienes o no lo han aceptado o han quedado desconcertados frente a él. Los huérfanos del nuevo canon identitario han comenzad a ponerse en pié. Esa es la gran fractura. La que se da entre quienes están cómodos en el dominio global y quienes no.
El pueblo soberano ha sido sustituido por asociaciones controladas desde un poder ajeno. De la identidad nacional objetiva se pasó a la de clase y de éstas sea pasado a las identidades subjetivas fragmentadas: género, sexo, dieta alimenticia, relación con el planeta y con los animales. De ese abandono de la nación y de la clase, de esa traición de las élites que se han desprendido de las personas corrientes, surge ahora la rebelión de los iguales, todos distintos entre sí, todos plurales, con identidades bien diferenciadas pero no encapsuladas en identitarismos postmodernos, personas que no entregan su vida a secta alguna (por mediática que sea) y se niegan a sustituir la democracia nacional por una nueva modalidad de democracia orgánica, gente corriente, no subvencionada, que no encaja en ninguna de las casillas creadas por la izquierda o el centro progresista para el mejor manejo de las masas mediante el desmantelamiento de las naciones.
La Asamblea General de la ONU acaba de poner de relieve la gran división geopolítica y geoeconómica que se está produciendo entre el globalismo y el nacionalismo, es decir, entre la gente que no quiere fronteras, no quiere Estados nacionales, no quiere identidades nacionales y la gente que sí quiere naciones fuertes, Estados fuertes, tradiciones. El antiglobalismo no ha hecho más que empezar, pero acabará ganado la partida, porque esa partida es la de las personas corrientes que han visto que ya no tienen poder frente a las grandes corporaciones del invisible Deep Power, como sí lo tenían frente al estado visible; unas compañías impersonales que les dicen, incluso, a través de las redes, los medios de comunicación y los operadores de la cultura oficial cómo pueden pensar, cómo comportarse, como educar a sus hijos, cómo formar una familia, cómo creer y en qué se puede o no se puede creer.
En adelante, si no le paramos los pies, el Deep Power hará un diseño de Dios a su medida.
Digámoslo claramente: No existe democracia sin soberanía nacional. No existe libertad sin control del poder. No hay supervivencia más allá de la protección de los estados. Y por eso los quieren sustituir.
https://rebelionenlagranja.com/noticias/internacional/libertad-derechos-frente-poder-global-proclama-grupo-la-brede-20191024
lunes, 6 de diciembre de 2021
Sólo sé que no sé nada
Soy una persona contradictoria. Aunque soy conservadora, me considero ecologista, y desde luego antitaurina. Aunque soy creyente, la mayor parte de mi vida no he ido a misa, y ahora tampoco voy. Para la gente fina, yo soy demasiado vulgar y amiga del campo. Para la gente corriente, yo soy demasiado pija y señorita. Mi marido tiene un buen sueldo pero apenas llegamos a fin de mes. Soy ama de casa pero no domino la cocina. Soy secretaria pero casi no he ejercido.
Nunca he sido una madre modelo, ni coso, ni hago manualidades. Tampoco se me dió bien la lactancia materna ni hice colecho. He estudiado tres idiomas pero no hablo ninguno de forma fluída, más que nada por timidez. He leído muchísimo pero no tengo una gran cultura, ni fui buena estudiante. Escribo en internet sobre mis ideas, pero ninguno de mis hijos están de acuerdo conmigo. Tengo cinco mil amigos en facebook y muy pocos en la vida real. Soy incalificable, aunque algunos no lo crean.
viernes, 3 de diciembre de 2021
El código Nüremberg
Los diez puntos son:
- Es absolutamente esencial el consentimiento voluntario del sujeto humano. Esto significa que la persona implicada debe tener capacidad legal para dar consentimiento; su situación debe ser tal que pueda ser capaz de ejercer una elección libre, sin intervención de cualquier elemento de fuerza, fraude, engaño, coacción u otra forma de constreñimiento o coerción; debe tener suficiente conocimiento y comprensión de los elementos implicados que le capaciten para hacer una decisión razonable e ilustrada. Este último elemento requiere que antes de que el sujeto de experimentación acepte una decisión afirmativa, debe conocer la naturaleza, duración y fines del experimento, el método y los medios con los que será realizado; todos los inconvenientes y riesgos que pueden ser esperados razonablemente y los efectos sobre su salud y persona que pueden posiblemente originarse de su participación en el experimento. El deber y la responsabilidad para asegurarse de la calidad del consentimiento residen en cada individuo que inicie, dirija o esté implicado en el experimento. Es un deber y responsabilidad personales que no pueden ser delegados impunemente.
- El experimento debe ser tal que dé resultados provechosos para el beneficio de la sociedad, no sea obtenible por otros métodos o medios y no debe ser de naturaleza aleatoria o innecesaria.
- El experimento debe ser proyectado y basado sobre los resultados de experimentación animal y de un conocimiento de la historia natural de la enfermedad o de otro problema bajo estudio, de tal forma que los resultados previos justificarán la realización del experimento.
- El experimento debe ser realizado de tal forma que se evite todo sufrimiento físico y mental innecesario y todo daño.
- No debe realizarse ningún experimento cuando exista una razón a priori (" a priori" conocimiento que es independiente de la experiencia) para suponer que pueda ocurrir la muerte o un daño que lleve a una incapacitación, excepto, quizás, en aquellos experimentos en que los médicos experimentales sirven también como sujetos.
- El grado de riesgo que ha de ser tomado no debe exceder nunca el determinado por la importancia humanitaria del problema que ha de ser resuelto con el experimento.
- Se debe disponer de una correcta preparación y unas instalaciones adecuadas para proteger al sujeto de experimentación contra posibilidades, incluso remotas, de daño, incapacitación o muerte.
- El experimento debe ser realizado únicamente por personas científicamente cualificadas. Debe exigirse a través de todas las etapas del experimento el mayor grado de experiencia (pericia) y cuidado en aquellos que realizan o están implicados en dicho experimento.
- Durante el curso del experimento el sujeto humano debe estar en libertad de interrumpirlo si ha alcanzado un estado físico o mental en que la continuación del experimento le parezca imposible.
- Durante el curso del experimento el científico responsable tiene que estar preparado para terminarlo en cualquier fase,
si tiene una razón para creer con toda probabilidad, en el ejercicio de
la buena fe, que se requiere de él una destreza mayor y un juicio
cuidadoso de modo que una continuación del experimento traerá
probablemente como resultado daño, discapacidad o muerte del sujeto de
experimentación. Wikipedia
jueves, 2 de diciembre de 2021
miércoles, 1 de diciembre de 2021
El imperio de la mentira
Todas las épocas supongo que han tenido sus mitos, como cuando creían que la Tierra era plana y el sol giraba a su alrededor. Pero lo que ocurre ahora, fomentado por todos los medios de comunicación, raya en el absurdo. Una élite poderosa ha decidido que la vida no es de por sí bastante complicada con sobrevivir, alimentarnos y criar a nuestros hijos, sino que hay que llenarla de otras obligaciones perentorias. La principal de ellas es proteger el planeta, como si realmente estuviera en nuestra mano. No hace falta repetir otra vez que el calentamiento viene en su mayoría del sol, que los países que más contaminan son China y la India, y que esos prebostes precisamente no hacen nada por ahorrar energía. O tal vez sí hace falta, porque hay gente que todavía traga.
Luego resulta que han dado la consigna de aumentar las medidas covid en el mundo ahora que hay una mayoría importante de vacunados. Y a nadie se le ocurre pensar tampoco que es absurdo e innecesario. Todo lo cual nos va a llegar irremisiblemente a la ruina, por falta de industria y de comercio. Parece ser que algunos pretenden llevarnos de vuelta al siglo XVIII, sin tener en cuenta que la mayoría del mundo todavía no ha llegado hasta allí. Esto empieza a parecer un manicomio.
Paso a paso
Todo lo que he hecho en la vida me ha costado bastante. Desde estudiar a tener hijos o escribir en Internet. Nunca me propuse grandes cosas...