Cada vez que escribo sobre la pandemia, parece que no me importan los muertos. Es porque intento hacer ver que cada día mueren en España cientos de personas habitualmente sin necesidad de virus. A partir de los ochenta años es algo habitual. Por eso, me pregunto cuántas de las víctimas habieran muerto igual de cualquier otra cosa. Mi madre murió con pulmonía, pero no murió de pulmonía. Murió porque tenía ochenta y cinco años y un problema cardiaco. La neumonía fue el último empujón.
Si restamos la gente que se hubiera muerto igual, más los que murieron porque el tratamiento no era correcto, o por falta de tratamiento en absoluto en las residencias, quedan realmente muy pocos que tuvieron la mala suerte de morir de covid, especialmente personal médico. Cuánto más ahora que la ocupación de camas en España no llega al veinte por ciento. No lo digo yo. Está en los datos oficiales. Por eso realmente no entiendo a qué viene tanta preocupación ahora.
Aunque tengo que reconocer que yo no soy inmune y estoy muy agobiada. Porque aunque sea una posibilidad pequeña sigue habiendo probabilidades de coger la enfermedad grave, o que la coja algún ser querido. Eso no quita para que siga pensando que es mejor inmunizarse de forma natural que confiar en una vacuna experimental. Pero cada uno toma sus propias decisiones.