Pasado el tiempo en el que las ideologías
políticas corrieron con el papel de religiones de sustitución, caídos
sus paraísos en cenagales que a toda mente sana avergüenzan, el espacio
de las salvaciones mundanas lo vino a ocupar el fútbol. Así sucede
siempre: los espacios que deja desiertos en alma humana una creencia
extinta, viene a ocuparlos otra, de inmediato. Lo más habitual es que,
en ese proceso, sea la degradación la que fije la pauta. Como bárbara
superstición de masas, el fútbol pone en movimiento entusiasmos
infantiles e índices de brutalidad que admiten pocas comparaciones. Lo
que va a comenzar en estos días, al cobijo de una desalmada tiranía
coránica en Qatar, va más allá de lo que podamos llamar un deporte o un
entretenimiento. Es un culto a la barbarie, difícil de soportar para una
mente ilustrada.
Qatar es una teocracia, asentada sobre la
primacía del Corán y de la Umá, la ley islámica: que divide a los
humanos en servidores de Alá y desechables infieles, cuyo valor no
excede al de las bestias; que cuida al cincuenta por ciento femenino de
su población como se pastorea a un costoso ganado que carece de potestad
para decidir un destino propio y del cual no existen más dueños
legítimos que sus amos masculinos; que juzga a los homosexuales dignos
del presidio y, en el límite, de la muerte; que castiga con dureza el
adulterio o la transgresión de normas alimentarias y vestimentarias. Una
tierra de barbarie. Inmensamente rica, eso sí.
Y sí, Qatar es lo bastante rica como para
corromper a jugadores, equipos, federaciones, selecciones de fútbol que
aceptarán ejercer su deportivo espectáculo en condiciones que jamás
osarían soportar en sus propios países. Nunca sabremos cuánto dinero
negro se ha movido para pagar el buen oficio de los que han hecho
posible la abominación que esta semana empieza en Qatar. Los campos de
fútbol más esplendorosos fueron alzados en medio del desierto. Para ello
fue necesaria una fuerza de trabajo emigrada de cuyo buen trato da
razón la monstruosa cifra de quienes murieron en tan noble tarea: esos
6.500 contabilizados por The Guardian y a los que hace mención
Amnistía Internacional. Los que el gobierno de Qatar, naturalmente,
niega. ¿Y a quién le importan seis mil quinientos pordioseros, venidos
de la India, Bangladesh, Sri Lanka, Nepal, Pakistán, para ser reventados
al sol en el país de la opulencia?
En los tiempos más duros de los campos de
concentración, los dirigentes del Tercer Reich se entretenían montando
óperas con los reclusos de uno de aquellos centros de exterminio,
elevado a la condición de escaparate del humanitarismo
nacionalsocialista: Theresienstadt. Pasado el tiempo de los
espectáculos, todos en aquel campo «modélico» murieron: allí mismo o en
los otros mataderos a los que fueron derivados. Entre ellos, uno de los
más grandes poetas del siglo XX, Robert Desnos. Pero la farsa, mientras
duró, fue eficaz instrumento de propaganda. Y las fotos del Duque de
Windsor, visitando sonriente Therezien en compañía jovial de su esposa y de los más altos mandatarios del nazismo, queda como apoteosis de la náusea.
Tal vez sólo este espectáculo de ahora, el que
dan selecciones, dirigentes, federaciones, genuflexos todos ante los
peores tiranos de nuestro tiempo, esté a la altura de aquel que alzó en
los años treinta la Europa más homicida.
Más sobre Ucrania: https://cesarvidal.com/la-voz/editorial/editorial-oskar-lafontaine-revela-la-verdad-de-la-guerra-de-ucrania-29-11-22
El poderoso señor don dinero! Un abrazo Susana!
ResponderEliminarYa no tenemos principios. un beso
EliminarYo no vi el partido, pero me alegro de que ya estén de vuelta nuestros chicos.
ResponderEliminarUn beso
Un problema menos. Un beso
EliminarYo me quedé patidifuso, estupefacto e incluso de piedra.... cuando no vi manifas de feministas por las calles protestando contra la celebración del mundial en un lugar donde la mujer juega en tercera regional, si es que juega. Ni al colectivo del abecedario completo y + rasgándose las vestiduras por celebrar el mundial en un lugar donde son encarcelados o, directamente, ajusticiados. En fin.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Lo que demuestra la inmensa hipocresía de nuestra sociedad. Un beso
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