Como todas las abuelas, estoy puestísima en pelis para niños y adolescentes y eso me da una cierta ventaja a la hora de calibrar el modo en que la sociedad prepara a las nuevas generaciones para enfrentarse a un asunto nada baladí como la maldad. Desde aquellos remotos tiempos cuando la gente se reunía en torno al fuego a contar historias, una de las finalidades del rito era advertir a los jóvenes de que el mundo no es un cuento de hadas. O mejor dicho sí lo es, pero en su vertiente más literal cruel. Por eso, y por ejemplo, en la versión original de los cuentos que todos hemos leído, los padres de Hansel y Gretel los abandonan en el bosque y allí, hambrientos y desolados, encuentran a viejita encantadora que tiene una casita de chocolate pero que resulta ser una bruja caníbal. También los padres de Pulgarcito dejan a sus siete hijos en el bosque “porque no los pueden alimentar” y por supuesto en Caperucita roja el lobo se zampa no solo a la anciana enferma sino también a la propia incauta justo después de que ella diga aquello de “…pero qué boca tan grande tienes, abuelita…”.
Sí, los cuentos infantiles en su versión original son brutales, de ahí que en nuestros civilizadísimos tiempos se decidiera endulzarlos. Porque ¿qué necesidad tiene un niño actual de saber por ejemplo que una de las hermanastras de Cenicienta se amputó el dedo gordo del pie en su intento de que le cupiera el zapatito de cristal? ¿O que San Nicolás (más conocido como Santa Claus) resucitó a tres niños que el carnicero del pueblo había descuartizado para venderlos como carne fresca? No, no, ninguna de estas historias parece apta para oídos tiernos. Por eso que Walt Disney, allá por los años treinta del siglo xx, optó por recrear los cuentos clásicos pero eliminando estos y otros elementos escabrosos. Así, los niños de generaciones posteriores a la mía ya crecieron con versiones más light de estas historias: nadie merendaba criaturas y por supuesto las hermanastras de Cenicienta eran malas y tontas pero no se auto mutilaban con la pretensión de convertirse en princesas.
En cuanto a los antagonistas (madrastras crueles, hadas perversas, lobos feroces y otros personajes siniestros varios), por aquel entonces aún eran malos malísimos de modo que cumplían con la misión primordial de todo personaje negativo: alertar a los jóvenes de que el mundo está lleno de peligros y de personas engañosas y crueles. Pero existe en los cuentos otra función aun más útil. Dotar a los niños de herramientas para que sepan cómo comportarse en las situaciones complejas que deberán afrontar tarde o temprano. Porque este tipo de narraciones actuaban como una suerte de vacuna. El temor (e incluso el terror) vicario que un niño experimentaba al escuchar aquellas historias le ayudaba a detectar y eludir posibles peligros y personajes engañosos y malvados. Como digo, esa ha sido la función de los cuentos hasta hace poco. En concreto, hasta que la corrección política y la sobreprotección a la infancia han hecho que, de los libros infantiles y de las películas desaparezcan los malos. Ahora resulta que todo el mundo es bueno. Y si alguien no lo es, se le encuentra una muy buena razón para explicar porqué se volvió malvado. Así y por ejemplo Cruella de Vil, de Ciento y un dálmatas, o Maléfica, de La bella durmiente, ya no son malas, no señor. Sendas precuelas, muy taquilleras por cierto, se han ocupado de contarnos que si la primera robaba perritos para convertirlos en abrigos de piel, y si la segunda quería asesinar a la Aurora, era porque sus mamás y sus papás no las querían y/o alguien cometió con ellas una terrible injusticia. Otro tanto ocurre con la bruja de El mago de Oz y con Scar de El rey León; también ellos sufrieron traumáticas experiencias en su infancia.
Y aquí llega la paradoja del asunto pues con el laudatorio afán de explicarnos que no existen los malos, lo que se consigue es dar un mensaje bastante menos pedagógico que el que podía desprenderse de los viejos y crueles cuentos de Grimm o de Perrault. Primero, porque no es cierto que todo el mundo que ha tenido una infancia desdichada se convierte en maltratador, abusador, asesino, etcétera. Y segundo, porque justificar con este argumento el mal es tanto como normalizar y santificar la venganza: “Como fueron malos conmigo ahora yo lo soy con otros y hago lo que me da la gana”. O dicho de otro modo, lo que se consigue es desvestir un santo para vestir a otro. O tal vez y dado el caso habría que decir, desnudar un demonio para vestir otro. (Y bastante más peligroso, además).
https://www.carmenposadas.net/desnudar-un-demonio-para-vestir-otro/
Recuerdo a una renombrada psicóloga que explicaba las malas conductas con las infancias desgraciadas, no duró mucho, está bien que se pueda encontrar el origen del mal para tratar a un paciente, pero justificarlo por eso no está bueno, un abrazo Susana!
ResponderEliminarLas circunstancias no borran la culpabilidad. Un beso
EliminarNo sé si los cuentos se escribieron o narraban con una función pedagógica. Pero todos tenían moraleja y la muerte se contemplaba como algo tan normal como el fin de la vida. En los cuentos de ahora todos son felices, muy amigos y viven para siempre. La moraleja ya la enseñará la vida. En la vida real, no hay bruja mala mientras dos adolescentes se pelean y otro lo graba. No hay cuentos que preparen a niños, chicos o adultos para eso.
ResponderEliminarUn saludo.
Se quiere ignorar la existencia del mal pero sigue ahí. Un beso
EliminarJamás se debe de justificar la maldad aunque si el que la comete se arrepiente, pide perdón y cambia se le puede perdonar. Besicos
ResponderEliminarEso es lo que nos enseña el cristianismo. Un beso
Eliminarlos cuentos originales de los grandes autores del pasado no fueron pensados para ser leídos por niños, puesto que ellos no leían, sino para sus padres, para que ellos tuvieran conciencia de los peligros que podrían correr sus hijos fuera de casa y así prevenirlos o alertarlos.
ResponderEliminarpor ejemplo, la figura del lobo feroz no es literal, él simboliza al raptor de niños y también al violador y pedófilo.
en el caso de walt disney y la industria hollywoodense, ahí las modificaciones se dieron por un sólo fin: la de ganar dinero.
un abrazo.
No lo había pensado pero los niños pudientes sí sabían leer. Un beso
EliminarEn realidad las nuevas generaciones están siendo educadas por los videojuegos, y ahí la maldad corre a raudales.
ResponderEliminarEs verdad. Un beso
EliminarCon el argumento:
ResponderEliminarjustificar con este argumento el mal es tanto como normalizar y santificar la venganza.
salut
Ese es el problema. Un beso
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