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martes, 8 de octubre de 2024

Los héroes que necesitamos, por Itxu Díaz


Otoño en el Bosque Nacional de las Montañas Blancas

Una familia de agricultores en el límite del Bosque Nacional de las Montañas Blancas comienza a prepararse para el invierno que se avecina, el 5 de octubre de 2022 en la zona rural de Chatham, New Hampshire. (Fotografía de Andrew Lichtenstein/Corbis vía Getty Images)

Itxu Díaz


En tiempos de guerra conceptual, el héroe no lleva armadura ni lleva lanza. Si bien la idea del heroísmo siempre ha cambiado, nunca ha sido tan difusa como ahora.


El héroe siempre ha mostrado elevadas virtudes espirituales y corporales. Para los griegos, el héroe era más que un humano, pero menos que un dios. Y esto es así porque en la mitología grecorromana, el héroe era alguien como Eneas, hijo de la diosa Afrodita y Anquises, un príncipe. A menudo se le reconocía como tal después de su muerte, de modo que su fama se extiende a lo largo de siglos y culturas. Desde la antigüedad, el término “héroe” se ha reservado para los guerreros intrépidos, capaces de grandes hazañas, y para los personajes que eran capaces de proteger a su pueblo contra todo pronóstico.


Cuando trazamos la idea del héroe, hablamos de un heroísmo objetivo y comúnmente aceptado. Por supuesto, cada uno tiene su propio significado personal: por ejemplo, no encuentro a nadie más merecedor de ese título en nuestros días que alguien capaz de recordar todas las contraseñas de sus cuentas de correo electrónico.


Cuando la literatura, las artes y el cine comenzaron a dar forma a la cultura, el heroísmo abandonó sus raíces mitológicas y empezó a adherirse a la figura del guerrero primero, y luego a la del individuo valiente que realizaba grandes hazañas, ya fueran bélicas o no.


Sin el aura de la mitología, siglo tras siglo, los héroes se han alejado de lo sobrenatural y se han hecho más humanos, hasta el punto hoy, en que lo que más nos interesa de ellos son sus defectos, a veces reconocidos abiertamente, como aquel célebre protagonista de Wodehouse: "No siempre soy bueno y noble. Soy el héroe de esta historia, pero tengo mis momentos malos".


El cine del siglo XX adelantó un nuevo papel del héroe accidental; viene a la mente la brillante interpretación de Dustin Hoffman en Hero . Y, al mismo tiempo, las películas bélicas han seguido recordándonos grandes hazañas históricas, mitificando aún más a los grandes guerreros. Pero el heroísmo contemporáneo comparte más con Hero de Dustin Hoffman que con William Wallace. En un siglo sin guerras mundiales, sin grandes combates cuerpo a cuerpo, el héroe es una etiqueta que la prensa pone casi arbitrariamente a quienes consiguen encarnar algunos de los valores que nuestros mayores antaño identificaban con el heroísmo: quienes salvan vidas en una catástrofe, quienes sobreviven en condiciones extremas, quienes intentan ayudar en medio de un atentado o quienes no sucumben a todo tipo de presiones en un conflicto político.


Pero, sin duda, si los héroes medievales levantaran hoy la cabeza, creerían que el nuestro es un siglo sin heroísmo. Y, lo que es más, si los héroes medievales se levantaran de sus tumbas, sin duda serían vilipendiados y encarcelados, ante el silencio de sus antiguos admiradores y el aplauso de una sociedad civil anestesiada por el progresismo revisionista.


Los valores dominantes han cambiado. Una sociedad liberada de todo vestigio cristiano, como era previsible, no ha implicado una sociedad más libre, sino una sociedad más sujeta al nihilismo, primero, y al progresismo, después. Los corsés de la razón, como en la Ilustración, han resultado mucho más ajustados que los de la religión y la tradición. Ya no valoran la honestidad, la coherencia y la lealtad, pero tampoco la defensa de la patria, la exaltación de la propia cultura o la fe.


Así, el héroe también ha mutado en apariencia y en sustancia. Hoy, la opinión pública, envenenada por el relativismo, no es capaz ni siquiera de ponerse de acuerdo sobre la designación de sus héroes. El relativismo siempre genera desinterés, tal vez por lo que decía Roger Scruton: «Un escritor que dice que no hay verdades, o que toda verdad es «meramente relativa», te ​​está pidiendo que no le creas. Así que no le creas». Sea como fuere, todos los héroes contemporáneos deben pasar también la prueba de la ideología antes de poder suscitar elogios generalizados, de modo que todos, antes de reconocer un acto de heroísmo, deben preguntar al protagonista: «¿Pero el héroe está de mi parte?».


Esta tendencia no sólo afecta al presente sino también al pasado. Los héroes de ayer son juzgados con los ojos de hoy, lo que ha dado lugar al derribo de estatuas de Colón o Fray Junípero Serra, hechos que habrían indignado a nuestros antepasados.


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Todo esto podría llevar a pensar que el heroísmo ha sido proscrito y que ya no hay lugar para los valores que antaño hicieron de la civilización occidental el faro del mundo. Sin embargo, hoy, quizás más que nunca, hay personas anónimas que se comportan heroicamente en su vida cotidiana, en entornos que son completamente hostiles a sus costumbres, tradiciones y forma de pensar.


Los héroes de hoy son silenciosos, no protagonizan hazañas resonantes, no ganan batallas sangrientas, casi con toda seguridad no aparecerán en los periódicos (a menos que sea para ser insultados), y probablemente recibirán el reconocimiento de unos pocos, o incluso de nadie. Pero lo cierto es que todo esto no les quita valor a su heroísmo.


Los héroes de hoy son personas normales y corrientes, más que nunca un llanero solitario. Porque, al fin y al cabo, el héroe de hoy es el cardenal Sarah que pide volver al aislamiento en la Iglesia católica, la madre que se enfrenta a la junta escolar que se niega a permitir que su hija sea adoctrinada por activistas trans, el periodista que pierde su trabajo por defender la verdad y la feminista liberal de la vieja escuela que se enfrenta a la deriva dogmática de la nueva izquierda.


Los héroes de hoy son los que forman una familia normal, los matrimonios que logran la hazaña de la fidelidad, los jóvenes que renuncian a vender su intimidad y los nietos que defienden su derecho a escuchar con calma las viejas historias de sus abuelos.


El héroe de hoy es el estudiante que cuestiona las enseñanzas universitarias dominadas por agentes de la izquierda y busca respuestas en los autores clásicos; es el químico que denuncia la forma en que el progresismo está matando a la ciencia , y el atleta que se niega a doblar la rodilla ante nadie más que Dios.


En definitiva, el heroísmo de hoy está muy lejos de aquel heroísmo primitivo grecorromano, del valiente guerrero medieval o del aventurero que arriesgaba su vida para descubrir los límites del mundo en el Renacimiento. El heroísmo occidental de hoy no exige a menudo derramamiento de sangre, pero sí perder el bien más preciado de nuestra época, que es el prestigio social digital; no encontrará acoso en las cárceles enemigas, pero será vetado en las redes sociales, expulsado del trabajo y, finalmente, despreciado incluso en sus círculos más cercanos. Y no será uno solo el que cambie el curso de la historia, sino muchos. ¿Recordáis cuando un todavía desconocido Jordan Peterson se alzó contra el uso de los pronombres de género en la universidad? Tras su estela han venido muchos otros. Ahí está el nuevo heroísmo.


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Sigue siendo cierto lo que escribió Chesterton: «Toda época se salva gracias a un pequeño puñado de hombres que tienen el valor de ser inexactos». El héroe de hoy está más cerca del mártir, del cristiano que muere en circunstancias difíciles por su fe, dejando un legado incomprensible a los ojos humanos, pero incalculable a los ojos de Dios.


Los cristianos solemos ver este heroísmo como una consecuencia de la fe. Digamos que conocemos la persecución. Quizá por eso se hicieron famosas aquellas apasionadas palabras de León Bloy, siempre polémicas: «Cualquier cristiano que no sea un héroe es un cerdo».


Quienes quieran defender sus creencias, quienes se comprometan a salvaguardar la tradición, sean cristianos o no, deben asumir que la hostilidad que los rodea exige sacrificio: su heroísmo anónimo, por los demás, por las generaciones futuras, para preservar el legado que heredamos de quienes construyeron los cimientos morales de Occidente. En resumen, la advertencia de Russell Kirk sigue siendo válida: “Los hombres no pueden mejorar una sociedad prendiéndole fuego: deben buscar sus antiguas virtudes y devolverlas a la luz”.


Sobre el Autor

2 comentarios:

  1. Es así, los nuevos héroes son los que día a día luchan por sus familias, por su porvenir, un abrazo Susana!

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  2. Héroes de ayer y de hoy, he pasado un buen rato. Besos

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