Ya lo has leído. Un preso se dice presa, se va aprisa al módulo de las presas, apresa a otra presa y, como era preso y no presa, ahora tendrán presitas. Conocido el embarazo, las autoridades devuelven al preso a la zona de señores sin fluidez de género, diríase la parte bigarda del penal. Una fuente cercana habla con El Mundo aportando algunos datos sobre lo ocurrido, y pide preservar su anonimato por "lo delicado y complejo del caso". Y eso sí que no.
Compleja es la teórica cuántica, la conjetura de Hodge, o llegar a fin de mes con este Gobierno. Complejo es caminar sobre los pulgares, dejar de fumar, o cruzar el atlántico en una tabla de surf. Complejo es operarse a uno mismo el corazón, aprender a bailar capoeira, o volar batiendo las orejas. Complejo es encontrar una aguja en un pajar, hacer la compra semanal por 20 euros, acabar con el hambre en el mundo. Complejo es silbar a través de los dedos de los pies, que Elvis esté vivo tomando una paella en Valencia, o que Hacienda te perdone una deuda. Pero lo de Fontcalent no es complejo. Es sencillísimo. Es tan sencillo y ordinario como la vida humana.
Lo que define el sexo es el sexo. El género no existe en la naturaleza, tampoco en la humana. El preso tenía sacacorchos. La presa no. Fin de la historia, biológicamente hablando.
Esta era una de tantas cosas que nunca iban a ocurrir. Esta era una de tantas locuras de la extrema derecha. Y obviamente, ha ocurrido. Y seguirá pasando. Porque una vez que has hecho una ley estúpida, movida por el fanatismo, enfrentada al tiempo a la biología y al derecho, nadie puede decirle al tipo que no puede ser una tipa si lo siente muy fuerte en su interior y, sobre todo, si lo solicita a través de los cauces que el Gobierno ha previsto a tal efecto, que creo que es así como hablan los burócratas. Y una vez admitido el traslado, nadie puede evitar que termine "embarazando", como dice la prensa estos días con inusitado micromachismo, a alguien, a menos que sea obligatorio cortarse las pelotas para ser, ejem, mujer; y gracias a los iluminados que gobiernan nuestros destinos, no lo es.
El sujeto tampoco se lo puso muy difícil a las autoridades. Digamos que se marcó una clase magistral de lo que los millenials llaman troleo: dijo que ahora se sentía transexual de tendencia sexual lesbiana, que traducido al español quiere decir que se moría de ganas de darse un festín en la cárcel de las churris, y que la ley estaba de su parte, y que en todo caso lo haría por sus cojones.
La realidad golpea en la cara una y otra vez a las locuras posmodernas. El despertar es duro, porque casi siempre cuelgan de ella historias lamentables. Pero me conformo con que al menos alguno de los abducidos por la secta de género comprendan solo una cosa: que esto se puede evitar. Es más: que esto es culpa directa del Gobierno, de sus leyes. Porque si algo me molesta es esta manera de encogerse de hombros, tan de tertuliano socialista de rostro afable, insinuando que esto es tan inevitable e imprevisible como la lesión de Courtois; un abrazo de un madridista de luto a todos los demás viudos.
Por desgracia, sospecho que la mayoría de las personas que están a favor de esas leyes creen que esto es el peaje que hay que pagar para ser un país avanzado y progresista; palabras antónimas que, sin embargo, siguen pronunciándose juntas, por alguna excepción lingüística que se me escapa. Les da igual que ocurra porque, a fin de cuentas, nunca son ellos los embarazados, ni los acosados, ni los vejados.
Con todo, lo peor de este carajal de la izquierda global del siglo XXI es el silencio feminista ante los nadadores que usurpan medallas a las nadadoras, arruinando años y años de esfuerzo y entrenamiento, ante la escandalosa salida a la calle de cientos de violadores, y ante los presos que se sienten más femeninas que Ava Gardner y exigen flirtear con otras presas como lesbianas de toda la vida de Dios.
Si pudiéramos dejar la contienda política por un instante al margen, tal vez hallaríamos algún conducto por el que pudiera respirar –no pido más— el sentido común: si todo el mundo puede ser mujer, ser mujer no significa nada. En la era de la confusión fluida progresista, las mujeres ya no existen.
- Seguir leyendo: https://www.libertaddigital.com/opinion/2023-08-11/itxu-diaz-las-mujeres-ya-no-existen-7041044/
Tú lo has dicho en dos palabras: "locura postmoderna"
ResponderEliminarSí, pero el artículo no es mío. Un beso
EliminarMejor sería que no hubiera leyes y cada cual haga justicia por su propia mano, el mundo andaría más liviano! Y me salió un verso rebelde, del tiempo de las cavernas, un abrazo Susana!
ResponderEliminarNo sé qué es peor. Un beso
EliminarQue triste realidad y que triste futuro les espera a las nuevas generaciones.Besicos
ResponderEliminarYa no se puede uno fiar de nadie. Un beso
EliminarSensato artículo el que hoy nos traes hasta aquí, Susana. Perversión, ignorancia, soberbia ... esas son las fuentes que impulsan a sus creadoras.
ResponderEliminarFeliz noche.
Estoy de acuerdo contigo. Un beso
EliminarEsa gente se deja guiar cual ovejas sin utilizar su propio razonamiento. Te mando un beso.
ResponderEliminarEso es lo que pasa. Un beso
EliminarHola, Susana! Un artículo para reflexionar a mil y con pinzas de ironía. Un abrazo grande y gracias por tu cálida visita.
ResponderEliminarEs un gran articulista. Un beso
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