El sueño más íntimo del tirano no es que le obedezcas; es que le ames. Y que le ames de verdad, plenamente, más que a cualquier otra cosa. Así se satisface la voluntad del tirano.
El sueño del tirano no es simplemente que le obedezcas porque eso, en realidad, puede obtenerlo cualquiera y de la manera más rutinaria: ante un semáforo, por ejemplo. El amor es otra cosa; el amor es la entrega voluntaria de la voluntad (la redundancia es deliberada). Como el sueño del tirano es que le ames, te exigirá hacer las cosas más extravagantes: ponerte una mascarilla en una playa desierta y abierta a los cuatro vientos, permanecer encerrado en casa durante días, mantenerte a dos metros del prójimo, inocularte sustancias experimentales sin más garantía que la voluntad del tirano (del amado)… Y como el amor no es tal si no es pleno y exclusivo, el tirano no quedará satisfecho con eso, sino que además te pedirá la prueba suprema de que le amas sólo a él: denunciar al prójimo, señalar al que no ama suficiente al tirano, delatar a esa persona que tienes al lado y que no ama suficiente porque no ha entregado, como sí lo has hecho tú, su voluntad.
Todo lo que vivimos en 2020 y 2021 fue esencialmente eso: un gigantesco ejercicio de tiranía. Resultó especialmente palpable en las sociedades occidentales, aquéllas que hasta poco antes se preciaban de haber conquistado cotas de libertad personal y bienestar nunca antes conocidas por la humanidad. Y lo más terrible es que muchos, la mayoría, cayeron en la trampa y se dejaron tiranizar. La utilización política del coronavirus demostró hasta qué punto es frágil la libertad. Demostró también que finalmente la libertad, como decía Jünger, no es algo que derive de códigos o leyes, sino que es una potencia que anida en el corazón de las personas. Y no en todos los corazones, al parecer, existe el nido adecuado.
Semejante grado de sumisión jamás se habría obtenido por las vías convencionales: la represión, la policía, la ley, etc. No, con eso sólo se consigue la obediencia, ese automatismo de pararte en el semáforo. Un grado de tiranía tan eficaz y refinado sólo podía alcanzarse a través de algo que suscitara el mayor de los miedos: perder la salud y aún la vida. Pero, sobre todo, frente a un enemigo invisible e imbatible: el virus. Nadie ve al virus, sólo sus efectos. El virus aparece y se multiplica exponencialmente (se viraliza) de manera implacable, irrefrenable. Ante su fuerza arrolladora, al ciudadano común no le queda otro parapeto que escuchar a «los expertos». Este es el momento que el tirano aprovecha: «Ten fe en mi, yo te redimiré». Porque yo soy el que dirige a los expertos, el que vela por el triunfo de la ciencia, el único que tiene recursos (mascarillas, vacunas, policías) para frenar al virus. Y tú, pobre ciudadano expuesto a mil peligros, ¿cómo no vas a entregar tu voluntad?
Frente a la viralizacion de la enfermedad, el poder cuenta con otro instrumento viral: el de la información. Yo te diré lo que está pasando, yo te diré por qué, yo te diré cómo debes comportarte. Desconfía de quien haga demasiadas preguntas, de quien no siga las consignas: es un enemigo de la ciencia, es un enemigo de tu vida, es un… «negacionista». Es mucho peor que un enemigo político: es un enemigo de la humanidad y, por tanto, debe ser excluido, apartado, castigado sin miramientos. Es el Mal (lo cual faculta al tirano para ser reconocido como el Bien). Ese que se atrevió a levantar un dedo a modo de objeción ya no es un ciudadano, ya no es una persona: es un aliado del virus. Es el contrario del amor, es el que debe ser odiado.
Ahora, cinco años después, uno mira atrás y constata hasta qué punto se abusó de nosotros, hasta qué punto el poder utilizó la emergencia sanitaria para desplegar un ejercicio de tiranía como nunca nadie había imaginado (también sabemos hasta qué punto los «malos» eran en realidad los buenos). Conocemos ya todas las mentiras: era mentira lo del pangolín, era arbitrario el confinamiento, eran ridículas las mascarillas, era catastrófico el parón económico, como era mentira el efecto redentor de las vacunas y tantas otras cosas que, sí, eran mentira. Pero el tirano logró su propósito: que millones de personas le amaran y, aún más, que todavía hoy, cuando ya conocemos las mentiras, le sigan amando, siquiera sea con ese amor turbio y sórdido que profesa al viejo amo quien ha sido esclavo demasiado tiempo. Por decirlo así, la pandemia fue el comienzo -sólo el comienzo- de la más honda domesticación de las masas. La pandemia hizo realidad, en efecto, el sueño más íntimo de cualquier tirano.
https://gaceta.es/mundo/el-sueno-mas-intimo-del-tirano-20250314-0442/
Diario conservador de la actualidad
El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
domingo, 14 de septiembre de 2025
El covid. El sueño más íntimo del tirano, por Jose Javier Esparza
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Sociedad
Aunque es uno de los temas de los que escribo, la verdad es que yo soy muy poco sociable. Me cuesta relacionarme incluso con mis compañeros...
El gran hermano ya no está a la vuelta de la esquina, sino delante y encima nuestro, un abrazo Susana!
ResponderEliminarNos controlan más de lo que creemos. Un beso
EliminarPasados cinco años, pensamos que aquella reclusión fue excesiva, la mayoría tuvimos aquel mal incluso después de las vacunas. Algún día se sabrá si aquellos fármacos tuvieron algún efecto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo tuve covid dos veces y fue leve. No me vacuné. Un beso
EliminarPero para hacer esto es necesita organización y medios, hay muchos intereses. Por contra los ciudadanos fuimos demasiado sumisos (¿por miedo?)
ResponderEliminarUn saludo