Diario conservador de la actualidad

El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.

miércoles, 19 de junio de 2024

El imperio del emotivismo

 (...) Vivimos en un auténtico imperio del emotivismo; y lo malo es que este a menudo nos gobierna con modos dictatoriales. Es esta una de sus paradojas más cómicas. En principio, cuando nos dijeron que la moral solo versaría acerca de nuestros sentimientos, parecería que iba a propiciarse la libertad de cada cual para sentir como le petara acerca del bien y del mal. Mas fue solo un espejismo: puesto que habíamos elevado la emoción al trono supremo, se desplegaron de inmediato múltiples tácticas para influir a esa nueva emperatriz.


Se redobló la insistencia en educar a las nuevas generaciones no solo para que aprendan cosas, sino también para que sientan del modo correcto. Los políticos se adjudicaron de inmediato el deber de influirnos mediante soflamas y campañas publicitarias, siempre con el fin loable de que nuestros sentimientos fueran como deben ser. Se coartó la libertad de expresión cada vez que esta pudiera suscitar sentimientos inadecuados (tanto en ofendiditos como en escandalizaditos). Y si, pese a toda esta presión, alguien aún pareciera mostrar las emociones incorrectas, se le despreciará como un réprobo al que se niega toda posibilidad de explicarse: ¿no habíamos quedado en que solo las emociones, y no las explicaciones o razones, contaban ya? Incluso insultarle estará justificado (¡viejo triste, miserable, echado a perder!): a ver si así por fin se siente mal por opinar como opina y empieza a hacerlo como quiero, como siento, yo.


No es agradable vivir en un mundo en que solo cuentan ya las emociones, salvo que tengas la suerte de que las tuyas coincidan con las de la masa; o, al menos, te hayas esforzado por hacerlas coincidir.


El imperio del emotivismo es tan opresivo que hoy muchos han olvidado que exista siquiera una alternativa a su reinado. “Pero es que acaso”, se preguntan, “¿hay alguna forma de hablar de ética que no sea aludir a nuestras emociones, a cómo quiero que te sientas, a las meras sensaciones de repugnancia o agrado que nos suscitan los actos de cada cual?”. El emotivismo ha borrado de nuestra memoria que a veces hemos de cumplir con nuestras obligaciones, aunque no sintamos nada al hacerlo, y que algunas cosas es necesario hacerlas no porque yo me sienta así o asá con ellas, sino simplemente porque son mi deber. Ha borrado que hay justicia e injusticia más allá de lo que a mí o a los míos nos parezca; ha borrado que hay formas de configurar tu vida que resultan esplendorosas y otras deplorables: pero no porque a mí me guste igual que me agrada lo moreno que te has puesto o ese modo peculiar que tienes de reírte, sino porque te ennoblecen o degradan de por sí.


El emotivismo nos ha dejado con un lenguaje moral muy parco: “Me gusta/no me gusta”, “quiero que te guste/quiero que te disguste”, y pocos vocablos más. Decía Wittgenstein que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”; esto se ha vuelto acuciantemente válido para los estrechos límites de nuestro lenguaje moral. Apretados en ese pequeño mundo de los gustos y los disgustos, contemplamos entre despreciativos y envidiosos a los grandes hombres del pasado, que aún creían que existía el bien, el mal, el deber absoluto, la excelencia, la bajeza y la justicia. Y lo argumentaban y lo escribían. Vivían por ello e incluso, a veces, aceptan por ello morir.


Pues al igual que la luz de una llama se refleja en mi retina, pero no existe solo dentro de mi cabeza, también la luminosidad del bien me suscitará unas u otras emociones, pero estas responderán a algo más allá de mis idolatrados sentimientos. Y de los tuyos. Porque la vida es algo más que un muro de Facebook en que pulsar “Me gusta” o “Me enfada”. La vida va en serio, aunque uno siempre lo empieza a comprender demasiado tarde.

https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2019-09-26/el-imperio-del-emotivismo/

8 comentarios:

  1. Y sí, los políticos saben que se vota con la emoción, de ahí la explotación! Un abrazo Susana!

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  2. Hay que aprender valores y rectitud desde pequeñitos, de lo contrario se viven situaciónes catastróficas
    Un abrazo

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  3. Gracias, Susana por tu visita y comentar.
    Dicho esto tienes mucha razón, la emotividad es como que no gustará mostrarla, es como un símbolo de flaqueza, nada más lejos. No hay nada más bonito que una persona emotiva, que le importa lo que le rodea a su alrededor y con ello se emociona.
    Un beso, feliz noche.

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    1. De acuerdo. Pero el artículo trata de no dejarse guiar por las emociones. Un beso

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  4. Es más fácil guiar a las masas por emociones. Te mando un beso.

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