(Giulio Meotti en Il Timone)-La cultura dominante, imbuida de ideologías feministas, de género y woke, libra una guerra antropológica implacable y sin precedentes. Sea cual sea el tema, el objetivo es siempre el mismo.
El problema no es la estrella del cine sentimental francés, Corinne Masiero, que se presentó desnuda y embadurnada en sangre en la ceremonia de los César para denunciar a los «blancos burgueses, heterosexuales, católicos y de derechas». El problema es que el Hombre blanco, hetero y católico, como Giuliano Guzzo resume maravillosamente la némesis del biempensar contemporáneo, no es un inocente chivo expiatorio. Al contrario, es una especie en peligro de extinción, asesinada por las ideologías de las que ha sido presa consciente. Despejemos el campo de inmediato: habría que suprimir «católico» de la denominación enemigo de clase, porque, según todos los estudios, apenas un 5% de los jóvenes occidentales sigue considerándose tal. Unos años más y la descristianización consumada será la nueva piel del varón occidental.
Jóvenes pro LGBT y socialistas
En cambio, el 30% de los jóvenes californianos de entre 12 y 17 años son «no conformes al género». ¿Sorprendidos? Desde los cinco años, a los niños californianos se les pide que «deconstruyan su propio género». Ahora vemos una reacción de las familias a este experimento social autodestructivo, pero mientras tanto, de los 67 millones de estadounidenses de la «generación Z» (los nacidos después de 1996), el 51% piensa que Estados Unidos está «inextricablemente vinculado a la supremacía blanca», el 51% que el «género binario» (masculino y femenino) está «obsoleto», el 40% se autoidentifica como LGBTQ+ y el 61% tiene opiniones positivas sobre el socialismo. Este hombre blanco, etc., se ha ofrecido como víctima sacrificial. Tenemos universidades que organizan actos «solo para blancos» para «procesar» su «complicidad en la injusticia»; a traductores blancos despedidos porque como blancos no son dignos de traducir a autores negros; a la BBC que crea puestos de trabajo «solo para negros»; a novelistas que no pueden escribir sobre la esclavitud porque son blancos; a orquestas que, a fin de «aumentar la diversidad» despiden a músicos culpables de tener la piel blanca; y a festivales culturales como el de Aviñón, donde una mujer negra en el escenario ensartó a una docena de niños blancos.
Tiene razón Ezio Mauro, en La Repubblica: «El hombre blanco sigue teniéndole miedo al hombre negro». Le tiene tanto miedo, incluso a la sombra de sí mismo, que no protesta por haberse convertido en un rey de carnaval al que hay que quemar.
Los niños chinos están mejor
En Europa llegaremos a eso, si no detenemos el tsunami woke que azota nuestras costas. El Premio Nobel de Economía Angus Deaton ha dicho que «los blancos sin educación son los nuevos perseguidos». Según la Organización Mundial de la Salud, un niño chino puede esperar vivir más y con mejor salud (68,7 años) que un niño estadounidense (68,5 años), un giro sin precedentes. «La esperanza de vida en gran parte de los Apalaches es inferior a la de Bangladesh», afirma Deaton en referencia a la región estadounidense, típicamente blanca. «Una parte de la población de EE.UU. ha visto cómo su mundo se hundía. Esto afecta sobre todo a los no licenciados. Su vida era mejor hace 50 años. Tenían un sindicato, iban a la iglesia, pertenecían a una comunidad… La gente dejó la seguridad de las religiones heredadas de sus padres por iglesias con más énfasis en la identidad personal. No solo han perdido dinero y trabajo, sino también el sentido de sus vidas». Hanna Rosin, una de las fundadoras de la web femenina Double X, escribió el libro The end of men. Michael Moore grita: «Los hombres blancos están obsoletos». Y en las aulas universitarias de Occidente se ha declarado la guerra a los «dead white males«, los autores varones blancos difuntos, cuyas obras se reescriben sin que haya ninguna protesta o resistencia seria. Laetitia Strauch-Bonart en Les hommes sont ils obsoletes? habla de un varón «excedente, inútil, obsoleto». Un proceso de desmantelamiento de los hombres que ella describe como una «catástrofe silenciosa».
Una profecía sombría
El libro se abre con una distopía digna de nuestros tiempos. «Francia, 2039. Otra noche de enfrentamientos, como los reales que vimos en junio. Desde hace diez días, las afueras de las grandes ciudades francesas están en llamas. Cada noche, bandas de hombres prenden fuego a los coches para expresar su ira. La revolución será masculina o no será. Detrás de los disturbios está el Men’s revenge party, que hace diez años no era más que un pequeño grupo, pero que bien podría triunfar en las próximas elecciones parlamentarias. Nuestros barrios residenciales han cambiado mucho. Las separaciones y los divorcios no han dejado de crecer, de modo que muchos pabellones albergan ahora a hombres solteros y en paro. Sus mujeres se han ido de las periferias, llevándose a sus hijos. Sus antiguos compañeros de trabajo han sido sustituidos por máquinas en fábricas ultramodernas totalmente equipadas. Incluso los fontaneros y jardineros se ven amenazados por la creciente competencia de los robots. Sin embargo, la Agencia de Recalificación Profesional hace todo lo posible para ayudar a estos hombres con competencias obsoletas a cambiar de profesión. Las mujeres prosperan en agencias de comunicación o servicios a la persona, y sus salarios se han disparado. Y tendrán hijos, solas o en pareja. El Instituto Nacional de Reproducción les ofrece la posibilidad de utilizar el Banco Nacional de Espermatozoides, donde todo hombre de dieciocho años debe hacer una donación obligatoria. En este ambiente tormentoso, ¿perdurará nuestro orden social? En la superficie, nuestra sociedad es próspera y armoniosa; en el fondo, es infeliz a causa de este desequilibrio entre los sexos. Como si los hombres se hubieran quedado obsoletos».
Hacia el «último italiano»
Mientras tanto, el varón europeo, blanco, heterosexual y excatólico se ve golpeado por el mayor proceso de autoliquidación demográfica de la historia. Según un estudio publicado en la revista Lancet, cuatro de cada diez jóvenes occidentales son ahora reacios a tener hijos a causa del clima, convencidos de que los niños son perjudiciales para el planeta. En Cernobbio, el salón de la economía italiana, acaban de publicar un estudio: «Dentro de doscientos años nacerá el último italiano». A los italianos solo los encontraremos en cementerios y museos. Y quién sabe, a lo mejor escriben debajo: «Ejemplar de varón blanco heterosexual y católico». «¿Para qué sirven los hombres?», se pregunta Michel Houellebecq.
Procesado, descristianizado, desacreditado, estéril y obsoleto, este varón está siendo reducido al idiota inútil de La izquierda exquisita & Mau-Mauando al parachoques, el memorable libro de Tom Wolfe de 1970: «Hemos mau-mauizado al maldito hombre blanco, lo hemos aterrorizado hasta el punto de hacerle cantar a dúo con su esfínter. ¿Habéis visto la cara? ¿Habéis visto cómo temblaba el cabrón? ¿Habéis visto el gilipollas, cómo se humedecía los labios? ¡Tenía miedo!».
Publicado por Giulio Meotti en Il Timone
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
https://infovaticana.com/2023/10/21/varon-blanco-heterosexual-y-catolico-el-hombre-al-que-occidente-odia/?fbclid=IwAR35W-lwr5Ec9AH0GjmDCseNM17c0XIexU1c8QEcpHFhLjNWqZDpQc2-E3s
Los sentimientos profundos se han ido cambiando por lo efímero, lo instintivo que ha llevado a la locura, un abrazo Susana!
ResponderEliminarAsí nos quedamos sin familias. Un beso
EliminarVamos a pasos agigantados a una vida totalmente descontrolada. Besicos
ResponderEliminarY sin futuras generaciones. Un beso
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