En uno de los pasajes más inspiradores de The Conservative Mind, Russel Kirk proclama que «el conservadurismo en su máxima expresión» se ocupa de la «regeneración del espíritu y el carácter» de la nación, además de la «restauración del entendimiento ético». Hay una moral, hay una ley natural, hay una razón para la vida en sociedad, hay un motivo para el bien común. El lugar exacto donde las nuevas derechas pueden tomar la delantera al centrismo desorejado es en la regeneración del espíritu y el carácter. Somos algo más que un trozo de carne —o de apio, para Garzón—. Somos mucho más que una cifra, una cuenta corriente, y una papeleta para votar.
La izquierda peca de negar la condición humana. La socialdemocracia comparte con el centrismo de derechas la obsesión por la gestión. Es importante, sin duda. Pero no somos una fábrica, ni la prosperidad se ve en una cuenta de resultados. Una nación rica y sin hijos, sin ir más lejos, es una nación pobre y entristecida. Una nación, en fin, no es un proceso de ingeniería, ni una planta de envasado. La nación es el alma de cada uno de los que la componen. Su integridad física, su dignidad moral, su productividad y sus anhelos, su proyecto familiar, su sentimiento común.
El relativismo ha hecho fortuna en la política más que en la calle, donde ha pasado de moda, que ahora reina el talibanismo woke. Pero a los centristas de la derecha-pero-poco y a los socialdemócratas camuflados de democristianos les resultaba mucho más cómodo el relativimo: durante demasiado tiempo eso les ha permitido tratar de contener un poco el gasto público —y no siempre— y pasar de puntillas sobre las leyes ideológicas de la izquierda, porque al fin y al cabo podrían estar bien o mal, que en eso consiste la enfermedad del alma que niega la existencia de una verdad absoluta; que se empieza dudando de esto y se termina llamando obra arte a un plátano pegado con cinta de embalar a una pared.
Todavía hoy alguien balbucea como argumento «¡ésa es tu verdad!» y me sigue pareciendo un desprecio a tantos siglos de pensamiento en torno a lo verdadero en la civilización occidental. No es cierto que sea «tu verdad». No es posible poseer tal cosa. Es sólo tu manera de no asumir una equivocación, o peor, aún, de no asumir la batalla contra el error ajeno. Todo es opinable, si no queda más remedio, pero una opinión no cambia la realidad, tan sólo se acerca o se aleja de ella.
Fuera de este relativismo, los moderados profesionales de la política se mueven como pez en cemento fresco, porque se niegan a dar el paso que recomendaba Kirk: regenerar el espíritu. Una tarea complicada e ingrata, pero que dota de solidez y futuro a un proyecto político. No se trata de decir siempre lo que la gente quiere escuchar, sino la verdad. No se trata de hacer siempre lo que a la mayoría le parece bien, sino lo que está bien. Aunque suene un poco apocalíptico, todo conservadurismo debería partir siempre de la existencia de una batalla del bien contra el mal, y vivir bajo la esperanza de conseguir transmitir a la nación, no el ardor de esa guerra, sino la aspiración a ser mejores: algo que ya incluye hacer el bien y evitar el mal.
La izquierda tiene siempre una propuesta de golpe y recompensa, aunque cuando te da lo primero a veces ni te enteras, y cuando te da lo segundo te lo cuenta seis veces. El progresismo trata de educar a la sociedad, lo que ya en sí resulta aterrador, pero trata de educarla como un mal padre, de esos que sólo saben mover a sus hijos mediante la amenaza, la coacción, o el soborno, y que finalmente provocan niños caprichosos e insatisfechos.
El conservadurismo no debe aspirar a educar a nadie. Cada época tiene su punto débil. Y en esta lo que estamos es ansiosos de libertad, no de paternalismo gubernamental. Pero, aun así, es posible desde la política tratar de inculcar y recuperar viejos valores que hicieron grande a las naciones de Occidente. Valores vigentes contra los cuales el único argumento —lo hemos escuchado esta semana— es «¡oiga, que estamos en 2023 y todavía hay gente que…!», que dan ganas de contestarle: enhorabuena, señora, muy eficaz su almanaque. Resérveme uno para el año que viene.
Hay que volver a los clásicos. Hay que volver a los básicos. Hay que volver a distinguir el bien del mal. Hay que volver a decirlo. Hay que volver a rezar unidos. Y hay que dejar de hablar tanto de derechos e invitar a la gente a que también se pregunte por sus obligaciones. Hay que soñar y recordar mil veces que la izquierda, de madre revolucionaria y padre totalitario, no ha construido nada, tan sólo lo ha derruido para llevar a las naciones a un lugar peor. Es la derecha, o mejor dicho, es el conservadurismo, la tradición, y el esfuerzo de cada uno el que ha otorgado prosperidad a las naciones durante siglos. Todo sigue vigente. Y el momento es hoy.
https://gaceta.es/opinion/regenerar-el-espiritu-20230622-0555/
Esperar esto es una ilusión pasajera, ya todo está dado vuelta desde los lugares de poder, solo podemos salvarnos nosotros mismos, un abrazo Susana!
ResponderEliminarAl menos que no falte decirlo. Un beso
EliminarSiempre estaré a favor de la tradición y las buenas costumbres de toda la vida pues es lo que hace una sociedad sana y con principios.Besicos
ResponderEliminarEs lo natural. Un beso
EliminarMagnífica labor la tuya, Susana.
ResponderEliminarNo todo está perdido mientras existan personas como tú escribiendo sobre ello.
Un abrazo.
Gracias. Pero este artículo tan bueno no es mío. Un beso
EliminarSuscribo la respuesta de la amiga Charo, es mi concepto de vida.
ResponderEliminarMeritorio granito de arena el tuyo que creo tan positivo como profundo.
Un beso, preciosa.
Gracias. Un beso
EliminarComparto la opinión del que escribió el articulo y la tuya. Te mando un beso.
ResponderEliminarLo explica mejor que yo. Un beso
Eliminar