Dentro de unos días las calles se llenarán de sábanas blancas ensangrentadas, los adolescentes acudirán en masa a fiestas en las que combinan de forma errante sensualidad y horror, y los bares estarán repletos de la mierda esa de las telarañas de los chinos, principal causa mundial de pérdida de lentillas por absorción instantánea en los que sin ellas no vemos un burro a tres pasos.
Hasta las chicas más guapas lucirán maquillajes hiperrealistas con horrorosas heridas y cicatrices en la cara, los papás acompañarán muy contentos a sus críos disfrazados de diablos a fiestas de aprendizaje en la depravación cultural, y los chavales tratarán de ligar ataviados como zombies, lo que hará muy difícil distinguir Madrid de Kesington, el barrio de Filadelfia repleto de cadáveres andantes hasta las trancas de fentanilo.
Dentro de unos días, en fin, verás pandillas de jóvenes cruzando la ciudad ataviados como la niña del exorcista, señores talluditos vestidos de la parca que dan más miedo sin el disfraz que con él, y chavalitos de instituto con una camiseta llena de sangre y un cuchillo de carnicero y una mano ensangrentada en el hombro, atavío ideal para pasearse por las capitales de una Europa en máxima alerta antiterrorista por apuñalamientos de lobos solitarios yihadistas.
Desde el supermercado hasta Google, las calabazas iluminadas, las brujas, las arañas gigantes y en general todo cuanto hay en el mundo de feo, malo o desagradable se convertirá en inesperado reclamo comercial allá donde mires. Escapar de Halloween ya es más difícil que escapar de Hamas.
Con todo, allá cada cual, que por lo visto hay una mayoría que considera que el mundo no es lo bastante repugnante y desesperante y que debemos dedicar una semana a enaltecer tan deprimente circunstancia. Vaya también mi dedo corazón alzado al viento a quien considere estas líneas el desahogo de un boomer de segunda hornada cabreado porque la gente joven se lo pase bien, que será difícil encontrar en la prensa española a alguien más partidario de la juerga, a la libertad individual, y a la felicidad colectiva. No va por ahí.
Sin embargo, nada de esto puede ocultar que Halloween es en el fondo la exaltación del paganismo, respaldada con entusiasmo por los mismos que han dedicado su vida a descristianizar el calendario, y por tanto a borrar todas las huellas de arraigo que nos guiaban a través de los meses, y que nos conectaban también con los que nos precedieron en el lío de vivir. No es necesario decir que el ciudadano desarraigado de sus costumbres, creencias, y tradiciones es mucho más vulnerable a los vientos y modas posmodernas que aquel que todavía mantiene algún anclaje a tierra.
Así, lo más pernicioso de Halloween no es que celebremos las costumbres bárbaras de un pueblo entre cuyas aficiones se encontraba coleccionar cabezas de enemigos para poseer sus almas, o degollar y quemar en una pira a cualquiera a modo de sacrificio humano para calmar a los dioses. Que supongo que nadie se acuerda ya de que el Samhain incluía una ristra de prácticas salvajes e inhumanas de ocultismo, que de haber podido llegarnos documentadas con todo detalle, el relato haría vomitar a una hiena. Este revival de una civilización que adoraba como un dios a la naturaleza, y que sacrificaba su vida por ella, no es casual en medio de un mundo enloquecido por los ambientalistas y calentólogos, y que desprecia cada día más la dignidad del hombre mientras se hinca de hinojos ante la Pachamama.
Al margen de todo esto, y dejando de lado lo puramente estético, lo funesto de las celebraciones de brujas, cogorzas y payasos asesinos es que cada vez consiguen eclipsar más al Día de los Fieles Difuntos, en el que los católicos rezamos y recordamos a nuestros mayores fallecidos en una plegaria que, para el creyente, es fuente de esperanza y conforto, y para el no creyente es inspiración, entrañable mirada a las generaciones precedentes, y gratitud con los que amamos. Como es sabido, mi tierra celebra mucho el Día de Difuntos y, en contra de lo que se cree, no es por ningún arraigo esotérico de meigas, mal farios, y conjuros, sino porque hay por lo general en el gallego un sentimiento sincero de gratitud a quienes nos trajeron hasta aquí.
No deja de ser triste que, mientras te disfrazas de niña del exorcista y ves películas en las que la cultura celta parece el campamento de los Jóvenes Castores de Disney, olvidas –olvidamos— honrar a nuestros muertos, recordar sus hazañas felices, sacrificios, y enseñanzas, y depositar una flor y una oración de agradecimiento al buen Dios a los pies de su cementerio
https://www.libertaddigital.com/opinion/2023-10-27/itxu-diaz-honrad-a-vuestros-muertos-7063806/
No comparto este festejo ni por edad ni por pensamiento, en fin, mientras no haya desbordes de bebida y aledaños que festejen los que se sientan con ganas, un abrazo Susana!
ResponderEliminarPara los niños està bien. Un beso
EliminarUn mundo desconocido, Susana. Ya te he escrito antes que, en la próxima parada me bajo.
ResponderEliminarNo es para menos. Un beso
EliminarPues yo suscribo el comentario de la amiga Mª Cristina, además enterito.
ResponderEliminarBesos.
Es cierto. Un beso
EliminarTampoco me gusta esa fiesta, yo soy de recordar a nuestros difuntos. Un beso.
ResponderEliminarYo también. Un beso
EliminarHola Susana,
ResponderEliminarque buen articulo, y tiene mucha razon aunque reconozco que yo me diverti bastante en la celebracion pasada pero olvidar a mis queridos seres que me precedieron, jamas. Ni por un segundo.
Besos.
Escribe muy bien. Un beso
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