Como veo que no os convence mi post, he copiado un artículo de Juan Manuel de Prada que seguro que os gusta más.
La reclusión domiciliaria a la que se nos obligó ha demostrado ser
una medida por completo inepta (amén de muy tardía) que se ha saldado
con más de cuarenta mil muertos. Pero sobre todo ha demostrado ser una
medida pintiparada para la destrucción de la riqueza nacional. En este
rincón de papel y tinta ya tuvimos ocasión de expresar nuestro
desacuerdo, planteando la única solución cuerda que nos hubiese salvado
de la catástrofe: proteger a nuestros ancianos y, en general, a la
población más vulnerable, desde muchas semanas antes, dedicando a ellos
todos los recursos sanitarios; y mantener la actividad económica en la
medida de lo posible (recuperando, además, industrias que han sido
entregadas a la plutocracia por sucesivos gobiernos o bandas de
ladrones), de tal modo que la población sana, a la vez que conservaba
sus puestos de trabajo, se inmunizase. Esta solución, además de mitigar
la destrucción suicida de la riqueza nacional, habría generado una
auténtica cohesión social, que no se logra asfixiando a la gente a
impuestos, sino poniéndola a trabajar codo con codo en el salvamento de
la comunidad. La solidaridad con el auxiliar sanitario o con la cajera
de supermercado no se demuestra con homenajes fofos y sentimentaloides,
sino participando de su destino.
Los españoles no hemos salido
‘más unidos’ de aquella reclusión domiciliaria por la sencilla razón de
que entramos en ella ‘más separados’ que nunca, obligando a unos pocos a
afrontar riesgos y asumir responsabilidades que nos atañían a todos. La
preservación de los puestos de trabajo y el mantenimiento de los
niveles de producción eran obligaciones comunitarias que los españoles
declinamos entonces, en un lamentable ejercicio de cobardía colectiva.
Como lo era también poner todos los recursos sanitarios a disposición de
las personas más vulnerables, a las que por el contrario dejamos morir
como perros en esos modernos morideros llamados ‘residencias’, o en
hospitales que carecían de respiradores mecánicos (por culpa del
desmantelamiento de nuestra industria, perpetrado por sucesivas bandas
de ladrones).
Sorprendentemente, tras una experiencia tan
calamitosa, ante los rebrotes de la enfermedad vuelven a adoptarse
medidas desquiciadas, que por el momento ponen especial énfasis en la
imposición de la mascarilla a todo quisque. Pero lo cierto es que, aun
suponiendo que la mascarilla dificulte el contagio, pretender que así se
frenarán los rebrotes es puro pensamiento mágico. Son muchas las
actividades que al cabo del día se desarrollan sin mascarilla, sobre
todo en el ámbito doméstico; además, la saliva no es el único medio
(mucho menos el único humor corporal) a través del cual se contagia el
virus; y, en fin, los rebrotes de la enfermedad sólo se manifiestan
después de un largo período de incubación larvada. Cuando se anuncia un
rebrote coronavírico, lo que en realidad se está constatando es su
floración imparable. El uso de la mascarilla puede, en el mejor de los
casos, ralentizar esa floración, a la vez que acelera la propagación de
la histeria, lo que a la postre se traducirá en males mucho mayores, no
exclusivamente materiales.
En un célebre relato de Edgar Allan Poe, La máscara de la muerte roja, un
grupo de nobles egoístas se atrinchera en un castillo, pensando que así
sorteará el beso de la plaga que afuera diezma a la población. A la
postre, la plaga acaba extendiéndose también entre los atrincherados,
con quienes se emplea con mayor ensañamiento. Y eso mismo hará el
coronavirus con quienes tratamos grotescamente de mantenernos
incontaminados. Desaprovechar estos meses veraniegos en los que, según
todos los indicios, el virus se ha debilitado es una decisión suicida;
pues lo que ahora deberíamos estar haciendo es proteger a la población
vulnerable –a la espera de fármacos eficaces– y favorecer el contagio
entre la población sana, que de este modo fortalecería sus organismos,
para afrontar con expectativas menos lúgubres el invierno, cuando el
coronavirus venga cogidito de la mano y en cóctel rabioso con la gripe y
otras enfermedades estragadoras.
Pero detrás de estos empeños
grotescos se halla la entronización de la salud como valor absoluto,
propio de las sociedades enfermas de ensimismamiento, tan debilitadas
moralmente que rehúyen todo sacrificio vital. Sociedades que prefieren
asistir al derrumbe colectivo atrincheradas detrás de una puerta o de un
bozal, antes que arrimar el hombro en una labor de salvamento
comunitario. Sociedades atenazadas por el miedo, con las que los tiranos
de turno pueden hacer albóndigas, después del reparto de limosnas y
subsidios. Sociedades que, para más inri, acaban igualmente engullidas
por el virus que desesperadamente tratan de esquivar.
https://www.xlsemanal.com/firmas/20200810/atenazados-por-el-miedo-juan-manuel-de-prada.html
Diario conservador de la actualidad
El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
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Políticas en favor de la natalidad
Entrevista ginecólogo e impulsor de Refugio Prenatal Rodrigo Orozco: «Si no establecemos políticas en favor de la natalidad, España se va ...
Los extremos son malos, lo mejor es andar por el medio del buen criterio. Como esto fue inesperado y nuevo, cundió el pánico, la urgencia no ayudó a racionalizar las medidas, concuerdo con la distancia y la máscara para andar por la calle y lugares cerrados con concurrencia, el cerrar comercios fue una locura producto de ese mismo miedo a lo desconocido. La economía se derrumbó, muchos quedaron sin trabajo y endeudados, no hubo pensamiento correcto. Tomar medidas de precaución y seguir con la vida normal hubiera sido lo aconsejable. Un abrazo Susana!
ResponderEliminarEl aislamiento ha sido desastroso. Un beso
ResponderEliminarEntrevista de Intereconomía a una doctora para quien quiera saber más:
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=RsP8iur1c2A&feature=share&fbclid=IwAR3q6_cCj2e2qRTYXf6F7VtIScahoRxqHTaLxXPMWqmlM2gCpecgQQQmOCM
Bueno yo sigo sin entenderme con mis dias
ResponderEliminarel tiempo
y la pandemia
tu escrito tu entrada
me ha fascinado
abrazos siempre
Este texto no es mío. Un beso
EliminarA mi si me interesa todo lo que tu cuentas.
ResponderEliminarLo del confinamiento (a pesar de que yo aún lo sigo), ya está demasiado visto. Todos dicen lo mismo y ninguno acierta.
Un beso.
Gracias. A mí no me convence el confinamiento. Un beso
EliminarWellcome. Best regards.
ResponderEliminarMi opinión es que han estado dando palos de ciego desde el principio.
ResponderEliminarTambién creo que este virus se queda en el ambiente, de ahí esos contagios masivos en lugares cerrados.
Abrazo.
Es muy posible. Un beso
EliminarSoy seguidor casi incondicional de De Prada, con eso te lo digo todo :)
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Yo también. Un beso
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