Diario conservador de la actualidad

El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.

domingo, 19 de octubre de 2025

La charocracia que nos hemos dado, por Javier Bilbao

Cualquier español que esté atento a la actualidad, a todo lo que le rodea y a lo que le van contando aquí y allá, encajando piezas poco a poco, fijándose en los detalles, sacando conclusiones, en algún momento acaba sintiéndose como el protagonista de El show de Truman. Un día ve algo que está fuera de lugar cuando nadie más parece percatarse de ello, otro descubre un patrón en aquello aparentemente azaroso, a veces parece que le hablan a él pero es como si se dirigieran a alguien más y si en alguna ocasión las cosas pueden cambiar realmente entonces aparece el colega con las latas de birra para reconducir la situación ¡Qué oportuno! La sensación permanente es de sospecha, lo que se dice y lo que se hace tiene una motivación última y no es la que nos cuentan, claro que si uno lo señala con insistencia acabarán tildándolo de chiflado paranoico: se empieza cuestionando el relato político-mediático y se termina creyendo que los pájaros son drones del Gobierno que nos vigilan. Los listos hacen como si nada y siguen a lo suyo, ea.


Una muestra de ello la tenemos, por ejemplo, en la sentencia del caso de La manada. Se publicó allá por 2018, tras casi dos años de turra mediática de la que fue imposible escapar, y contenía un voto particular, el del juez Ricardo González, que en más de 300 páginas analizaba con rigor forense lo ocurrido aquella noche armando un relato inapelable de hechos y testimonios que llevaban a concluir que los acusados debían ser absueltos. Leyéndolo, por momentos, uno le ponía la voz de Henry Fonda en su apasionada búsqueda de verdad y de justicia, sólo que los otros once hombres a los que debía convencer además de faltos de piedad lo eran de entendimiento y se pasan la trama sesteando, mientras el otro habla sólo como un loco… Porque así lo tildó el ministro —del PP—, la tormenta mediática que lo siguió y los escraches con los que le acosaron. No debió haber entendido que era un juicio público, como aquellos de Moscú de los años 30, así que la condena no debía ser justa sino ejemplarizante. La charocracia es un Moloch que exige sacrificios humanos.  


En este contexto las manifestaciones del 8-M se convirtieron en una forma de adhesión al régimen, un Aberri Eguna feminista. Recordemos que hasta el 2016 eran reuniones que apenas convocaban a 800 asistentes y en 2017 (año 1 de La manada) la cifra aumentó a unas 40.000 personas y no sólo en la convocada Madrid, donde desfilaron tras pancartas como «nos estáis asesinando» (¿Quiénes?). En 2018 su alcance fue aún mayor, con unos 170.000 manifestantes en la capital, lo que llamó la atención de medios internacionales como Le Monde, The Guardian o The Washington Post, mientras que leíamos en El País titulares como España, referente mundial de la protesta del 8M. ¿De verdad no había nada mejor en lo que ponerse a la cabeza del mundo? Las cosas siempre pueden empeorar, porque en 2019 la asistencia en Madrid alcanzó la cifra estimada de 375.000 personas (200.000 en Barcelona), acompañaba como en la edición anterior, de una «huelga general feminista». Qué decir de la de 2020, cuando pasamos del «es sólo una gripe» el día 7, porque esa movilización debía celebrarse a toda costa, a los confinamientos unos días después con sus policías de balcón. 


Semejante movilización popular, en suma, provocaba un curioso fenómeno por el cual si era tan masiva es que debía estar reaccionando a algo muy dramático. En España había un grave problema de «machismo», concluían desde fuera de nuestras fronteras, y eso encajaba de maravilla con la narrativa negrolegendaria: si los españoles nos despertábamos de la siesta era para zurrar a la parienta. Las estadísticas nos mostraban en cambio una población autóctona civilizada y pacífica como pocas en el mundo. De nuevo la disonancia cognitiva entre la consigna y la realidad… ante la que la mayoría opta por la primera. Es humano sumarse al coro de las mentiras oficiales para poder estar uno tranquilo y no buscarse problemas en el trabajo, en el entorno social, pero cuando todos lo hacen la situación acaba volviéndose insostenible.  


De manera que el martilleo mediático lograba moldear el consentimiento popular, que a su vez terminaba retroalimentando la maquinaria de comunicación, pues sin audiencia su poder se desmorona. Servidor pudo ver en primera línea cómo todo el contenido a publicar estaba, de una u otra manera, aderezado de propaganda feminista. Da igual de qué se hablara, debía adquirir tonalidad violeta, y tenía haber cuotas para todo. Incluso se daba el caso de hombres que escribían en los medios bajo pseudónimo de mujer. Veía uno a pintorescos personajes de vida privada digamos, cuestionable, pontificando de feminismo con un desparpajo asombroso. Errejón fue sólo uno más. Con maneras de revolución cultural la actualidad, la historia, el ocio, la política había que reescribirlas pasadas por ese tamiz. Así que ahí teníamos, por ejemplo, a un periodista cultural —luego cancelado bajo acusaciones de acosar sexualmente a compañeras— publicando un libro en 2020 titulado Las invisibles, ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres?.


Hay una anécdota protagonizada por cierto político socialista unos meses antes, allá por 2019, que resulta bastante reveladora del clima del momento. El presentador y humorista Pedro Ruiz contó entusiasmado en Twitter cómo en una terraza había presenciado junto a un amigo que a una chica le robó el móvil «un muchacho negro» y el susodicho amigo salió corriendo tras él para recuperarlo. Admirable, tratándose el héroe en cuestión nada menos que de Antonio Miguel Carmona, el candidato a alcalde de Madrid que propuso naumaquias en El Retiro y luego gracias a sus grandes méritos acabó de vicepresidente de Iberdrola. Lo llamativo es que cuando se publicó la noticia al día siguiente en los medios el atracador pasó a convertirse, misteriosamente, en un «maltratador» con orden de alejamiento, o eso afirmaba Carmona. Así la delincuencia vinculada a la inmigración pasaba a integrarse en la narrativa del machismo y el maltrato en la pareja, por extraño que nos pueda resultar que a una chica su supuesto exnovio se le acercara en mitad de la calle a robarle el móvil y salir corriendo. No tiene mucho sentido… pero hay que comulgar con la consigna nuestra de cada día y punto. Poco después tuvo un fugaz paso por la fama mediática una señora marroquí que decía estar en silla de ruedas por la llamada «violencia de género»; era la heroína que los medios necesitaban: mujer, inmigrante y víctima del machismo. Luego saltó a la luz que una mujer con su mismo nombre y apellido había sido tiroteada años atrás —quedando inválida— a causa de un ajuste de cuentas entre narcotraficantes en Madrid. Así que había heroína de por medio, pero de otro tipo. Ya no volvimos a saber de ella.  


En fin, las anécdotas e historias son interminables, pero el enfoque siempre era el mismo. Todo debía reducirse a que las mujeres en el ámbito de la pareja eran sistemáticamente maltratadas y asesinadas y, fuera de ella, cuando salían a la calle, entonces eran violadas. Por españoles, se especificaba. Convertirlo en el monotema lograba el efecto de acaparar la atención pública y que ya no se abordaran otras cuestiones, desde la inmigración masiva, el empleo precario o la corrupción… con la ventaja añadida de que una cuestión sociocultural como el «machismo» —un término sin contenido, a estas alturas— es difícil de fiscalizar ¿Cómo se mide el éxito de un taller de deconstrucción de la masculinidad? ¿Qué variables usar para juzgar la efectividad de los puntos violetas?


Otra cuestión también difícil de precisar, nos queda para concluir, es que si semejante campaña masiva de propaganda feminista iniciada en buena medida en 2004 con la llegada de Zapatero, avivada hasta el paroxismo a mediados de la década de los 10 y en suave declinar desde el 2020 (la actualidad en forma de desastres y guerras se ha impuesto, en parte) haya podido tener algún efecto, ciertamente, pero negativo. Es decir, ¿qué efecto psicológico tiene en la población instigar esta guerra de sexos? Atemorizar a alguien con que las relaciones con el sexo opuesto son un campo minado, una incesante amenaza, lo volverá suspicaz ante cualquier señal en el comportamiento de su posible pareja, no digamos ya de un desconocido que se aproxime, como antesala del crimen. Sembrar colectivamente el agravio, la desconfianza y el resentimiento en las relaciones personales puede llevar a que bastantes prefieran abrazar la soledad y renunciar al flirteo, al emparejamiento, a formar una familia. Viendo las deprimentes estadísticas de natalidad de nuestro país, entre las peores del mundo, se diría que, por uno u otro motivo, es el camino que muchos españoles han elegido o no les ha quedado otra que aceptar. ¿Era ese el objetivo último?  

https://ideas.gaceta.es/la-charocracia-que-nos-hemos-dado/

8 comentarios:

  1. Las campañas del odio han dado resultado, triste realidad, un abrazo Susana!

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  2. No creo que la reducción de la natalidad sea un objetivo. Creo que el verdadrro objetivo es ir creando grupúsculos... cuanto más divididos mejor. No sé por qué.
    Un saludo

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    1. Según Bill Gates y otros es el mayor problema del mundo. Un beso

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  3. Siempre me ha costado imaginarme a Antonio Carmona corriendo, y, menos aún, reduciendo a nadie.

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