No quiero ser mamá. Me da pánico. No quiero esa responsabilidad de por vida. Yo busco libertad», defendía la celebrity Lola Índigo recientemente en un podcast de gran alcance.
Este no es un capricho millennial. Es el eco de una generación entera de mujeres a las que se nos enseñó que el poder maternar es una cárcel, y la independencia, la única forma válida de éxito. Pertenezco a una generación que ha renunciado a lo materno en nombre de una libertad que, paradójicamente, nos ha dejado más solas, más cansadas y más vacías.
La cultura del «yo primero» ha colonizado nuestras vidas. Hemos crecido viendo a mujeres poderosas huir de cualquier atadura: hogar, esposos, hijos. Nos educaron para ser inatrapables. Y así, con una libertad sin vínculos, fuimos rompiendo uno a uno los lazos que podían dar algún tipo de sentido a nuestra existencia.
Hace no tanto que la maternidad empezó a convertirse en amenaza para una supuesta vida lograda y realizada. Dar vida se volvió una renuncia, un freno, un riesgo para todos aquellos sueños y aspiraciones que supuestamente compartíamos con las chicas de las portadas de revistas para mujeres.
Si lo pienso bien, y analizando un poco lo que vivo y lo que veo a mi alrededor, no es tanto que haya miedo a la maternidad sino que hay pánico al pensar en criar solas, amar sin garantías y perder el control de la propia vida. La maternidad ha quedado aplazada, disfrazada, externalizada, convertida en proyecto individual, programada entre ciclos hormonales, congelada, tercerizada y transformada en producto casi de lujo.
Una cosa es no querer ser madre y otra muy diferente es que la cultura te empuje a no querer desearlo.
Bajo una falsa idea de libertad y empoderamiento, nos convencieron de que nuestra esencia femenina no tenía nada que decir sobre el deseo de plenitud que nos habita. Como si ser mujer fuera un defecto que había que corregir para estar «a la altura».
La libertad que nos vendieron era falsa… Nos dijeron que ser libres era poder irnos cuando quisiéramos. No deberle nada a nadie. No depender. Pero lo que no nos contaron es que la libertad, si no es un medio para el amor, puede ser muy tramposa. Que el deseo, cuando no se orienta y se convierte en entrega, se pudre y esclaviza. Que la independencia total es el camino más corto a la soledad total.
Se nos llenó la boca con palabras como empoderamiento, disfrute, plenitud. Y sin embargo, cada vez más mujeres están rotas, cansadas y vacías. El cuerpo no miente. El alma tampoco. Algo no encaja.
¿Cómo voy a dar vida si no sé que la mía vale?
Este es el núcleo del problema. Muchas mujeres no se han sabido hijas. No se han sentido amadas sin condiciones, sin méritos. No han sido miradas como un don, sino como una carga, una molestia, un proyecto a perfeccionar.
Y si yo no me sé hija, ¿cómo voy a querer ser madre?
Si no me han amado así, ¿cómo voy a imaginar poder amar así?
Si no me recibieron con alegría, ¿cómo voy a acoger a otro?
Me parece muy difícil desear tener hijos si no te sabes amado, si no has visto en los ojos de tus abuelos, de tus padres, un brillo especial por verte llegar, si no has comprendido que tu vida es un milagro que merece ser compartido.
No querer tener hijos no es otra cosa que la consecuencia de una sociedad donde nadie se sabe amado por sí mismo. Si yo no me supiera amada, probablemente tampoco querría ser madre.
Quizá, por tanto, la falta del deseo de ser madre en nuestro tiempo es la consecuencia de la falta de raíces que nos ayuden a ver la belleza de extender nuestra vida más allá de nuestro ombligo. En definitiva, es falta de identidad, de mapa y de horizontes. Si falla lo más humano, si mi vida en el fondo es miserable ¿por qué iba a desear que alguien más viviese por mi causa?
Y por supuesto, en la época del Tinder, las masculinidades frágiles y el falso empoderamiento a base de un apartatito a pilas y viajes «solo-trip» a playas paradisíacas, ¿qué vínculos verdaderos van a empujarnos a querer ser fecundas? ¿Bajo qué marco de seguridad?
Una mujer que no se sabe querida solo podrá amar a medias. Y nadie puede querer engendrar desde la herida de una existencia insustancial. Yo probablemente tampoco querría ser madre bajo ese marco. Pero, gracias a Dios, se me ha descubierto otra forma de ser mujer, otra forma de ser persona.
El drama es doble. Porque no es solo que las mujeres estemos heridas. Es que los hombres están en ocasiones muy ausentes. Emocionalmente inmaduros, incapaces de compromiso, encerrados en sí mismos y en carreras profesionales que les impiden poder ocupar su vocación de entrega por amor.
Sin hombres a la altura, sin hogar.
¿Cómo entregarme si no hay nadie que sostenga? ¿Cómo querer dar vida si no tengo con quién compartirla? No se rechaza al hijo. Se rechaza la precariedad afectiva en la que nacería y también la precariedad afectiva sobre la que nos hemos acostumbrado que nuestras relaciones se sostengan. Necesito enamorarme de un hombre, admirarle, y desear querer tener un hijo con él para que, precisamente, se parezca a él y pueda, también en su libertad, elegir cómo servir al Bien con sus dones únicos.
Pero las mujeres, faltas de identidad, desconectadas de nuestra naturaleza, sin sabernos amadas y conformándonos con ser mendigas de lo afectivo, tras habernos creído la mentira de que la falsa independencia, la carrera profesional de éxito y los viajes a Formentera nos llenarían, llegamos a los treinta y muchos o a los cuarenta, con la sorpresa de un despertador que te recuerda que quizá quieras un hijo.
Pero ya es tarde, ya no lo puedes enfocar como don, sino como respuesta tardía a un vacío acumulado. Con esperma comprado, sin padre, sin historia, sin hogar. Como si el hijo pudiera dar sentido a una vida sin vínculos. Y con un hijo que llegará al mundo para tratar de llenar un vacío, cuando debería ser todo lo contrario: el fruto del amor de sus padres.
No hay plenitud sin fecundidad.
Nos vendieron placer y nos dieron aislamiento. Nos dijeron que cuidar era perderse. Que amar era debilidad. Que depender era peligroso. Pero se descubre siempre que la única libertad verdadera es la que permite esclavizarse por amor. La que da. La que engendra. La que se entrega.
Y esto no va solo de hijos biológicos. Va de una forma femenina de estar en el mundo. De acoger. De sostener. De mirar con ternura. Lo materno es más grande que un embarazo y ese don innato se ha amputado de raíz también en lo psicológico y emocional.
Hoy hay muchas mujeres que habrían querido ser madres y no pudieron. Pero hay otras muchas que podían y no quisieron, porque alguien les dijo que no era el momento, que no era sensato, que no era «libre».
La gran pregunta.
A todas nos llegará el día en que no podremos ser madres.
Y entonces tendremos que hacernos una pregunta real: ¿De verdad fuimos más libres que nuestras abuelas?
Ellas, muchas veces sin opciones, dieron la vida entre pañales, escasez y silencios.
Nosotras, con todas las opciones del mundo, estamos empezando a lamentar tardíamente haber renunciado a lo único que nadie más puede hacer por nosotras: dar vida. Y con ella dar la posibilidad de que una persona inédita pueda renovar la faz de la tierra. Nuestras abuelas quizá entendieron no que la mujer «vale» por dar vida pero que serlo significa dar vida.
Tal vez, al final, no era libertad.
Era miedo disfrazado.
Y detrás del miedo, un anhelo nunca escuchado. Y una cultura que en apariencia abraza la vida propia y su libertad pero que en el fondo rechaza la vida verdadera y la libertad que la llena.
Yo, como Lola, probablemente tampoco querría ser madre así. Por eso doy gracias cada día por que se me haya descubierto otra forma de ser mujer, otra forma de ser persona. La que encaja de verdad con lo que mi corazón desea y no con lo que el mundo enfermo me propone. Doy gracias por saberme amada sin necesidad de demostrar. Por saberme don, y querer serlo. Y por cruzarme con hombres auténticos, nobles y seguros, que me hacen desear que un día mis hijos se parezcan a ellos.
https://www.eldebate.com/familia/20250601/tampoco-quiero-madre_302530.html
Hay que tener un cuidado inaudito con Los Sofismas que nos quiere imponer Esta Sociedad feble y Ful que sumen en Egocentrismos. Y en ese sentido, debo decir que está muy bien planteada en fondo y forma tu exposición. Lo Simple es razonar, pero se ve, que ya no se lleva....
ResponderEliminarRecibe Mis Consideraciones Más Distinguidas. 🇪🇸 😎
Gracias pero el artículo no es mío. La dirección está debajo. Un beso
EliminarTodo lo que se ha inculcado subliminalmente para los nuevos tiempos va camino a la desdicha y el sufrimiento y hasta la muerte, un abrazo Susana!
ResponderEliminarMuchas se arrepentirán demasiado tarde. Un beso
EliminarComo hombre, en esto soy muy respetuoso, creo que es la mujer la que debe decidir, al fin y al cabo, ella es la que debe soportar el embarazo y el parto y hay que respetar la decisión de cada cual, creo yo.
ResponderEliminarEl embarazo y parto son naturales y las mujeres los hemos soportado siempre, por suerte. Un beso
EliminarHay mucho que comentar intentaré reducirlo: Un hijo transtorna tu vida, se acabaron los fines de semana, las cañas y empiezan los horarios, sin embargo qué hermosa molestia. Entiendo que hace falta cierta madurez y que hoy no se ve un beneficio en educar a una criatura que lo más probable es que se vaya de casa a hacer su vida y los padres pasena a un segundo plano. Falta esa madurez que comprenda que la vida es así y no como queremos que sea.
ResponderEliminarTambién los jóvenes están educados en un modo de vida en el que el sexo es entretenimiento, placer y parte de las actividades del fin de semana, algunas veces puede ser amor. Nunca se les ha hecho comprender que los hijos deben ser producto del amor. Y se les ha enseñado que los hijos se pueden programar y planear,y que si están fuera del plan se pueden desechar. La maternidad lo tiene todo en contra.
Un saludo
Durante miles de años las mujeres no pudieron elegir y fueron felices con ese destino. La maternidad daba sentido a sus vidas y sin ella muchas se sienten vacías. Un beso
EliminarAdoctrinar a los niños, inculcar en la sociedad lo negativo y destructivo en la cabeza es lo que nos trae sufrimientos y barbarie.
ResponderEliminarProfunda entrada, expuesta con brillantez.
Un beso.
Muy bien explicada. Un beso
EliminarEs una elección de cada mujer. Te mando un beso.
ResponderEliminarYo también hubiera elegido no pasar por tres partos y ahora no tendría tres hijos. Un beso
EliminarSusana he leído con detenimiento tu artículo, aunque me parece muy bueno no estoy totalmente de acuerdo con el. Tengo dos hijas y las dos no han querido tener hijos, pero no por que ellas no hayan recibido el amor de sus padres y ellas no me den su amor como hijas y el de sus abuelos que las querían con locura, simplemente piensan que no quieren y es su forma de pensar y nadie las puede obligar, y creo y pienso que si los hubiesen tenido les habrían dado tanto amor como ellas lo tienen y nos lo dan, tanto a su padre como a mí. Te dejo un abrazo.
ResponderEliminarYo soy una mujer muy débil pero lo mejor que he hecho en mi vida ha sido tener tres hijos y son lo que me da sentido. Un beso
Eliminar