Un simple artículo (“la”) -en el cofre de la semántica- cambia radicalmente el significado de una frase. Eso es lo que ocurre entre “economía de guerra” (referida a la austeridad que una familia o una empresa deben practicar en momentos de dificultad) y “economía de la guerra” (que es el motor que pone en marcha la maquinaria bélica y aboca a los seres humanos a su autodestrucción).
Los principales elementos que oculta la cortina política de cualquier guerra son la economía y el poder (o viceversa). Karl von Clausewitz dice en War, Politics & Power (1962) que “la guerra es una continuación de la política por otros medios; no es un mero acto político, sino un verdadero instrumento político”. La guerra es una aberración en democracia, sobre la que no hay plebiscito. Fue Brooks Atkinson quien dijo en Once Around the Sun (1951) que “después de cada guerra hay un poco menos de democracia”. Y mucho más infortunio. Ni Cervantes privó a don Quijote de decir que “no hay nada tan sujeto a la inconstancia de la fortuna como la guerra”. En la guerra no hay Dios ni religión -aunque algunas sean declaradas en nombre de Dios-; solo crueldad, ira e irracionalidad al servicio del único dios superviviente, el dios de la guerra, como apuntaba Eldridge Cleaver en Soul on Ice (1968). La guerra es un abuso de la incultura. En Analects (s.VI a.C.), Confucio manifestaba que “llevar a un pueblo ignorante a la guerra es conducirlo a su destrucción”. La guerra es una falta de respeto a la gente común. William Cowper decía en The Task (1785) que “la guerra es un juego al que los reyes sabios no querrían jugar si sus súbditos fueran sus súbditos”. Charles Caleb Colton es todavía más claro: “La guerra es un juego en el que los príncipes rara vez ganan; el pueblo nunca”. En uno de los sermones de John Donne, de 1622, resuena: “Así como la paz es todo bondad, la guerra es un emblema, un jeroglífico, todo miseria”.
«La juventud es la primera víctima de la guerra; el primer fruto de la paz. Se necesitan 20 años o más de paz para formar a un hombre; solo se necesitan 20 segundos de guerra para destruirlo.»
Aunque las guerras de hoy no son con palos y piedras, ni espadas y flechas, sino con sofisticados misiles y artilugios cibernéticos, la realidad es que los que mueren son los mismos de siempre. La guerra es un atentado a la juventud. En una sesión del Congreso de los Estados Unidos, el 12 de mayo de 1959, el rey Balduino I de Bélgica proclamó: “La juventud es la primera víctima de la guerra; el primer fruto de la paz. Se necesitan 20 años o más de paz para formar a un hombre; solo se necesitan 20 segundos de guerra para destruirlo”. El 27 de junio de 1944 en la Republican National Convention de Chicago, Herbert Hoover recriminaba: “Los mayores declaran la guerra; pero son los jóvenes los que deben luchar y morir”. En 1937, Aldous Huxley escribía en The Olive Tree: “El hecho más impactante sobre la guerra es que sus víctimas y sus instrumentos son seres humanos individuales, y que estos seres individuales están condenados por las monstruosas convenciones de la política a asesinar o ser asesinados en disputas que no son las suyas”.
Los factores económicos detrás de cualquier guerra son complejos y multifacéticos, ya que a menudo se entrelazan con motivos políticos, ideológicos y sociales. Sin embargo, algunos de los elementos económicos que históricamente han influido en los conflictos incluyen: (1) Competencia por Recursos Naturales: Muchas guerras se han desencadenado por la disputa por recursos estratégicos como petróleo, minerales, agua y tierras fértiles. El control de estos recursos puede traducirse en ventajas económicas y geopolíticas. (2) Intereses Comerciales y Expansión de Mercados: La necesidad de asegurar rutas comerciales, mercados para productos y el acceso a materias primas ha motivado a los estados a intervenir en regiones estratégicas. Esto se relaciona con la expansión colonial y, en tiempos modernos, con disputas comerciales y económicas. (3) Inestabilidad Económica y Crisis Internas: Las crisis económicas internas o la desigualdad extrema pueden debilitar la cohesión social y servir como catalizador para conflictos. En ocasiones, los gobiernos recurren a la guerra para distraer a la población de problemas económicos internos o para consolidar el poder. (4) Política de Poder y Dominación Económica: Las guerras pueden ser utilizadas para reestructurar el orden económico global, estableciendo hegemonías o imperios que permitan dominar económicamente a otras regiones. Esto se traduce en la consolidación del poder y la influencia internacional. (5) Competencia por Territorios Estratégicos: El control de territorios con ventajas económicas (por ejemplo, zonas con recursos o posiciones geográficas privilegiadas) es otro factor importante. La expansión territorial puede estar motivada por el deseo de asegurar activos económicos clave. (6) Inversiones y Gastos Militares: La industria militar y el complejo militar-industrial también juegan un papel en la economía de un país. La producción y venta de armamento generan beneficios significativos, lo que puede influir en la política y en la decisión de iniciar conflictos.
En términos generales, se estima que en el mundo existen ahora entre 25 y 40 conflictos armados activos. De estos, alrededor de 20 suelen considerarse guerras «mayores» (con más de 1.000 muertes relacionadas con combates al año), mientras que el resto son conflictos de menor intensidad, insurgencias o enfrentamientos localizados. Las guerras activas en el mundo provocan entre 50.000 y 100.000 muertes directas al año. Por ejemplo, para Rusia, en la guerra ruso-ucraniana, aunque el gobierno ruso reporta cifras significativamente menores, diversos analistas y medios occidentales estiman que las muertes militares rusas podrían estar en el rango de 100.000 a 150.000 hasta la fecha. Estas cifras incluyen a soldados caídos en combate, pero no siempre se consideran las muertes indirectas o las de bajas en otros contextos relacionados con el conflicto. Para Ucrania, las estimaciones independientes indican que las bajas militares ucranianas podrían oscilar entre 50.000 y 70.000, aunque esta cifra varía según la fuente. Además, el conflicto ha provocado un número considerable de muertes civiles, con estimaciones que en algunos informes sitúan ese número entre 20.000 y 30.000 o más, dependiendo de la región y del período analizado.
Comparar el número de muertes por COVID-19 con las muertes derivadas de las guerras activas en el mundo implica analizar contextos y escalas muy diferentes. La ventaja para políticos y secuaces es que quien mata en la pandemia es un virus, mientras que en una guerra los inductores de muerte son ellos
Según los datos oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS), hasta finales de 2023 se han reportado alrededor de 6.9 millones de muertes atribuidas a COVID-19 en todo el mundo. Sin embargo, diversas investigaciones y estudios de exceso de mortalidad sugieren que la cifra real podría ser significativamente mayor, llegando a estimaciones de hasta 15 millones de muertes globales. En esta guerra, se cumplió lo que Jean Giraudoux expresaba en Tiger at the Gates (1935): “Durante la guerra encarcelamos los derechos del hombre”.
Para los políticos y los arácnidos que bailan en la tela de los conflictos, no todas las vidas humanas tienen el mismo valor. Comparar el número de muertes por COVID-19 con las muertes derivadas de las guerras activas en el mundo implica analizar contextos y escalas muy diferentes. La ventaja para políticos y secuaces es que quien mata en la pandemia es un virus, mientras que en una guerra los inductores de muerte son ellos. Un proverbio alemán señala que “en tiempos de guerra el diablo hace más espacio en el infierno”.
Sin embargo, a pesar de la diferencia entre cifras de muertos (1.000.000 vs 200.000 por año), los movimientos estratégicos, las reuniones de líderes y los ruidos de sables en los bajos fondos de la diplomacia internacional son mucho más activos ante la confrontación Rusia-Ucrania que contra el dilema mortal de la COVID-19 (donde todos se escondían en las alcantarillas de sus guaridas de poder, exponiendo al mundo el ridículo de la OMS; se adueñaban de argumentos falaces para limitar la libertad individual y los derechos colectivos; usaban comités fantasma de expertos para imponer restricciones, redirigir recursos económicos, fabricar chanchullos, obligar a consumir recursos sanitarios inútiles o insanos, y silenciar la voz de la ciencia, poniendo amplificadores a los micrófonos que proclamaban consignas de la industria farmacéutica, principal beneficiaria del miedo a la muerte).
Según múltiples análisis e informes de organizaciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, el coste económico mundial de la COVID-19 -incluyendo gastos directos como el gasto sanitario y costes indirectos como la pérdida de productividad, las interrupciones en la cadena de suministro y la reducción del PIB- se ha estimado entre 10 y 16 billones de dólares. Estas cifras abarcan tanto el impacto financiero inmediato como las consecuencias económicas a largo plazo de la pandemia. En cambio, diversas estimaciones sugieren que el costo de la destrucción física en Ucrania (edificios, infraestructuras, sistemas energéticos) podría oscilar entre 400 y 500 mil millones de dólares o incluso más. Además del impacto económico directo, las pérdidas en vidas humanas y el desplazamiento masivo generan costos sociales y de reconstrucción a muy largo plazo. Rusia ha invertido enormes sumas en su esfuerzo militar. Se estima que los gastos directos podrían superar los 200 mil millones de dólares hasta la fecha. Las sanciones económicas impuestas por EE.UU. y la UE han afectado sectores clave de la economía rusa. Algunos análisis sugieren que, a lo largo del tiempo, el coste económico indirecto (pérdida de inversión, aislamiento financiero, impacto en el comercio) podría elevarse a cifras comparables o superiores a los gastos militares directos. Por su parte, Europa enfrenta varios desafíos económicos derivados del conflicto, como el aumento de los precios de la energía, la crisis de refugiados y el coste de la asistencia humanitaria. Algunas estimaciones apuntan a que el impacto económico para la Unión Europea podría ascender a cientos de miles de millones de dólares en forma de pérdidas en productividad, mayores costes energéticos y gastos en seguridad y apoyo a refugiados. Los países europeos también están destinando mayores recursos a la defensa y a diversificar su suministro energético, lo que añade más presión a sus presupuestos. Estados Unidos ha invertido decenas de miles de millones en asistencia militar, ayuda económica y en la implementación de sanciones. Algunos informes sitúan el coste directo del apoyo militar y las medidas económicas en el rango de 50 a 100 mil millones de dólares, aunque estas cifras pueden variar según el horizonte temporal. Además, EE.UU. asume costes estratégicos al involucrarse en la seguridad global y en la estabilidad de sus aliados, lo que a largo plazo influye en la economía y la geopolítica mundial.
«Llama la atención el silencio cómplice de los intelectuales ante una guerra que pagamos todos para que mueran unos cuantos en la frontera de al lado. Sorprende el posicionamiento descomprometido de las lenguas de trapo que llenan de mierda las redes sociales. A los poderes fácticos les interesan los gobiernos débiles porque son más fáciles de manipular; y a todo tirano le conviene el silencio de los intelectuales para hacer más sonoro el griterío de los voceros pagados del reino».
El sector que tradicionalmente se beneficia más durante los conflictos bélicos es el complejo militar-industrial. Esto incluye: (1) Industria de Defensa y Armamento: Empresas dedicadas a la producción de armas, vehículos militares, tecnología de defensa, sistemas de comunicación y equipamiento relacionado suelen experimentar un aumento en la demanda durante la guerra, ya que los gobiernos incrementan su gasto en defensa. (2) Tecnología y Ciberseguridad: La necesidad de modernizar y proteger infraestructuras críticas y sistemas militares también impulsa la inversión en tecnologías avanzadas, incluyendo ciberseguridad y sistemas de inteligencia. (3) Sector Energético: En algunos conflictos, especialmente aquellos relacionados con recursos energéticos, ciertos segmentos del sector del petróleo y el gas pueden beneficiarse de precios elevados o de cambios en las dinámicas del mercado energético.
Si bien el conflicto genera enormes costos y pérdidas en muchos sectores, el complejo militar-industrial se destaca por recibir asignaciones presupuestarias sustanciales, lo que le permite expandir sus operaciones y desarrollar nuevas tecnologías. A todo ello hay que añadir costes de limpieza y reconstrucción (de post-guerra), que hunden más a quien tiene que pagar y enriquecen más a quienes cobran por la reconstrucción de ciudades, instalaciones esenciales, carreteras y comunicaciones. Por lo tanto, el juego final de la guerra es un balance desequilibrado entre los que se arruinan y los que se forran.
Si ponemos en la balanza las astronómicas cifras de la destrucción bélica en un pedazo de suelo europeo con el rastro de daño que este capricho geopolítico genera, y lo ubicamos en contexto con lo que John F. Kennedy soltaba en un mensaje al Congress on the Inter-American Fund for Social Progress el 14 de marzo de 1961(“El crecimiento económico sin progreso social permite que la gran mayoría de la gente permanezca en la pobreza, mientras unos pocos privilegiados cosechan los beneficios de la creciente abundancia”), quizá lleguemos a la simple conclusión que algo anda muy errado en la política mundial del siglo XXI. Quizá es herencia de siglos pasados cargados de contradicción moral y política. El propio Kennedy declaraba el 25 de septiembre de 1961, dirigiéndose a los respetables miembros de la United Nations General Assembly: “La humanidad debe poner fin a la guerra o la guerra acabará con la humanidad”.
Llama la atención el silencio cómplice de los intelectuales ante una guerra que pagamos todos para que mueran unos cuantos en la frontera de al lado. Sorprende el posicionamiento descomprometido de las lenguas de trapo que llenan de mierda las redes sociales. A los poderes fácticos les interesan los gobiernos débiles porque son más fáciles de manipular; y a todo tirano le conviene el silencio de los intelectuales para hacer más sonoro el griterío de los voceros pagados del reino.
«La cruda realidad es que nos preparamos para la guerra como gigantes precoces y para la paz como pigmeos retrasados.»
A la guerra se la disfraza de patriotismo, pero el único fin de la guerra es la economía y el poder. Giraudoux pensaba: “Todo el mundo, cuando hay guerra en el aire, aprende a vivir en un nuevo elemento: la falsedad”. Charles Caleb Colton se preguntaba: “¿Para qué sirven los triunfos de la guerra, planeados por la ambición y ejecutados por la devastación? Los medios son el sacrificio de muchos; el fin, el engrandecimiento desmesurado de unos pocos”. El 13 de septiembre de 1938, André Gide afirmaba que “es más fácil conducir a los hombres al combate y excitar sus pasiones que templarlos y exhortarlos a las pacientes labores de la paz”. Sorprenden las negligentes declaraciones de algunos políticos irresponsables que pretenden atraer la paz mediante una escalada de rearme europeo, con la desunión de sus miembros en fase apoteósica; una Unión Europea decadente y económicamente irrelevante frente a EE.UU. o China. Estos muñecos de política de salón -vendidos a intereses espurios- y egolatría metastática, deberían echar una ojeada a Actions and Passions (1949) de Max Lerner: “La manera de prevenir la guerra es concentrar todas las energías en evitarla, y no proceder por el dudoso camino de prepararse para ella”. En un resumen de prensa del 15 de marzo de 1955, Lester Pearson apuntaba: “La cruda realidad es que nos preparamos para la guerra como gigantes precoces y para la paz como pigmeos retrasados” (cosa que hoy ilustran grotescamente los medios audiovisuales del mundo, mostrando la humillante altanería y falta de respeto mutuo de los gallos de pelea sacados del corral del imperialismo capitalista y de la miseria post-comunista).
Entre las sabias reflexiones de Voltaire se encuentra lo siguiente: “Los hombres parecen preferir arruinar mutuamente sus fortunas y cortarse el cuello unos a otros por unas pocas aldeas insignificantes, a ampliar los grandes medios de la felicidad humana”. Y en una carta a M. le Riche, del 6 de febrero de 1770, le recuerda: “Se dice que Dios siempre está del lado de los batallones más poderosos”.
Ante lo irremediable -cuando el daño ya está hecho- no estaría de más que los inútiles desalmados que juegan con la vida y el futuro de sus pueblos en beneficio de ellos mismos y de las fuerzas ocultas que los mantienen en el poder, sufrieran un ataque de sentido común apopléjico, del que pudiesen aprender algo, como lo que le decía Benjamin Franklin a Josiah Quincy en una carta del 11 de septiembre de 1773: “Nunca hubo una buena guerra ni una mala paz”; o se fijasen en el Adagio que Erasmus escribió en el año 1500: “ La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa”.
https://www.diariodesantiago.es/opinion/tambores-intereses-de-guerra/
Me quedo con la frase.
ResponderEliminarSalut
Un beso
EliminarTampoco el COVID matø tanta gente. No es lo mismo por COVID que con COVID.
ResponderEliminarSi no es con misiles será con virus, la paz en el mundo es ya una utopía, un abrazo Susana!
ResponderEliminarEstoy de acuerdo. Un beso
EliminarEl articulista da un catálogo de frases y atribuye a la guerra un origen de carácter económico y con un fin económico, creo que se equivoca. Hoy se libra una guerra en otros niveles ciberespacio, información y con las llamadas acciones híbridas. ¿Qué hay que pagar por la paz? ¿Si se rinde Ucrania habrá paz?¿Es lo que queremos?
ResponderEliminarUn saludo.
La guerra de Ucrania se pudo evitar y no se quiso. Un beso
EliminarLa guerra siempre tendrá motivos económicos y de poder. Te mando un beso.
ResponderEliminarEs cierto. Un beso
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