Butler, así se llama, representa todo lo que está mal en el mundo. En cualquier época mínimamente ilustrada, su charlatanería subjetivista habría muerto en el ostracismo académico, la extravagancia del lunático departamental en alguna universidad remota y decadente. Nada en la teoría queer se sostiene, ni científicamente, ni psicológicamente, ni sociológicamente, por mucho esfuerzo que la filósofa haya puesto en cubrirse las espaldas, integrando en su teoría, como eje fundacional, la necesidad de erradicar la disidencia. En otras palabras, además de equivocarse en todo, promueve la tiranía ideológica para impedir que le digamos que está equivocada en todo.
La izquierda ha comprado toda la mercancía desvencijada de Butler, pensando que sería maravilloso poder aplicar el relativismo no científico no sólo al género, sino a cualquier otro ámbito de la contienda política. El globo se expandió rápidamente (y el rodillo totalitario de la izquierda logró neutralizar eficazmente el disenso mediante la exaltación tiránica de la cancelación), pero basta una diminuta pizca de realidad para reventarlo. Y está empezando a suceder.
Los teóricos progresistas, ¡poder a los boomers!, no entienden cómo es posible que en tan pocos años el voto joven en Occidente esté virando radicalmente de izquierda a derecha. Se rebelan contra las consecuencias sin mirar las causas. Sin embargo, todo es culpa suya: creyeron que podían vivir infinitamente en su burbuja de ficción, desde la política de la gran sustitución migratoria o la alianza de civilizaciones hasta la inmensa maraña de derroches que la borrachera queer del impostor Butler está provocando en todo el mundo. Creyeron, en definitiva, que ninguno de los suyos se plantearía jamás la gran pregunta: si algo puede ser mujer, ¿qué es ser mujer? En efecto, nada. Al diablo con décadas de jerga feminista sobre visibilidad y cosas por el estilo.
Pero no podemos enfatizar lo suficiente que las ideas tienen consecuencias. El hecho de que Butler esté sentado en una triste cátedra universitaria y en un par de departamentos de frikis hace que los gobiernos gasten enormes cantidades de dinero público para promover esas ideas y, lo que es peor, para implementarlas para resolver problemas cotidianos.
Digo todo esto porque hoy he escrito en un periódico español sobre las medidas concretas en que se traduce la tesis de género del impostor Butler en mi país (y, de hecho, en cualquier otro). Una asociación verdaderamente feminista que lucha contra el borrado de las mujeres ha elaborado un “mapa de la malversación” de las partidas presupuestarias del gobierno central para la lucha contra la “violencia de género”. El mapa, que incluye iniciativas municipales financiadas con este fin, incluye desde maratones para mujeres hasta catas de chocolate, espectáculos de drag queens, instalación de mobiliario público con los colores del arco iris, cuentacuentos feministas en los colegios o talleres de risoterapia, que imagino que es exactamente el tipo de actividad que una víctima real de maltrato doméstico se muere por hacer.
A priori puede parecer difícil encontrar una conexión entre los libros de Butler y unos talleres de risoterapia en un pueblo remoto de la Europa mediterránea, o el baile de una drag queen en un conocido ayuntamiento de mi país. Pero la conexión es total: todo el “plan contra la violencia de género” aprobado por el gobierno se basa en las inanes teorías queer de Butler, y la implementación real de una teoría imaginaria basada en supuestos inexistentes y falsos preceptos sólo puede acabar así, con una amalgama igualmente inútil de despilfarro de género que además de ser un robo al contribuyente convierte en una burla a las mujeres maltratadas; aunque también hay que admitir que nadie maltrata más a las mujeres que los apóstoles queer, que abogan por la propia inexistencia de las mujeres.
En un momento en que la inflación está galopante, en un país que lidera el desempleo juvenil en Europa, en el que ahora es completamente imposible comprar un apartamento propio (a menos que se okupe, en cuyo caso el okupa, no el propietario, recibe protección del Estado), y en que toda Europa está invadida por inmigrantes ilegales ociosos que suponen una amenaza directa a la seguridad de las mujeres, lo único que se le ocurre a un gobernante socialista es ponerse a erradicar la “violencia de género” organizando una carrera de mujeres, un taller de suelo pélvico y pintando arcoíris en los bancos. Y todavía se preguntan por qué los jóvenes huyen de la izquierda posmoderna como si fuera el mismísimo diablo.
https://spectator.org/judith-butler-is-wrong-about-everything/
Como digo muchas veces, el problema no está en el que dice tonterías, el charlatán, sino en el que le hace caso y se lo cree.
ResponderEliminarUn saludo.
Por suerte cada vez son menos. Un beso
EliminarEl problema de las ideologías, sean de izquierda o de derecha, es que se enuncian muy bien pero llevadas a la práctica no son lo mismo, agregado a que la llegada al poder obnubila y corrompe, un abrazo Susana!
ResponderEliminarEs muy cierto. Hay que tener sentido común. Un beso
EliminarNos quieren ignorantes y así ser borregos del cabrero de turno.
ResponderEliminarSaludos
Y gastar nuestro dinero en tonterías. Un beso
EliminarComo muy bien dices hay que tener sentido común, coronado por la ética y ya tendríamos un gobierno aceptable, sea de izquierdas o derechas, pero ¡Ojo! El poder suele corromper, la Historia está llenita de casos.
ResponderEliminarTe felicito por tu entrada.
Besos.
El poder es peligroso. La entrada no es mía. Un beso
EliminarEl poder corrompe. Me he sentido siempre orgullosa de nuestro pais por ser un pais emocratico. No tanto de los politicos. Los cuales me ha ido desepcionando uno tras otro. Un abrazo.
ResponderEliminarSe pueden hacer cosas buenas con el dinero o tonterías. Un beso
EliminarUy tienes razón. Te mando un beso.
ResponderEliminarGracias. Un beso
EliminarEl problema es que se nos ha olvidado que pensar es importante.
ResponderEliminarNo hace falta mucho para saber lo que no sirve. Un beso
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