Diario conservador de la actualidad

El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.

lunes, 22 de julio de 2024

La globalización de los idiotas, por Itxu Díaz

  siempre han habido idiotas. Escribo esto con un dejo de nostalgia. Algunos de ellos han sido ilustres, dignos de admiración. A lo largo de los siglos y las culturas, han desempeñado un papel central en la historia. Unas veces te muestran el camino a no seguir y, otras, arrastran tras de sí a multitud de partidarios incondicionales de la estupidez. Es el drama imperfecto de la democracia. Esta gente también vota y, siguiendo una especie de tribalismo sin sentido, tiende a votar por otros idiotas.


La capacidad expansiva del idiota solía estar limitada en el tiempo. Al fin y al cabo, como idiotas, hacen cosas idiotas a las que nadie en su sano juicio presta demasiada atención, salvo algunos que los observan con el mismo entusiasmo que se observa en los visitantes del zoológico que tiran cacahuetes a los monos o golpean la jaula de un buitre aburrido. Con la vana esperanza de que se enoje, le sacan las llaves de las plumas, abren la puerta y les sacan los ojos.  (LEER MÁS: Redes sociales después de Florida y TikTok )


Generalmente, quienes siguen a un idiota lo hacen por temor a que, si no lo hacen, decidan actuar como un idiota con quienes los rodean. Quizás esto explique por qué todavía existen leales a Maduro. Sé que Nicolás piensa que es por su belleza pero me da pena bajar de su percha al buitre rojinegro: Sólo te siguen por miedo al Helicoide y a perder sus narcobeneficios oficiales. Sin el Helicoide y el narcoestado, Maduro sería criado solo en cautiverio, alimentado ocasionalmente con maní por esos turistas centroeuropeos, tan sensibles a los dolores de la capa de ozono y al hambre de los animales.


Hay, sin embargo, un factor desestabilizador en el tradicional aislamiento del idiota común y es la globalización de la idiotez. Las redes no filtran. Y la velocidad de nuestras conexiones, tan escasa a la hora de descargar lo importante, alcanza cotas ultrasónicas a la hora de abrir vídeos protagonizados por idiotas.


En su expansión internacional, entre los destinatarios del vídeo, los idiotas nativos se distinguen inmediatamente porque saltan, móvil en mano, y dan codazos amistosos a sus compañeros de trabajo mientras se ríen a carcajadas. Entonces la ineptitud del monstruo se alimenta de sí misma. Cada me gusta hace que el idiota sea más idiota. Es un proceso que no tiene fin, excepto cuando el idiota explota en mil pedazos en una transmisión en vivo, cosechando así su mayor éxito, aunque sea póstumo. Si hay descendencia, tras la resaca del triunfo post mortem, el campo queda fertilizado para la aparición de nuevos talentos en la emergente industria de la estupidez internacional. (LEER MÁS: Ve a tocar un poco de hierba )


Como Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa firmaron hace algún tiempo la  Guía del perfecto idiota latinoamericano y no creo que el tratado pueda ser modificado, no ampliaré las características de estos temas sino que limitaré mi advertencia a sus capacidades reproductivas.


Al idiota contemporáneo le apasiona la viralidad. Si lo viral conlleva un desafío, la pasión se convierte en devoción. El desafío puede ser comerse un gato vivo, lanzarse al vacío sin más protección que una cuchara de café apretada entre los dientes, o golpear indiscriminadamente en la calle a cualquiera vestido de azul. La única regla es registrarlo para que nadie pueda dudar de la autoría. La hazaña va acompañada de tediosas grabaciones del idiota en cuestión sentado frente al ordenador, detallando el desafío y demostrando al mundo que la idiotez encierra cierto aspecto mesiánico, una vocación proselitista.


Sin embargo, los idiotas ya no están aislados como antes. Las opiniones en sus redes sociales los convierten en héroes nacionales menores –o incluso héroes internacionales– en ciernes, y por sí mismos son la prueba viviente de que la idiotez, lejos de ser un revés, es una razón honesta para vivir.


Es verdad que mueren devorados por los leones. Casi todos los grandes idiotas mueren devorados por un león, muy posiblemente durante el rodaje de un vídeo viral en el que intentaban demostrar que el león es una mascota ideal para la convivencia doméstica. Y ahí es donde termina su hazaña. Sin embargo, su legado permanece. En el intermedio entre su idiotez y su trágico final, otra legión de la misma condición se ha levantado a su lado; también sueñan con llegar lejos, besar la fama y morir devorados por un león.  (LEER MÁS: Las estadísticas de Gallup sobre la felicidad estadounidense son una tontería )


El drama de la globalización de los idiotas no es la insoportable levedad de su razón de vivir. Después de todo, Dios nos creó para ser libres. El drama es su carácter prescriptivo y el efecto de imitación que tiene en su audiencia, que no hace más que activar a cientos de idiotas dormidos a izquierda, derecha y centro de nuestras pantallas y eso me molesta aún más. Porque hasta hace poco, como buen columnista, estaba convencido de que en cuestiones de idioteces e idioteces la exclusiva la tenía yo. Hoy la competencia es atroz. Y virales.

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