El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.

jueves, 24 de agosto de 2023

Tres millones de nucas por Itxu Díaz

 Conocí a Santi Abascal hará unos diez años, cuando compartíamos a menudo una tertulia televisiva en la que, si no me falla la memoria, participaban también Albert Rivera y José María Brunet. Pocas veces la imagen que te formas de alguien a través de su exposición mediática resulta tan fiel a la realidad. Hoy las ratas, envalentonadas por la dependencia yonki de sus socios socialistas, vuelven amenazarle con el tiro en la nuca en las fiestas del Bilbao, y es todo como un eterno retorno a la ciénaga, que ni celebrar saben sin vomitar su odio.

En aquellos años de tertulia televisiva, sería el 2012, el Ministerio de Interior del PP acababa de conceder el tercer grado al etarra Bolinaga, asesino de tres guardias civiles y secuestrador de Ortega Lara, y yo no desaprovechaba ni una sola aparición en pantalla para exigir la dimisión del ministro, quien, por si fuera poco, la había emprendido contra los críticos, insinuando un desenlace inminente del cáncer del asesino. Bolinaga estrenó tan inminente deceso con sonados paseos-homenaje por Mondragón y sobrevivió tres años a su excarcelación, que zanjó en 15 agradables años de trena los 210 a los que estaba condenado. 

Yo, que no había sufrido en primera persona la violencia etarra, pedía responsabilidades al Gobierno con gran excitación, con la indignación del que se siente víctima de una traición gratuita, y preso de la emoción del momento, que mientras el sujeto salía como un héroe de prisión, dos de sus víctimas ingresaban en el hospital con ataques de ansiedad; que hay mucho gilipollas que se piensa que ser víctima del terrorismo es una broma de telediario y no una losa real para toda la vida. 

Santi Abascal mediaba entonces la treintena y las décadas anteriores no habían sido ni siquiera parecidas a las de cualquier joven de su generación. Desde los años universitarios en los que debía acudir a la facultad con escolta, las cartas de extorsión a su familia, las pintadas diarias por todo Amurrio («Abascal, tiro en la nuca») y hasta sobre los lomos de los caballos de su padre, los cócteles molotov contra la tienda familiar, los intentos de asesinato a Santiago Abascal Escuza y a él mismo, y tantas otras extorsiones y violencias. Tenía todos los motivos para mostrarse en televisión mucho más irritado que yo, al ver que de pronto eran los suyos, por entonces, quienes mimaban a los etarras.

La lección me la he guardado para siempre. Su exposición sobre aquella política antiterrorista fue —como hoy es— serena pero firme, contundente pero justa, sin exabruptos, que habrían estado más que justificados, sin sensiblerías ni lamentos, que también, sin un ápice de rencor, sin que mediasen intereses políticos o personales, sin levantar la voz pero, paradójicamente, sin dejar de hacer de su discurso un clamor moral. Ahí comprendí su secreto mejor guardado: lo que diferencia al tipo cabal del exaltado, al noble del bocazas, al razonable del extremista, es la ausencia de odio. Por eso me hace gracia cuando las izquierdas y las no tan izquierdas intentan pintarle como un ser poseído por el odio; precisamente porque, teniendo mucho más derecho que otros a vivir así, jamás se le ha visto en tal sentimiento, ni en los momentos más difíciles. La mayoría de los que le acusan no pueden decir lo mismo.

Sería injusto obviar que mucho de ese aplomo y fidelidad a las convicciones es herencia de sus padres, que desde niño debieron instruirle para driblar escupitajos, insultos, y pancartas, no ceder ante amenazas, pero sin caer en rencillas, no perder la calma pero no dejar de mirar los bajos del coche cada día, sin que todo el odio de las ratas pueda siquiera alterarles un poco la paz o la sonrisa. Orgullo de padres. Orgullo de hijos.

Hace diez años, por supuesto, no había manera de sospechar la sucesión de traiciones que vendrían, ni cómo grandes poderes políticos y mediáticos invertirían recursos en pintar a las víctimas, como Ortega Lara, en verdugos. Con todo, ahora que la nuca de Santi Abascal vuelve a estar en la cartelería de la escombrera etarra, ahora que otra generación más de inocentes parece condenada al mismo calvario que le tocó sufrir a él, ahora que el silencio de los bocachanclas con escaño resulta atronador, no está de más recordar que hay cosas que no cambian: «Unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces». Y algunos no han dejado de sacudir el maldito árbol en los últimos años.

La buena noticia es que, si hace años la soledad era la condición habitual de las víctimas del terrorismo, hoy Santi Abascal puede estar orgulloso, porque donde antaño hubo una nuca solitaria que vencer, hoy los cobardes terroristas tendrían que gastar tres millones de balas en otras tantas nucas, y ni aun así serían capaces de acallar la voz de la España que un día decidió dar un paso al frente tras su ejemplo de valentía y sensatez.

https://gaceta.es/opinion/tres-millones-de-nucas-20230824-0500/

10 comentarios:

  1. Siempre hay que recordar y conmemorar a los valientes, un abrazo Susana!

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  2. Emocionante, Susana. Bien traído este artículo.
    Gracias.

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  3. Tu tambien querida amiga eres una valiente. Yo no he tenido la suerte de conocer a tantos amigos ilustres como tu.
    Sentiría mucho eso de "un tiro en la nuca". Con eso te digo todo.
    Un beso y un abrazo a gentes como tu.

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    Respuestas
    1. Gracias, pero lo mío no es comparable. Soy una de los tres millones ahora. Un beso

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  4. El terrorismo es un mal que asola el mundo. Te mando un beso.

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